Latest Posts

Hawkwind y la teoría del Big Bang

1969 marca el fin de la era de acuario. La buena onda eterna de los jipis se torna violenta y de las flores sólo quedaran jirones de una naturaleza convulsa e incomprensible. La debacle modifica sustancialmente el sonido de la época, endurece el ataque sonoro de los músicos, se entrevé el nacimiento del metal y el postpunk. Significa un verdadero Big Bang sonoro, un recomienzo que explica el exilio interior de muchas bandas y la ruidosa explosión musical que sobrevino poco después.

La utopía emigra hacia el espacio sideral, el free jazz es una gran lección para las agrupaciones que surgen tras la debacle de la ternura y el amor libre. Dichas bandas, nunca fueron reconocidas por su pericia en la ejecución, ni mucho menos por la complejidad “sinfónica” de sus composiciones. Hacían ruido y poco más, sin embargo, generaban una potencia sónica inigualable en su tiempo. Eran músicos de rocanrol que habían escogido bien a sus maestros: la música electroacústica, la sicodelia ambiental el kraut, algo de blues y muchas drogas para maltripear el universo.

Algunas de estas bandas son consideradas de manera equivoca como los antecedentes del punk, tal es el caso de los Stooges o Mc5 en Estados Unidos. Mientras tanto, Inglaterra tuvo sus propios cavernícolas espaciales, Silver Apples, los Pretty Things, los Hammersmith Gorillas o los Pink Fairies, quizá los más conocidos de entre todos aquellos que ahora yacen olvidados. Su idea de la música de las esferas consistía en la saturación eléctrica del espacio sonoro. En partículas disonantes agitándose de manera insistente hasta lograr calentar el ambiente cuya discordancia hacía vibrar toda presencia viva. Roqueaban fuerte, por eso siguen siendo significativos en estos tiempos de insulsas canciones  cuya medianía se encarga de domesticar nuestro entorno social. El rock ya no espanta a nadie, es verdad, mucho menos es participe de la agitación social, no sorprende puesto que ya no es lo que fue.

Hawkwind podría considerarse como el único sobreviviente de aquellos tiempos. Apoyados por una reducida multitud de seguidores provenientes de otra era, continúan tocando en el reducido circuito del rock que mantienen en Europa. Entre 1970 y 1975, años que considero marcaron su mejor momento de furia y experimentación azarosa aunque totalmente carente de método y cuya eficacia en la construcción de ambientes épicos los ubicaba mas allá de lo que jamás soñaron bandas como Pink Floyd.

En sus inicios a finales de los años sesenta, tenían una estrecha relación con la mal llamada contracultura europea. Compartían músicos con Amon Dull de Alemania, participaban de manera activa en los circuitos de festivales gratuitos tan en boga por aquellos tiempos, apoyaban a los presos de la guerrilla urbana inglesa del estilo de la Angry Brigade y paradójicamente, su fama comenzó el día que sabotearon el (ahora) legendario concierto de la isla de Wright (1970) al tocar en las inmediaciones del festival, teniendo por espectadores a varios músicos reconocidos como Miles Davis y Jimmy Hendrix.

Sus integrantes variaban según los tiempos y las circunstancias, dos baterías, dos al frente de los sintetizadores analógicos, saxo tenor, guitarra, bajo y una bailarina, un poeta y un escritor de ciencia ficción. La función de los integrantes que no pertenecían al gremio de la música era importante, dotaban de un estilo único a la agrupación, se escribieron novelas de la misma manera en que la bailarina hacía lo suyo sobre los temas de la banda. El poeta recitaba su obra o improvisaba en una máquina de escribir sobre el escenario. Lemmy antes de formar Motorhead estuvo durante un tiempo con ellos, fue con la intención de tocar la segunda guitarra y se quedó con el puesto del bajista. Su estancia marca la etapa más interesante de la banda. Es el momento en que van despegando poco a poco a partir de las largas improvisaciones provenientes de las presentaciones en vivo y comienzan a formar canciones definidas por el género al que se adscriben: el Space Rock.

Las canciones son deudoras de su dinámica creativa basada en el concierto en vivo, de su relación con las audiencias y el ambiente formado en todo ese entramado sonoro. En sus primeros discos conviven pues, la locura solipsista de “You Know you are only dreaming”, el bellisísmo folk neosicodelico de “We Took The Wrong Step Years Ago” o el misterioso dueto de violín y electrónica de “The Hall of the Mountain Grill” con largas y frenéticas derivas improvisatorias como “Be Yourself” o “You should`nt do that”. (Por cierto ¿alguien se ha dado cuenta de la deuda que tiene Revolution de Spaceman 3 con esta canción? Y no solamente con esta canción sino con la manera compositiva y la dinámica grupal con que Hawkwind atacaba los conciertos: amplios volúmenes, saturación eléctrica, largas derivas sicodélicas y el sonido machacante de la batería).

Las peleas con Lemmy no podían haberse evitado, era tan distinto al resto de los integrantes de Hawkwind en todos los aspectos: ambicionaba el estrellato de una manera en que estos posjipis jamás la hubieran imaginado, su afición por el speed lo alejaba de la sicodelia así, como su amistad con la facción inglesa de los Hell`s Angels era motivo de desconfianza y duda. En las distintas memorias que se han escrito sobre la banda y sus integrantes la más desgraciada es sin duda la de Lemmy, quien aprovecha para cobrarse el despido al que fue sujeto apenas comenzando 1975. Reconoce eso sí, que cuando formó Motorhead lo hizo pensando continuar lo aprendido en Hawkwind, mezclándolo eso sí, con Mc5 y Little Richard. Así de absurdo como suena fueron los orígenes de Motorhead, pero esa es otra historia.

Tropezar / Caer / Volar / Segunda parte

Molana Yalaluddin Rumi, reconocido en la actualidad como el poeta sufí más importante, fue un clérigo musulmán del siglo XIII d.c. Fue un tiempo convulso para el mundo musulmán. Además de la incursión europea producto de las cruzadas contra el medio oriente, sus territorios del extremo oriente que hacen frontera con Asia, fueron arrasados por las invasiones mongolas. Nacido en 1207 en el poblado de Balj  en el actual Afganistán, recorrió los más importantes centros culturales de la región hasta asentarse  y morir sesenta y seis años después en  Konya de la Anatolia turca.

Hijo de un clérigo importante siguió la profesión religiosa del padre, se formó en las ciudades  de Alepo y Damasco los más importantes centros intelectuales de aquella época. Poseedor de una inteligencia y de una sensibilidad notable, desde la infancia había sido objeto de visiones y alucinaciones sonoras más propias de un místico que de un futuro funcionario religioso. Estudio teología, la sharia  e historia. En su largo peregrinar junto al padre, Rumi conoció a legendarios maestros sufíes como Ibn Arabi, pensador y poeta andaluz, místico viajero con quien compartió varias encuentros durante una caravana en el desierto, o Farid Al Din Attar también poeta y místico, autor de la vida de los 72 santos, una importante memoria de la vida de místicos y mártires sufíes. Haciendo de lado la poesía y los arrebatos místicos, todo hacía pensar que Rumi se preparaba para continuar la vida del padre: funcionario religioso, sacerdote erudito y sabio lector del Corán. A la muerte del padre Muhammad recibe la madraza de Konia para hacerse cargo de que ka escuea continuara.

Rumi comenzaba el día orando y leyendo, para después de comer, salir a la plaza para convivir con los transeúntes. Ahí, escuchaba y legislaba los problemas de aquellos que acudían a él para su resolución. Y así sucedió durantealgunos años hasta que se encuentra con Shams de Tabrizi, místico sufí con quien establecerá una relación que él reconoce como definitiva y que le lleva a la crisis más importante de su vida.

Shams de Tabrizi, era un místico sufí vagabundo, profesante de la pobreza y el ayuno. Toda su vida giraba alrededor de la alabanza y el reconocimiento de dios como figura central en su existencia. Aquel encuentro, com decía, fue definitivo. Se conocen en la plaza pública donde Shams sermonea al clérigo sobre el reducto guardado sigilosamente de la identidad de todo místico con la divinidad. Molana se rinde por completo ante el místico enérgico quien le exige que abandone todo conocimiento previo, y se abra al mundo tal y como es, pero sobre todo que abandone todo conocimiento que sea sujeto de explicación es decir sujeto de la palabra.

Abogar por el conocimiento directo de dios implica el alejamiento de la hermenéutica de los ulemas y la incursión en los confines de esa comprensión mediante el ayuno, la oración y el baile. La idea es agotar toda razón previa hasta que la verdad divina surja  del contacto cuerpo a cuerpo con dios. Dios es una presencia, se siente por medio de los sentidos dispuestos como escasa pero suficiente mediación con lo divino. Se trata de una imaginación material que intenta aprehender el acontecer divino mediante los usos del cuerpo como sujeto de conocimiento proverbial.

De esta forma Shams introduce a Rumi al ejercicio espiritual del Sama, universo espiritual donde la morada de dios es vislumbrada por medio de  la música, la poesía oral y la danza. Actos materiales de conocimiento, sujeto de percepción divina, el cuerpo vive con dios en el canto y el movimiento. El Sama es una práctica espiritual, un ejercicio de escucha, un hermoso arrebato que tiene origen en el corazón, origen humano de todo movimiento.

Hay toda una tradición pedagógica en la antigüedad basada en la escucha atenta, a veces es el silencio el que gobierna los primeros años de la vida de los discípulos. Se censura el fácil aprendizaje de la palabrería hueca, el abuso de la retórica que logra confundirse con la verdad. Es el caso de la escuela pitagórica, a todo discípulo se le exigía un silencio de al menos un par de años antes de que pudieran empezar a hablar, debían escuchar, sólo escuchar y no hacer nada más. Saber guardar silencio es el primer signo del comienzo de toda sabiduría. Tales eran las enseñanzas de la escuela pitagórica.

De igual manera en la escuela musulmana de las madrazas, el alumno debía escuchar en silencio y rechazar toda reacción a la lectura colectiva atendida por los oyentes, no podían interrumpir o exclamar sorpresa, ni mucho menos permitir la risa. Era un silencio disciplinado, pasivo ante la enseñanza del maestro. Sin embargo, en la enseñanza sufí el sama implica una escucha activa por parte del estudiante avanzado: se bailaba al tiempo que se escucha la voz del poeta y de los músicos su tocar de los instrumentos, el giro de los derviches es el movimiento centrífugo que disipa todo pensamiento basado en el lenguaje y la lógica de la palabra terrena.

 

“El libro de los sufíes no está hecho de palabras
es un corazón puro
tan blanco como la nieve.”

 

Rumi, poeta celebrado, el sacerdote encumbrado, el solemne rector de la madraza, en la medianía de su vida, había vuelto a ser el solícito discípulo de Shams. Al poco tiempo de conocerlo, se encerraron juntos en una oscura habitación por dos meses. No salían para nada. Rezaban juntos, la sabiduría del nuevo e inesperado maestro era motivo de perplejidad y júbilo para Rumi. Fue aprendiendo las virtudes del Sama, la voluntad de salir y ver al cosmos de una forma que hacía desaparecer la lógica de lo que se mueve, haciendo de todo mundo antaño conocido, mero artificio producto del olvido de dios.

Rumi adoptó la forma de vida de los maestros sufíes. Porta con dignidad la tosca lana de los aprendices,  camina por las calles ofreciendo sus servicios de nuevo comendador de dios,  tiene la valentía de mostrar por primera vez los servicios del Sama en público. Baila y se regocija en comunión con dios frente a todos. Obviando una tradición silenciada de misticas sufíes, el mismo preside sesiones de Sama para mujeres. Ejerce presión sobre la ley musulmana afirmando la del derecho personal a la verdad interior de cada individuo, y de la posibilidad de comprender la verdad divina en cada corazón mas allá de la mediación de los ulemas.

Al final de su vida, cualquier sonido rítmico fuerte y sostenido provocaba fuertes arrebatos místicos, lo mismo podría ser el sonido del martillear del orfebre que el dulce tañer del Rebab. Amigo de las artes, legista protector de las mujeres, se cuenta que una vez le preguntaron por qué el sonido del Rebab era tan extraño, a lo que Rumi respondió: “Lo que escuchamos es el crujir de la puerta del paraíso”. Cuando una eminencia religiosa escuchó esto, volvió a preguntar: “Pero si nosotros también escuchamos el mismo sonido, ¿cómo es que no nos tornamos tan apasionados como lo hace Molana?”. “¡De ninguna manera, Dios no lo quiera! —pronunció Rumi—, lo que escuchamos es el sonido de la puerta abriéndose, mientras que lo que él escucha es el sonido de la misma puerta cerrándose”. La enseñanza sea tal vez, no sólo la obviedad de que no todos escuchamos lo mismo, sino que no todos queremos escuchar el rugir del cielo abriéndose al mundo. Nada nuevo acontece para el poeta sin que sea precedido por su férrea voluntad de escuchar y describir el nacimiento de un mundo oculto, anónimo e ignorado.

Tropezar / Caer / Volar / Primera parte

A los derviches seguramente los han visto bailar en algún documental de corte new age cuyo tema es la humanidad como objeto de maravilla y esperanza, o en algún fragmento de YouTube al cual se le insertó una música cuyas vagas resonancias orientales remiten más bien al trip hop noventero. Son giravagos musicales, místicos sufíes, giradores provenientes de otra época cuyas rotaciones remiten a una búsqueda donde la música ritual y la danza de los cuerpos se lanzan al encuentro y unidad con la divinidad de lo absoluto.

El pensamiento sufí es entre otras cosas una lectura particular del Corán. Se busca experimentar la comunicación con lo divino mediante aquello que tienen a su alcance: el cuerpo. Es el resultado de un curioso encuentro de la religión musulmana con otras formas filosóficas y religiosas provenientes del mundo árabe durante el Medievo: son esforzados lectores de Zoroastro, Platón y la Biblia, se alimentan profusamente de la cultura helénica superviviente. Sin salirse ni un ápice de las exigencias de fidelidad a las enseñanzas del Corán, logran una síntesis devota donde la acedia cristiana producto del silencio de dios (¿signo de su indiferencia tal vez?) es atacada mediante el acercamiento activo con lo divino ejercitándose en la mortificación del cuerpo y la experimentación de sus límites como punto alucinado de entrada al paraíso, algo que sin duda comparten con los brotes convulsos de los místicos españoles del siglo XVI. El éxtasis es dispuesto por la perspectiva sufí como el principio de la verdadera comprensión del mundo y la ordenanza divina.

El sufismo también implica una cierta ética de la pobreza como magnificente desinterés ante la banalidad del mundo exaltado por la ambición de riqueza, fama y sus recompensas. Buscan la rectitud y la piedad como respuesta a las pasiones que desestabilizan el orden de la creación. Precisamente, su nombre proviene de suf, designación para la lana tosca que portaban con dignidad frente a las miserias del deseo inútil concebido por la ignorancia y la desesperación terrenal.

Huelga decir que los practicantes sufís fueron conformando un frágil equilibrio político con el poder que emanaba de la religión oficial. Con la estricta interpretación hegemónica de las enseñanzas de Mahoma quien mantuvo una relación más bien ambigua respecto a las artes musicales. Rechazando toda relación con la futilidad del mundo, cierta interpretación del Corán, condena todo canto y música que no sirva a los motivos divinos. Tildado de entretenimiento inútil, condenan la motivación concupiscente de las artes, rechazan la posibilidad del acercamiento amoroso provocado por la melodiosa voz de las cantantes, la música incita, exalta y excita los calmos cuerpos de los creyentes, estorba la atención única, impide la concentración en las enseñanzas del Corán. Es un peligroso distractor de la voz que comanda el absoluto.

El pensamiento sufí planteó desde el primer momento una relación fundamental con el ámbito de lo sonoro. No sólo la música era ejercida como posibilidad de comunicación divina, sino que los sonidos de este mundo en un momento dado podían ser la puerta de entrada al éxtasis de la divinidad encontrada. El Sama era un ejercicio espiritual conformado por música, canto y baile donde la predisposición al éxtasis era el argumento que justificaba el goce de experimentar el bien eterno. Para los maestros sufíes, la música era una posibilidad de experimentar la belleza de lo absoluto con las herramientas de este mundo, las faenas musicales del hombre en el mundo posibilitan la experiencia interior que expande la felicidad divina. Es una felicidad callada, producto de ejercicios espirituales encaminados al saber y el conocer de lo absoluto, la felicidad de saber  visitar los reinos del señor desde la humildad del hambre y el extravío.

La práctica de los giradores dentro del pensamiento Sufí comienza con el místico egipcio Dhu-I-Misri hacia finales del siglo IX y posteriormente, de ser unos cuantos los primeros giradores en el mundo musulmán poco a poco fueron conformando una numerosa comunidad a lo largo del orbe musulmán. Tuvieron que pasar más de tres siglos para que apareciera la figura de Molana Yalaludin Rumi, quien dota de dignidad oficial los giros extáticos de los derviches y marca el momento culminante y luminoso de la poesía sufí.

Mientras tanto, los maestros sufíes, hubieron de padecer persecuciones y hasta la muerte ante la incomprensión y el celo ortodoxo de los Ulemas, jueces y sacerdotes, guardianes de la Sharia o ley. Sin embargo, aquellos partidarios de la rectitud y la honestidad reconocían en algunos maestros sufíes, su capacidad de honrar al Corán y de encumbrar la sabiduría mahometana mas allá de lo posible mediante los trabajos extenuantes infligidos sobre el cuerpo. Lo que fue dotando de una cierta tolerancia y hasta aceptación de la hermandad sufí dentro de la comunidad musulmana.

Tal y como Aristóteles y Platón fueron representados por Rafael en su pintura “La escuela de Atenas”, los derviches giran con una mano señalando al suelo mientras que con la otra apuntan al cielo, la figura recrea la aspiración de los maestros de la religión sufí (en la vertiente de los giróvagos) de unificar al mundo supra lunar con la densidad divina del cielo:

“Cuando todas las partículas  en al aire

son llenadas por el brillo del sol

todas ellas comienzan a bailar”.

Rumi

La luz que ilumina su danza no es sino un invisible manto sonoro que despierta los cuerpos y los mueve hacia un movimiento circular, movimiento que implica una cierta practica de conocimiento y comunión de la divinidad de los seres en su participación con el creador de todo.

Alcira Soust Scaffo en el MUAC

El archivo secreto de la poeta que sobrevivió la toma de Cu del 68 oculta en un baño

@GiorgioDammit

Quédate aquí, Auxilio, no entres voluntariamente en esa película, nena, si te quieren meter, que se tomen el trabajo de encontrarte.

Detectives Salvajes

Alcira con cartel “adivina adivinador…” ca. 1980
Fotografía Colecc. Ángel Mikel

En México existen sólo dos formas de encerrarse en el baño de una institución universitaria, la más reciente y jocosa fue la que llevó al actual presidente Enrique Peña Nieto, en 2012 durante su campaña, a encerrarse en los baños de la Universidad Iberoamericana, para escapar de los estudiantes. La opuesta, quizás menos conocida pero sí más valiente, fue la que llevó a la poeta uruguaya Alcira Soust Scaffo a literalmente atrincherarse casi dos semanas en un baño de Ciudad Universitaria durante la ocupación militar de septiembre de 1968, defendiendo así, como lo narra la novela Amuleto de Roberto Bolaño, el último reducto de autonomía que le quedaba en aquellos instantes la UNAM.

Sobre la aventura de Alcira Soust Scaffo (Uruguay, 1924-1997), es un poco vergonzoso reconocer que muchos llegamos a enterarnos de la poeta que recorrió durante décadas los pasillos de Filosofía y Letras, gracias a la literatura de Bolaño y no por fuente directa. Muchos arribamos al testimonio de esta resistencia, a esta insurrección desde las baldosas de un baño del piso ocho de la Torre de humanidades, rascando la ficción, dándole la vuelta al espejo ficcional de Auxilio Locouture, la infrarrealista, madre de la poesía lationoamericana, quien hizo su primera aparición en la novela Los Detectives Salvajes (1998) y que reaparecería en Amuleto (1999).

“Auxilio Lacouture, ciudadana del Uruguay, latinoamericana, poeta y viajera, resiste. Sólo eso”, pone en boca de Soust un Bolaño nostálgico, desde ese universo paralelo de su novela, para regresarnos una pequeña victoria dentro de la compleja red de sucesos, injusticias y crueldades que fue el 68 mexicano. Bolaño pone sobre la letra la crónica de supervivencia de una mujer que no se entregó al ejército, incluso cuando la autonomía de la UNAM fue cancelada.

Alcira sentada en el pasto, ca.1950. Cortesía de Zulma Soust Scaffo y Centro de Documentación Arkheia, MUAC

Ahora regresa a nosotros el nombre real de la sobreviviente, Alcira Soust, una joven profesora de educación básica que llegó desde Montevideo a nuestro país en 1952, becada por el Centro de Cooperación Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (CREFAL), para asistir al curso de formación de Especialistas en Educación Fundamental en Pátzcuaro, Michoacán. Después de esa parada técnica, la uruguaya se fue a la UNAM, en busca de poesía y de la gran cultura del exilio español que según hemos escuchado todos, en esos días aún se paseaba, como un animal fantástico, entre los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras.

En septiembre de 1968, cuando llegaron los soldados al campus CU, ella no alcanzó a salir de las instalaciones. A fin de salvaguardar su vida se parapetó, oculta y aterrada, doce días en un baño de la Torre de Humanidades, desde donde fue testigo de cómo estudiantes y profesores eran metidos en furgonetas, a punta de bayoneta.

Sobrevivió las horas y los días comiendo papel sanitario y bebiendo agua del lavabo, experiencia que la llevó a desarrollar escorbuto y a perder los dientes. Años después fue diagnositcada con sicosis delirante crónica, como estrago de aquella resistencia silenciosa del baño universitario.

Alcira con cartel “adivina adivinador…” ca. 1980
Fotografía Colecc. Ángel Mikel

Sin embargo, no todo lo que trajo aquel 68 fue una mierda para Alcira, cuenta otra leyenda, porque además de Bolaño, muchas de sus andanzas se hicieron míticas, que poco antes de que los soldados sitiaran CU, Soust puso a sonar en los altoparlantes de la radio comunitaria el disco de Voz Viva de León Felipe, declamando sus versos. La poesía le dio sustancia a su mundo hasta el último momento.

Alcira en el MUAC

En honor a la memoria de la uruguaya y a los años que vivió en México, este agosto se abrió Alcira Soust Scaffo. Escribir poesía ¿vivir dónde? en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), una muestra curada por Amanda de la Garza y Antonio Santos, que refleja el esfuerzo de amigos y gente que la conoció en vida, por dar a conocer su historia y su obra.

El archivo expuesto ya puede ser visitado en el espacio del Centro de Documentación Arkheia del museo y forma parte de las 300 actividades con las que la UNAM conmemora el 50 aniversario del movimiento estudiantil de 1968, dentro del programa M68. Ciudadanías en Movimiento de la UNAM (culturaunam.mx/m68/).

Durante la inauguración en el MUAC los presentes rememoraron la gran hazaña de la poeta y otros pasajes de su vida, como fue el caso del documentalista Agustín Fernández, sobrino nieto de Soust Scaffo, quien habló un poco sobre la génesis de su documental Alcira y el campo de espigas.

Alcira Soust Scaffo, “Qué día compañeros…” en Poesía en armas, 1986.
Colecc. Julio Dozal.

El realizador compartió también que en la familia la apodaban la tía Mima, y que sus primeras impresiones de ella provienen de cuando Soust regresó a Uruguay, y él contaba tan sólo con seis años. De esa época el cineasta guarda imágenes fragmentadas de ella regalándole dibujos, conviviendo con sus padres o dando tutorías a algún vecino en apuros.

A partir de esas anécdotas decidió recuperar la historia central de su tía, su paso por México, la dura vivencia que padeció y su desmesurado amor por la Universidad. “Siempre tuve claro que la tía abuela había elegido a México como su país adoptivo y a la UNAM como su casa”, explicó.

Es curioso que ningún libro, antologa hasta el día de hoy la poesía de la autora uruguaya. Recuerdan sus familiares que Soust escribió afanosamente hasta sus últimos días, una obra que aún se encuentra dispersa en los cajones de muchas casas de parientes, conocidos y amigos.

Tras el paso de los años, la figura de Alcira Soust regresa a la UNAM como una invitación para que la comunidad se acerque a ella, a este archivo expuesto que recupera desde sus poemas de esa publicación que ella repartía en los pasillos de Filos, Poesía en Armas –con manuscritos como “La niña loba”, “Qué días compañeros” o “Hay palabras”- , hasta sus carteles, o sus fotos, entre otros materiales.

Porque más allá de su amistad con José Revueltas, León Felipe y Bolaño, más allá de haber sido ayudante de Eduaro Mata, quié fue ella. Maestra, poeta, artista y traductora de poesía del francés al español, quién fue en realidad Alcira Soust ¿Una infra anterior a los infras o la mujer que desafió al ejército oculta desde un baño? Quizás la mejor oportunidad que tengamos para conocerla de verdad sea esta exposición que nos permite una mirada sincera al interior de su vida y obra.

Epílogo

Sobre la vida de Alcira Soust CulturaUNAM también prepara el estreno de la ópera de cámara Luciérnaga, basada en su acto de resistencia durante los días de 1968. Esta ópera, escrita para soprano, actor, ensamble y multimedia, fue creada por Gabriela Ortiz, con libreto de Silvia Peláez, y se estrenará en octubre. Se trata de una comisión especial para el Festival Vértice. Experimentación y Vanguardia, también de la Universidad, que podrá verse verse en la Sala Miguel Covarrubias.

 

 

 

Antonio Ramón Gutiérrez: “Jacques Lacan dijo que la verdad tiene estructura de ficción”

Santiago del Estero, pero también Córdoba, pero también Salta.

Nací circunstancialmente en la ciudad de Santiago del Estero. Mis padres se habían trasladado allí por trabajo. Al año regresaron a su ciudad de origen, Bell Ville, en el sur de la provincia de Córdoba, donde me crié, cursé la escuela primaria, secundaria y dos años de la carrera de periodismo en un instituto terciario. En 1973 me radiqué en Salta, aunque siempre estuve volviendo a Bell Ville, de donde, en cierto modo, nunca me fui. (Toda mi poesía está marcada por la presencia de la llanura, dictada por mis fantasmas infantiles y juveniles que aún hoy caminan las calles del pueblo, bajan por el boulevard Colón y atraviesan el puente Sarmiento hacia el centro.) Uno no es de los lugares donde por azar nace, sino de los sitios donde están sus fantasmas y sus muertos, donde transcurrió la infancia y comenzó a tener recuerdos. De mi primera infancia evoco la casa vieja de mi abuela materna, en la calle Ameghino, a dos cuadras de la plaza principal, la torre municipal con su gran reloj presidiendo aquel tiempo congelado, el almacén de la esquina, la modista de la vuelta, el fallecimiento de mi abuela, el rumor de los vecinos en la vereda el día que derrocaron a Juan Domingo Perón en el ‘55 (suceso que años después me contaron).

Cursé la primaria en la escuela Ponciano Vivanco en mi pequeña ciudad de clase media, con una mayoría de inmigrantes y una minoría de criollos. Había sido antiguamente la posta de Fraile Muerto, pero, ya convertida en pueblo, vino un día el presidente Domingo Faustino Sarmiento e impuso el nombre de Bell Ville en homenaje a unos colonos ingleses de apellido Bell, amigos suyos, de la zona. Recuerdo las galerías de la escuela, el patio central, las fiestas patrias, las frases “Ay patria mía”, “Muero contento hemos batido al enemigo”, el “Aurora” (nuestra “Canción a la bandera”) en los días de lluvia, el olor de los cuadernos y lápices flamantes, el tintero derramado en el bolsillo del guardapolvo blanco, las plumas “cucharita”, las láminas de la revista “Billiken”, las mañanas gélidas de los inviernos, la escarcha, los juegos en los recreos. Cuando tenía siete años nos mudamos de casa con mi familia a un barrio un poco más alejado del centro, en el que había baldíos y descampados con canchitas de fútbol y encuentros de amigos en la esquina. De esa época fue mi primera y quizá única gran obsesión: el fútbol. Mi madre renegaba a perpetuidad porque me pasaba toda la tarde en el “campito” y no realizaba los deberes de la escuela o no la ayudaba a barrer el patio o a hacer los “mandados”. Es de esos días la frase “ya vas a ver cuando venga tu padre”.

Mi familia paterna era española. Mis abuelos provenían de un pequeño pueblo vecino a Sevilla, Lebrija. Habían arribado a la Argentina alrededor de 1920; venían ya casados y con un hijo pequeño, de nombre Benito, que luego murió de pulmonía. Mi padre nació en 1921 en Bell Ville, según consta en su acta de nacimiento, aunque antes de morir, en 2006, confesó que en realidad él también había nacido en España y que lo trajeron de meses en el barco. Eran pequeños agricultores. Mi abuelo murió muy joven. Mi padre, a los nueve años de edad, tuvo que trabajar en la quinta y ayudar a mi abuela en la crianza de sus hermanos menores. Efectuó diferentes tareas laborales; en su pubertad fue dependiente de una casa de ramos generales, posteriormente se desempeñó como empleado de comercio y luego como mecánico en un concesionario de tractores. Rememoro los tractores Fiat y Someca, los viajes con mi padre en la “estanciera Ika” o en el “rastrojero Diesel” al campo, a las chacras, para realizar los services a los tractores nuevos. Mi padre, un hombre bueno, el gallego Pitoño, como le decían (aunque su familia proviniera de Andalucía), retornaba a casa con su mameluco lleno de grasa después de trabajar ocho horas en el concesionario, se cambiaba de ropa y se iba al club por las noches, cosa que realizó durante toda su vida. Al regreso, a la medianoche, nos traía chocolatines y paquetes de vainilla que dejaba en nuestras mesitas de luz, quizá como una forma de atenuar la culpa que debe haber sentido por dejarnos, durante algunas horas, solos con mi madre. Mi madre era de familias criollas de la zona; una bella mujer de carácter estoico y algo autoritario, que nos trasmitió la responsabilidad y el deber y, en consecuencia, quizá la neurosis.

Al secundario lo hice en la Escuela Comercial de Bell Ville. Fueron años donde se alternaban los asientos de la contabilidad con las clases de historia y literatura, la Revolución Francesa con el Mío Cid y el Siglo de Oro Español o el Modernismo de Rubén Darío. De esa época fueron mis primeras fascinaciones poéticas. A los trece o catorce años, una profesora de literatura nos hizo memorizar “Sinfonía en gris mayor” de Rubén Darío. Ese poema, esa música alada, fue quizá mi primer encuentro con la poesía y me acompañó por las calles a la salida de clases y hoy, a pesar del largo tiempo transcurrido, aún me acompaña. Luego vinieron, o quizá volvieron, las lecturas de los poetas españoles de la generación del ‘27, de Federico García Lorca principalmente. Escribí entonces, en noches de insomnio, algunos poemas, o intentos de poemas, rimados y musicales, modernistas, más por un sentimiento de pérdida y por tristeza adolescente que por una real vocación poética; poemas de amor en los que me dolía imaginariamente por lo que en realidad todavía no había perdido, por amores que aún no habían sido pero que me dolían con anticipación, en un goce con las palabras. Fueron días también donde prevalecía en la atmósfera la música, las canciones italianas, los Beatles, el Credence…, los Rolling Stones, el rock nacional con Los Gatos y Almendra y La Joven Guardia, las confiterías bailables, mezclado todo eso con las consignas de la revolución, las asambleas de estudiantes, el hombre nuevo, las ideas de un mundo mejor. Pero me seguía obsesionando el fútbol, los partidos en el campito cercano a mi casa. Llegué a jugar en las inferiores del club Bell de Bell Ville, con muchachos que con los años serían figuras importantes en el fútbol nacional. Dejé de jugar a los diecisiete, después de una seria lesión con operación en una rodilla. Mi padre siempre decía: “Este chico va a ser profesional”. Él se refería al fútbol. En cierto modo, yo cumplí con su mandato y fui un profesional, aunque no por el fútbol, sino por el título de psicólogo.

Cierro los ojos y evoco los juegos con mis hermanos en el gran patio de la casa: Diego Alberto, dos años menor que yo, Sergio Eduardo, cuatro años menor y Myriam, la más pequeña, que falleció a los veinticuatro años.

Y ya nos estaríamos acercando a la década del ‘70.

A comienzos de esa década, en Bell Ville, en el instituto donde había entrado a estudiar la carrera de periodismo, conocí y me hice amigo de unos muchachos que venían de una localidad vecina, Marcos Juárez. Al tiempo ellos abandonaron los estudios y se radicaron en la ciudad de Salta. Se sintieron atraídos por esta provincia. Eran años en que el norte argentino representaba para los jóvenes la búsqueda de las raíces, la hermandad latinoamericana, el hombre nuevo y cosas por el estilo. A los meses vine de vacaciones y, tal vez, escapando del destino que me aguardaba en Bell Ville, me quedé a vivir en Salta. Esta ciudad me brindó un ámbito propicio para la poesía. Descubrí que estaba escribiendo sin proponérmelo, casi inevitablemente, ocasionales poemas reflexivos y obsesivos. Trabajé al comienzo en una imprenta y en el Diario El Tribuno, luego en una agencia de viajes. A los tres años de estar radicado, comencé a estudiar la carrera de psicología en la Universidad Católica de Salta. Me recibí en 1982 e inmediatamente ingresé como docente en esa Universidad. Me desempeñé como profesor en diversas cátedras y fui profesor de Lingüística y Psicolingüística durante treinta y cinco años.

Fue en Salta donde conocí a Liliana Bellone, mi esposa. Ella estudiaba la carrera de letras en la Universidad Nacional de Salta y ya era escritora. Liliana me introdujo en un mundo literario del que no pude escapar y que hoy considero un feliz destino. En 1982 nació nuestra única hija, María Verónica, que es Licenciada en Letras y abrazó la causa de la crítica literaria y los libros. Por entonces sobrevino el grupo Retorno, conformado por poetas que produjimos algunas publicaciones, escritores que compartíamos una estética que nos alejaba de la poesía celebratoria, del canto a la tierra, de esa poesía desarrollada con maestría por la generación del ‘40, y nos acercaba a formas más universales, más independizadas de una correspondencia regional, donde se alternaban las influencias del mito griego y latino, el simbolismo francés, las vanguardias, la generación del ‘27 española, la poesía norteamericana e italiana del siglo XX. En el caso particular de mi poesía, hubo y hay una presencia del psicoanálisis, pero también una lucha permanente por librarme de esa influencia. Es que del psicoanálisis, una vez que se ha entrado en su territorio, ya no se vuelve. Los temas centrales en mi poesía son el vacío, la falta estructural en la condición humana, la imposibilidad de atrapar con palabras lo real, y de decir aquello de lo que realmente se trata. Se escribe no sólo gracias a las palabras, sino fundamentalmente a pesar de ellas, luchando contra la resistencia del lenguaje a dar en el blanco. No creo en aquello de la Diosa Palabra, sino en el intento, siempre fallido por otra parte, de hacerles decir a las palabras más de lo que éstas pueden decir. Por eso existe la metáfora. De ese modo mi poesía se inscribiría en una línea conceptual, poesía del pensamiento, inclusive de preocupación, motivada no por una disposición contemplativa o emotiva sino por necesidad reflexiva frente a lo real. Mi catálogo de naves literarias es ecléctico y allí están Jorge Luis Borges a quien leía y releía una y mil veces y que ahora empiezo a perder, Roberto Juarroz y su Poesía Vertical, el simbolismo francés, especialmente Paul Verlaine, el creacionismo de Vicente Huidobro y la poesía norteamericana. Entre los narradores, además de Borges, por supuesto, leí (como la mayoría de los escritores de mi generación) a Julio Cortázar, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Marguerite Yourcenar, Roberto Arlt, Thomas Mann, Edgar Allan Poe, Jean Paul Sartre, y de un modo obsesivo y siempre renovado, pues cada lectura es un acto de habla, a Albert Camus, a Gustave Flaubert y a Marcel Proust y, a veces, a James Joyce. Esas lecturas motivaron algunos artículos que publiqué en revistas de literatura y psicoanálisis. En esos años alternamos con los poetas Joaquín Giannuzzi, quien veraneaba en Campo Quijano con su mujer, la novelista Libertad Demitrópulos, y con Néstor Groppa, de la provincia de Jujuy, quien nos dejó el ejemplo de laboriosidad y compromiso.

Sigamos con tu escritura.

Es extraño lo que me ha sucedido: continué escribiendo a pesar de reiterados intentos por dejar de hacerlo. Escribí sin darme mayormente cuenta, como en un sonambulismo, sin demasiada conciencia de hacerlo. Varias veces, por ejemplo, en medio de un congreso de psicoanálisis, mientras escuchaba a los expositores, sus conferencias me iban sugiriendo o inspirando no cuestiones de la teoría, sino poemas. Los otros trataban de articular los conceptos en la teoría, yo de rescatarlos en un poema. Siempre encontré poesía en los textos de psicoanálisis o de filosofía o de física (quizá por un problema de falta de concentración o de aburrimiento, tendía a traducir los textos de las teorías a la poesía). Además la poesía me pareció la única manera posible de decir las cosas y de entenderlas. La poesía como lo más real, como aquello que más se aproxima al hueso de lo que se trata. Bueno, mi desvarío no era tan inconducente. Ya Martin Heidegger habló de la necesaria relación entre la filosofía y la poesía, de la referencia a Friedrich Hölderlin específicamente. Jacques Lacan, por su parte, mandó  hacer un esfuerzo de poesía. También dijo que la verdad tiene estructura de ficción.

Después se agolparon los años, el trabajo en el consultorio, la muerte de mis padres en Bell Ville. Continué siempre escribiendo poesía y encontré en el género del ensayo un arma, una forma de dar batalla, de asestar una estocada. En 1999 publiqué “El más allá de la época”, en 2005 “La precipitación de lo real”, en 2010 “Lingüística y teoría del significante en psicoanálisis”, en 2011 “La exclusión en la cultura” y en 2016  “Neoliberalismo y caída de los límites”. En este momento alterno la poesía con la escritura del ensayo psicoanalítico sobre las condiciones de la época y sus malestares. Tengo inédita una novela ambientada en Bell Ville, una ciudad de la pampa argentina, muy arquetípica, como dije, texto que en definitiva quizá no sea más que mi propia novela familiar del neurótico y que se anticipa en un libro de cuentos, “La casa del Boulevard Guzmán”, ambientados en la ciudad de Córdoba, algunos en Salta y en especial en la pampa argentina.

Desde comienzos de los ‘80 he formado parte de diversos y sucesivos grupos de psicoanálisis en el noroeste argentino y actualmente soy docente del Centro de Investigación y Docencia del Instituto Oscar Masotta en Salta, aunque, por el hecho de ser escritor, o quizá por no poder ceñirme a una disciplina institucional, la institución nunca ha sido mi fuerte. Hay en mí un cierto estado de inadecuación en lo institucional, una coartación, una especie de constante desacuerdo. Sin embargo he permanecido y he trabajado porque lo considero un deber marcado por mi práctica del psicoanálisis y por mi necesidad de proseguir en contacto con la teoría.

Gracias a la literatura he viajado con Liliana un par de veces a Italia y ya muchas a Cuba, pude participar en recitales de poesía, en congresos de literatura o dictar algunos cursos y un postgrado en la Universidad de la Habana, publicar en revistas, etc. Sobre todo hice amigos, conocí a escritores de otros países y advertí que la literatura es una patria universal que suprime las distancias geográficas y culturales y que escribir es en mi caso el destino “que Dios supo desde el principio”, parafraseando a Borges.

Cercados, enchastrados de neoliberalismo como estamos, te has ocupado de la “caída de los límites”.

Es un tema muy preocupante. Jacques Lacan a principio de los ‘70 definió al capitalismo como un discurso circular sin pérdida, capaz de reabsorber y transformar en mercancía y ganancia hasta sus propios desechos y calamidades. Hoy esa sentencia de Lacan cobra especial vigencia. El capitalismo, en su fase actual neoliberal, especulativa financiera, se presenta como una totalidad sin bordes que se ha adueñado del Estado, del Poder Judicial y del conjunto de la cultura y sus producciones. En ese sentido no hay límites, sino exceso, desproporción, desmesura, mandato a un goce incondicional e irrestricto, en un ir por el todo. La pregunta que debemos hacernos y que deben hacerse especialmente los creadores, los artistas, los filósofos, los políticos es: ¿cómo escapar a esa circularidad que todo lo recicla y lo reintroduce en su recorrido?, ¿cómo introducir ahí un punto de falta, de descompletamiento? Esto me llevó en 2016 a publicar el libro “Neoliberalismo y caída de los límites”, que es la continuidad de otros libros que sobre el tema he venido escribiendo.

 Néstor Groppa (1928-2011), cordobés (casi como vos, en quien la condición de santiagueño no tuvo arraigo), también se radicó en otra provincia. Ya algo esbozaste sobre él.

A Néstor Groppa lo hemos visitado varias veces en su casa en Jujuy, gracias a la escritora jujeña Susana Quiroga, quien sucedió a Groppa en la dirección de la página cultural del diario “Pregón”. Lo hemos encontrado también en casa de algún amigo en común y fue a la presentación de uno de mis libros de poesía en esa provincia. Era ostensible su bondad y su hospitalidad, su generosidad, su mundo de libros, su universo de citas y autores, sus referencias literarias, sus revistas, sus obras publicadas en bellísimas ediciones que él mismo imprimía y cuidaba como un orfebre, como un escultor, atendiendo a cada detalle de la edición, en un afán casi pictórico. Además de un poeta imprescindible, fue un trabajador incansable, un laborioso de la literatura que marcó un rumbo, el maestro de los jujeños, un escritor de relevancia en la literatura del noroeste argentino. Me ayudó, sin saberlo, a ser menos pesimista con el género humano.

¿A qué hechos, objetos, sabores, costumbres, circunstancias, le atribuís una insoslayable importancia o trascendencia íntima o abarcativo alcance? ¿Con qué personajes del pasado, para vos insoslayables, trascendentes y hasta abarcativos, te agradaría encontrarte?

Los hechos que considero importantes en mi vida han sido muchos y diversos y no podría establecer una jerarquía entre ellos. Recuerdo, por ejemplo, el fallecimiento de mi abuela materna, una mujer estoica y sabia, a mis tres o cuatro años de edad, los sonidos y fragancias de esa mañana, ese primer contacto con la muerte en la infancia. O mi primer día de clases en la escuela primaria, mis sensaciones y percepciones en el aula. Los objetos: una pelota de fútbol que saqué en un juego en la Kermesse en Bell Ville donde a mis cinco años había concurrido con mis padres, una pelota de cuero color marrón, cuya esfera imaginaria aún me acompaña. Siempre me fascinaron los automóviles, los diseños, los conjuntos arquitectónicos de las ciudades (quizá he sido arquitecto en alguna de mis reencarnaciones). Los sabores: las pastas con vino tinto, el café, las granadas del patio en la niñez. Las costumbres: el caminar por la ciudad, entrar en todos los bares, leer y releer los mismos libros, aferrarme demasiado a las cosas, volver y permanecer demasiado tiempo en los mismos lugares, efectuar centenares de viajes entre Salta y Bell Ville en ómnibus en horas de la noche. Una circunstancia: haber encontrado, con Liliana, al otro día de nuestro casamiento, a Jorge Luis Borges, por casualidad, en el vestíbulo del Hotel Bauen en Buenos Aires, y conversar con él durante cinco minutos y que nos haya puesto su firma en la libreta de casamiento, creyendo que se trataba de un pasaporte, mientras nos decía: “Con esta firma van a viajar por el mundo”. Personajes: si existiera la máquina del tiempo me complacería ver al General José de San Martín, a Manuel Belgrano, a Sigmund Freud, aunque, por supuesto, no sabría qué decirles.

Reunamos (otra vez) a “las tres poetisas del Sur”, quienes en 1938, en Uruguay, ofrecieron una conferencia conjunta sobre el rol de la mujer en la literatura: ¿Juana de Ibarbourou (1892-1979), Alfonsina Storni (1892-1938) o Gabriela Mistral (1889-1957)?…

Tres grandes voces de la poesía americana (como prefiero decir para restituir el alcance del gentilicio del cual los norteamericanos se han apropiado), las tres de América del Sur: Uruguay, Argentina y Chile; cada una con su filiación modernista y con su camino hacia las vanguardias. En la célebre reunión de 1938 (año del suicidio de Alfonsina Storni y Leopoldo Lugones) las tres escritoras mostraron, sin duda, provenir de la progenie de Sor Juana Inés de la Cruz. Cada una marcó un derrotero que va desde la voz mesiánica de Gabriela en sus poemas a América, por ejemplo en “Tala”, hasta el despojamiento y desesperación de Alfonsina. Gabriela alcanzó el reconocimiento mundial con el Premio Nobel en 1945; Juana, el de toda América; y Alfonsina, el del corazón de los pobres y marginados, el de los tristes. Su prematuro fin por propia voluntad, anunciado en su poesía desde siempre, en las aguas de Mar del Plata en octubre de 1938 (ese mismo año, el 18 de febrero, se había suicidado con cianuro su entrañable amigo Leopoldo Lugones, y un año antes, un 19 de febrero, había bebido cianuro Horacio Quiroga, su otro gran amigo), saca a la luz una problemática, la de la mujer y el arte.  Las tres poetas tuvieron la recepción que la época reservaba a la poesía: fueron leídas de manera masiva por generaciones, como ocurriera con Rubén Darío y Amado Nervo. Además, si bien es cierto que sus temas y textos son universales, las marcas de “americanidad” en ellas es constitutiva. El fantasma del sufrimiento del poeta se filtró sin duda en Alfonsina, la nuestra, la que desafió desde su fragilidad el destino de las que se atrevieron contra una sociedad rígida y conservadora, como Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik o Sylvia Plath. Por su origen y por la leyenda que la rodea, siento a Alfonsina más cercana. No puedo dejar de recordar un bello poema de Joaquín Giannuzzi dedicado a ella.

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Salta y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1500 kilómetros, Antonio Ramón Gutiérrez y Rolando Revagliatti.

 

www.revagliatti.com

 

 

 

 

 

 

 

 

Stalker

Circula de nuevo en estos días en una copia recientemente restaurada, Stalker (1979), la todavía sorpresiva película de Andrei Tarkovski. Este asunto no es menor, por el contrario, es algo que hay que celebrar. Y es que, para muchos, la primera vez que estuvimos en una pantalla frente a esa obra cinematográfica, intuimos solamente lo que eso significaba.

La restauración permite ver con ojos renovados, limpios, la aventura física e interior de ese complejo personaje de Tarkovski. De todo a todo resaltan imágenes que estaban como eclipsadas. Por ejemplo, la secuencia del sueño. Ese río de fondo bajo saturado de artefactos en desuso: jeringas, armas, herramientas, medicamentos caducos. Deshechos. Objetos que recuerdan el mundo proyectado en los inquietantes poemas de Residencia en la tierra de Pablo Neruda. Las ‘dentaduras olvidadas en una cafetera’ del poema “Walking arround”, por mencionar un caso entre muchos otros.

Objetos despojados de sus usuarios. La Zona de algún modo es eso también, un lugar deshabitado. Pero es por otro lado, en ese vacío, en ese abandono, la última esperanza. En una entrevista Tarkovski decía al respecto de ésta: “La Zona no simboliza nada, como nada lo hace en mis películas: la Zona es una zona, es la vida, y al atravesarla un hombre puede derrumbarse o salir adelante. Que lo logre o no depende de su respeto por sí mismo, y de su capacidad para distinguir entre lo que importa y lo que es meramente efímero.”

En esta sobrecogedora fábula, los personajes encarnan discursos: un científico, un escritor, un guía en distintos órdenes, son elecciones de vida, posiciones políticas, religiosas. Y a pesar de esto, en general, los personajes del director ruso son encarnaciones de una fe que reconoce en el humanismo su núcleo de irradiación. Lo que tampoco significa ignorar la maldad y la oscuridad de los corazones humanos.

Gracias a esta restauración, es posible reconocer que el Satlker es no solamente un hombre íntegro y comprometido con lo único que entiende como valioso en su existencia. Es un hombre preparado, próximo a la poesía. Al principio nos enteramos que acaba de salir de la cárcel. Que vive de forma humilde, que tiene una esposa, una hija. Que vive de llevar gente a la Zona a cumplir sus deseos más profundos y necesariamente puros. Al final del periplo, cuando regresa a su casa atraviesa un espacio que ya vimos, pero esta vez descubrimos la biblioteca, libros apilados en el piso. Entonces entendemos un poco más de quién es ese hombre parco, indomable, anclado al presente.

Para El sacrificio, Tarkovski soñaba con la idea de que la película fluyera en una sola larga secuencia que no distinguiera entre el mundo objetivo y subjetivo, entre el sueño y la vigilia. Para ese tiempo, la tecnología existente resultaba un impedimento. Por eso hablaba de “esculpir el tiempo”. De trascenderlo mediante el cine. Hoy esto sería completamente posible, y ahí está Arca Rusa de Alexander Sokurov para probarlo. Es posible que este sueño naciera con Stalker, donde el blanco y negro y el color funcionan significativamente en este orden. Otra cuestión afortunada de la restauración, es una apreciación más cabal de este hecho.

En la secuencia última de la hija inválida que mueve objetos sobre la mesa con sólo pensarlo ha sido y sigue siendo poderosa. Dijo Tarkovski: “A veces manifestamos fuerzas que no pueden ser medidas por patrones normales; espero que algo así suceda en algún momento.” Y eso mismo puede decirse de Stalker, que al igual que en otras películas del apreciable y fundamental artista que es Andrei Tarkovski, repasa desde todos los frentes la historia del arte -poesía, arquitectura, música, pintura, danza, escultura-, un lenguaje portentoso que da prueba de lo que los seres humanos hemos sido y somos capaces.

*

Un comienzo que estaba agotado, un comienzo ya despojado. Un vacío contenido de misión. Un alguien desaforado en su centro. Espacios que iluminan la inteligencia de las cosas. Gotas de tiempo en las ventanas de un lugar atemporal. Ese tiempo que está hecho de la carne de vivencias. Del desatrevimiento de la personalidad con la que se cubre un cuerpo, del desapego proveniente de la exigencia del cosmos en su armonía vertiginosa. El color de la percepción destilada entre minerales de sufrimiento producto del abismo entre la libertad y la voluntad. Una belleza producto de la ambigüedad entre lo sensible y lo tangible.

Y él, quien entra en una zona. En la zona que abre con su oscuridad la reflexión del desánimo por la esperanza y el reconocimiento de la fe. Una zona prohibida por la hondanada.

Donde charcos de agua interfieren en la meticulosidad del autoretrato de lo pegajoso de las acciones. La zona que se evita, el campo hueco de las relaciones en donde está la energía que potencia al ser.

Y ella, una psíquica.

Es la inundación sin flujo, el pocillo de la degustación de la vida que permuta los colores de las palabras que cruzaron la existencia de entes simples y atravesaron sin éxito las paredes del mundo. Será razón de lógica cósmica. Energía nuclear.

Sin embargo, la ilimitada expansión de la actividad de la radiación emite y desprende tiempo. Ondas de conciencia que bienaventuradas hacen duelos compasivos y eternos. Y mal impuestas sólo socavan en la magritud del temperamento.

Esa es la zona, impactada de potencia-en-potencia.

 

 

Por Aline Lavalle Henaro y José Luis Bobadilla

Hunger makes me a modern girl: A Memoir

Hunger makes me a modern girl: A Memoir
Carrie Brownstein
Penguin Group
Estados Unidos
2015

 

¿Qué es lo que buscamos al leer algún libro dedicado al universo del rock? La primera respuesta es la recolección de un anecdotario en torno a los dichos y hechos de los músicos. Pareciera que la música que presenta ante nosotros invisible, permaneciera inhóspita sin la aparición de tales historias sobre las faenas y temperamentos puestos en juego durante la producción de tal canción o disco. Se busca pues, el drama. Resulta aún mejor si los personajes padecen de la incomprensión del medio, entonces la crónica que recoge la producción del álbum se lee como un triunfo ante la adversidad  narrada a posteriori de manera convincente como algo inevitable. Nada como una sencilla historia de éxito. Sin duda, las memorias del género del pop carecen de los remilgos metodológicos del historiador.

La literatura del rock no ha cambiado gran cosa desde que, a finales de los años sesenta, Nik Cohn sacó a la luz su libro clásico sobre el rocanrol en su tránsito al pop. En él se capturan desde una distancia crítica todos los tropos que determinarán al género: la aproximación hagiográfica al artista, la secuencia interminable de sexo drogas y rocanrol y, por último, la pedantería como pretexto para neutralizar la potencia estética que podría contener cada canción. Poco después llegarían los autores clásicos de la literatura de este género musical: Nick Toshes, Greil Marcus y Richard Meltzer.

El advenimiento de la cultura pop hizo posible en términos editoriales el que se publicaran biografías inicuas de personajes que aán no pasaban la barrera de los cuarenta años. Las aventuras de manera inevitable, quedaban truncas y sin una resolución vital para  los biografiados. Para resolver este inconveniente se permitió una suerte de inflación artificial de las gestas de los personajes, dotándoles de una clausura la mayoría de las veces arbitraria y por tanto, equivoca.

Carrie Brownstein ha escrito unas memorias cuya medianía resulta a la altura de los tiempos que vivimos. El tono general es marcado por una depresión cuyo origen permanece incomprensible para este lector. Simplemente no logro conectar con aquello que Brownstein comienza narrando  y no termina sino 226 páginas después. A pesar de ser una persona cuya experiencia marca nuestro interés tras su paso por, antes que nada, Sleater keaney, pero también como parte de la escena de Olympia Washington que precede al surgimiento de las riot girls o la escena indie norteamericana en general.

El libro no deja de ser una historia predecible donde la soledad y la incomprensión forja artistas y amistades cuya relevancia se escribe como quien ya sabe el final de la historia. El relato e ilustración de personajes claves como Calvin Johnson se desvanece tras unas cuantas pinceladas y así podríamos mencionar el caso de tantos personajes que entran y salen de la narración sin modificar gran cosa el tono menor del relato. Resultan menos fatigosa la rememoración  de personajes femeninos ahora olvidados de la escena de Seattle como Selene Vigil de 7 Year Bitch y otras mujeres mucho más interesantes pero que, de nuevo no merecen un tratamiento más allá de su mera mención. Abundan eso sí, los lugares comunes que aún persisten sobre esa época y esa escena: la fluidez del deseo que transita entre los cuerpos indiferente a su condición de género, la tan mentada comunidad indie, los circuitos por los que deambulan los músicos amateurs y un público que permanece atrapado en una curiosa teoría sobre el disfrute y el valor de la música para los escuchas.

No se confundan, Carrie Brownstein no posee la vacua pedantería de Kim Gordon, pero su libro es tan modesto y tiene tan poco que contar que uno se pregunta por sus razones para publicar su rumiar sobre el pasado de una banda cuyas referencias (Television, por ejemplo) al pasado prometen una idea más interesante de una generación de músicos que se agotó mucho tiempo antes de que el nuevo siglo comenzara.

El resultado es pues, una discurrir indulgente sobre un pasado semi idealizado cuyo sentido último sigue siendo intrascendente, se trata de una autora cuya depresión crónica se ha llevado lo mejor de ella y nos ha dejado un tímido recuento de hechos y gestas que, de tan insignificantes se olvidan nada mas al cerrar el libro.

 

León Ferrari

Pocas veces de un modo tan contundente un artista latinoamericano se ha instalado en la órbita de las artes internacionales como León Ferrari. Y sin embargo, esta obra nunca abandonó su territorio más próximo. Se preocupó, se ha dicho incansablemente, por denunciar los excesos del poder y la intolerancia y las consecuencias derivadas de esto mismo.

Ferrari nació en Buenos Aires en 1920. Como buena parte de su generación se exilió en 1976, en su caso, se instaló en  São Paulo. Antes de eso, vivió un tiempo en Milán. Conoció a Rafael Alberti e ilustró alguno de sus libros. Esta relación entre texto y dibujo sería fundamental para su obra posterior, pues una buena parte de su obra gráfica, de sus dibujos, semeja exóticas caligrafías.

Se ocupó de la escultura. Una escultura volátil, contraria a las características convencionales de este arte milenario. Esto fue parte de un proceso evolutivo, que pasó de la piedra a las varillas simples y elementos livianos. Realizó también esculturas sonoras. Objetos con barrunto surrealista, libros de artista y realizó múltiples colaboraciones. Es imposible criticar el poder sin una fuerza de apoyo.

Entre sus colaboraciones más importantes se encuentra Tucuman arde donde participaron distintos artistas e intelectuales argentinos como: Balvé, Bortolotti, Carnevale, De Nully Brown, Favario, Ghilioni, Giura, María Terese Gramuglio, Jacoby, Elizalde, Escandell, Maisonnave, Rubén Naranjo, Puzzolo, Pidustwa, Juan Pablo Renzi, Rippa, Nicolás Rosa, Schork y el escritor Rodolfo Walsh. En la concepción de la idea de la obra también contribuyeron Carreira, Paksa (creadora del título de la obra), Ruano y Suárez.

Según Juan Pablo Renzi, pintor, la obra consistía más o menos en lo siguiente:

“Tucumán Arde” fue una obra de concepción y realización colectiva y multidisciplinaria que se montó en noviembre de 1968 en las sedes de la “CGT de los Argentinos” de Rosario y Buenos Aires. La hicieron intelectuales y artistas de diferentes disciplinas, de ambas ciudades, que se proponían crear un fenómeno cultural de características políticas que excediera los cauces habituales de las vanguardias que ellos mismos practicaban. Para ello era necesario asimilar el concepto de vanguardia estética al de vanguardia política. Un objetivo fue el de evitar la “absorción de la obra” arrancándola del circuito tradicional de las instituciones culturales oficiales; El otro, transformar el hecho en un medio de transformación política y de adhesión a las luchas populares del momento.

El tema Tucumán, y los problemas sufridos por los cañeros y los obreros delos ingenios tucumanos, era uno de los cincopuntos del plan de lucha de la CGT, que los artistas apoyaron. Aunque los demás puntos eran igualmente importantes, se consideró que Tucumán presentaba mayor amplitud de enfoques por la complejidad de sus problemas (pobreza, explotación, represión, aislamiento, desiformación, etc.) y permitía realizar un trabajo más completo y eficaz.

La intención fue la de inventar una estructura que permitiera filtrar en los medios periodísticos la información que ellos mismos evitaban publicar. Para ello se partió del principio de instrumentar el “atractivo de nota” que los artistas de vanguardia generaban en los medios en la década del ’60. La estructura consistía en diferentes acciones, aparentemente independientes, que luegoconfluian en la etapa final dándole el sentido buscado y aumentando su intensidad:

a-

Campaña incógnita “TUCUMAN”. Pegatina de afiches por toda la ciudad.

b-

Campaña de la Bienal. Pegatina de afiches (de diseño más “refinado”) anunciando una “1° Bienal de Arte de Vanguardia” en la Sede de la CGT de los Argentinos.

c-

Anuncio en los medios del viaje de un nutrido grupo deartistas de vanguardia de Buenos Aires y Rosario hacia Tucumán, para “interiorizarse” de los problemas de la zona.

d-

Campaña “Tucumán Arde” – Pintadas con aerosol (al estilo campaña política” de la frase “Tucumán Arde”. Pegatina de obleas con la misma inscripción.

e-

Obtención de la información (reportajes grabados y filmados, fotografías, textos, etcétera) por el grupo que había viajado a Tucumán; este material era recibido y procesado para su exhibición por el grupo con base en Rosario, encargado de montarla exposición final.

f-

Regreso del grupo de Tucumán e inauguración de la muestra del material en la CGT de los Argentinos de Rosario; el mismo día y en el mismo lugar en que se había anunciado la inauguración de la “1° Bienal de Arte de Vanguardia”. Durante la muestra se realizaron reportajes al público que inmediatamente se desgrababa, tipeaba e imprimía para su distribución.La muestra en Rosario duró una semana. En Buenos Aires fue clausurada por la policía el mismo día de la inauguración. Algunos medios difundieron algode la información aunque no en forma completa.

La pieza desde luego resultó una provocación que desconcertó a muchos. Se escogió Tucuman por sus terribles condiciones de pobreza y desigualdad social y cultural. Quienes participaron se lo tomaron realmente en serio. Sucedió en noviembre de 1968. Ese año nos guste o no, el mundo vivió un cambio de paradigmas. León Ferrari fue uno entre otros de los más fervientes promotores de esta transformación.

Hace cinco años murió, este artista extraordinario.

Dino Saluzzi en mi corazón

Hace poco alguien me preguntó qué le recomendara a un músico argentino y sin dudarlo respondí: Dino Saluzzi. Y me preguntaron: “¿por qué?”. “No hay nada tan simple y estimulante al mismo tiempo como el disco Kultrum”, respondí. Luego de eso nos sentamos y lo escuchamos en Spotify. Hoy las cosas son así. La grabación es de 1983, así que está cumpliendo quince años.

¿Qué hace singular la música de Saluzzi? En primer lugar que él mismo la interpreta. La conoce como nadie, y en ese sentido pertenece a la tradición de compositores como Bach y Mozart. Muchos dirán, bueno, pero su música está más cerca del folklore que de la alta cultura. Pero hay que decir que esa distinción hoy ya no tiene importancia y, por otro lado, lo que hace Saluzzi no tiene en realidad ninguna clasificación. Y qué mejor. Sus colaboraciones con jazzistas como Charly Haden o Di Meola o con violonchelistas como Anja Lechner dan prueba de lo amplio, de la enorme apertura en que esta música puede caber.

Pero me centro en Kultrum. Un disco discreto, minimalista y brutal al mismo tiempo. Melodías sencillas que explotan y se aquietan. Registros que evocan el tango, pero también cierto primitivismo, lo que también apunta, como la influencia africana en “Las señoritas de Avignon” de Picasso, un toque vanguardista. De pronto en momentos inesperados emerge un tarareo, una voz que se expone pero que no dice palabras. Es canción en el sentido más pleno que se pueda pensar. Pero también es balbuceo, regocijo, pasión.

Saluzzi logra fusionar una enorme cantidad de filones y hacer una música que consigue ciertos rasgos religiosos sin pertenecer a ninguna secta. ¿Y qué es lo que suena?: un tremendo bandoneón, unas flautas, percusiones, apenas una voz. El silencio es realmente importante en esta música. La atraviesa dándole vuelo, resolución. Y pienso en Henri Michaux: “El lobo que comprende al cordero está perdido, morirá de hambre y no habrá comprendido al cordero, despreciará al lobo e ignorará casi todo sobre su propia naturaleza.”

No hay nada más preciso para describir la música de Kultrum. Hay una sabiduría que es por lo mismo dulce y delicada. Porque quien sabe no impone, enseña, desliza. Y aunque las comparaciones son malas algo parecido sucede también con la música de Frank Zappa. Son vinos de la misma cepa. Hay también en las piezas del norteamericano hallazgo, dinamismo, euforia, humor, nostalgia y sobretodo sabiduría.

Pero qué enseña la música de Saluzzi, ahora a sus 83 años: que la libertad existe, que es posible y, que nacer en una provincia no, nunca lo ha sido, es un impedimento para cambiar el orden de las cosas. La liebre como la poesía brinca por cualquier lado. Kultrum y la música de Saluzzi están ahí a la espera de todos los escuchas que merecen su regalo, su “sangre y amor”, como el mismo Dino Saluzzi dice.

 

 

 

 

 

 

 

 

The Unforgotten. 200 años de Frankenstein

The Unforgotten[1]

Karloff in Bride of Frankenstein (1935). Photograph: Moviestore/REX/Shutterstock

Si pudiéramos regresar a la vida a aquellas personas queridas que nos han dejado, ¿lo haríamos? Aunque en su novela romántica, Frankenstein, Mary Shelley (1818), no trata específicamente de este tema, uno de los más profundos deseos de la autora se ve reflejado en ella: la capacidad de crear seres vivientes o traerlos de vuelta a la vida. Mary, desde muy pequeña, tuvo diversos acercamientos a la muerte; su madre falleció al poco tiempo de nacida, tres de sus cuatro hijos murieron, y finalmente, quedó viuda poco tiempo después. Sin embargo, se especula que la inspiración para Frankenstein surgió a raíz de la muerte de su primera hija, ya que esta obra fue publicada tan sólo 4 años después. Por lo anterior, analizaré desde una perspectiva psicológica, al monstruo de la novela, como aquel hijo perdido, y al doctor Frankenstein como a un padre poco comprensivo y ausente. Ya que, desde mi perspectiva, Mary Shelley creó un personaje al que dotó de todas las habilidades humanas (y hasta sobrehumanas), y a quien hizo crecer en cada página de la novela.

El monstruo, aunque creado a imagen de un adulto, cumple con etapas del desarrollo de cualquier persona, pues visto desde cualquier teoría, por ejemplo, la Piagetiana, comienza a adquirir poco a poco las capacidades para conocer y entender el mundo que lo rodea. El monstruo comienza a entender las abstracciones de su entorno, reflexionar y solucionar problemas de forma más organizada. De esta manera, como si hubiera sido un “bebé”, logró desarrollarse hasta la “adolescencia”, en donde además de descubrir su entorno, sufrió cambios en la perspectiva de su cuerpo y comenzó a buscar la grupalidad y la aceptación social, lo cual lo llevó a sufrir un duelo que pronto se convirtió en patológico.

Al doctor Frankenstein, por otro lado, se le puede atribuir el papel de un padre incomprensivo y poco solidario, ya que dejó a la deriva a su creación, quien tuvo que descubrir y aprender el mundo en soledad. Este hecho provocó en el monstruo una terrible insatisfacción, ya que como él lo mencionaba, se sentía solo, odiado e incomprendido por todos, y en mayor medida por su creador. Esto, relacionado a la etapa de la adolescencia, le provocaba rebeliones y cambios de humor que expresaba a partir de acciones impulsivas, tales como quemar casas o hasta asesinar, con el simple objetivo de vengarse. Por esta razón, ubico al monstruo como un individuo en etapa adolescente, quien, a pesar de adquirir el entendimiento del mundo, no actúa guiándose completamente por la razón, sino de forma impulsiva y rebelde ante la sociedad, rompiendo reglas y hasta arriesgando su vida. De igual manera, se puede observar cómo el Dr. Frankenstein sufre un duelo por el “hijo” idealizado que pensaba que crearía, y el “monstruo” que en realidad resultó ser.

Más relacionado con los procesos de la adolescencia, el monstruo sufre una crisis y disgusto por su cuerpo, característica común en los adolescentes al comenzar a desarrollar caracteres sexuales secundarios. Al inicio de la novela, el monstruo no es realmente capaz de notar su cuerpo y compararlo con el de los demás, sin embargo, al lograr verlo a través de las sombras y su reflejo en el río, comienza a juzgarse y sentir disgusto por él. En esta etapa, el monstruo descubrió su propio cuerpo, el cual realmente lo desconcertó y hasta aterró, un cambio similar al que sucede con el crecimiento y maduración del cuerpo. Al igual que en la adolescencia, Shelley describe que las proporciones del cuerpo del monstruo parecían sobrepasar por mucho las normales, lo cual también sucede al perder la imagen del cuerpo infantil en los adolescentes. De igual manera, al tener conocimiento de su apariencia, el monstruo comienza a preocuparse por ella y se juzga, de modo que acepta que no será atractivo para ningún ser humano, hecho que demuestra el desarrollo de su sexualidad, la que desearía ejercer con una mujer similar a él. Por otro lado, durante la adolescencia es esperado que los seres humanos logren desarrollar su identidad, la cual se forma a partir de la convivencia y experiencias del individuo. Sin embargo, el monstruo, al vivir en soledad, es incapaz de forjar una identidad propia, por lo que desarrolla una identidad inestable basada en las impresiones que ha dado a las personas a lo largo de su vida. El monstruo se ve a si mismo a través de los ojos de otros, quienes lo ven con horror y desprecio, por lo que es incapaz de crear una imagen objetiva de sí mismo.

De acuerdo con la teoría de Aberastury y Knobel (2010), hay cierta psicopatología esperada en la adolescencia, de modo que los cambios de humor, rebeldía y alejamiento de los padres, por ejemplo, suelen ser normales en el desarrollo de un adolescente. Sin embargo, cuando el adolescente no logra superar sus crisis y duelos, los cuales están relacionados con la atención y aceptación que se le brinda, la idealización que tienen hacia sus padres, la imagen de su cuerpo y su identidad, puede comenzar a sufrir una psicopatología real. Este es el caso del monstruo, quien, al ser abandonado e incomprendido, no logró superar las adversidades de esta etapa y, por ende, comenzó a manifestarla por medio de un odio generalizado a la sociedad. Esta sociopatía la ejerce al infligir dolor a las personas, así como al perseguir eternamente a su creador con tal de destruir su vida y hacerlo sentir igual o más miserable que él.

Por esta y más razones, Mary Shelley, desde el año de 1818, remarcó la necesidad de brindar el apoyo necesario a los hijos, para ayudarlos en su desarrollo y aprendizaje en el mundo. Frankenstein, la obra, nos demuestra que, desde una perspectiva similar a la de Rousseau, el hombre es bueno por naturaleza, por lo que es el ambiente el que puede moldear al ser humano, al grado de llevarlo a realizar atrocidades y volverse malo. El monstruo nació siendo compasivo y afectivo, buscando constantemente a alguien que le correspondiera, pero al recibir odio y agresiones, desarrolló psicopatologías que lo llevaron hasta la perdición y eventualmente a la muerte. Shelley, sin haber podido criar a su hija, logró dejar el mensaje sobre la importancia de un buen cuidado, sobre la responsabilidad que tiene un padre (creador) sobre sus hijos (creación), quienes, al ser criaturas con sentimientos y pensamiento, deben de ser guiados adecuadamente.

Boris Karloff in Frankenstein (1931), directed by James Whale. Photograph: Allstar/Universal

Al apreciar en el personaje su desarrollo desde una perspectiva humana, logramos percibir algunos paralelos con su realidad artificial. Shelley, desde su desesperanza y tristeza, logró crear una novela que nos deja un mensaje importante a sus lectores. La vida no es un juego, así como no se pueden crear seres humanos desde cero, no podemos dejarlos a la deriva.

El deseo de Shelley de crear o devolver la vida se plasma en esta obra, dando vida a uno de los personajes más icónicos de todos los tiempos. El monstruo podrá seguirse viendo como una atrocidad, sin embargo, es un claro ejemplo del desarrollo y crecimiento de un ser humano.

Referencias:

– Aberastury, A. & Knobel, M. (2010). La adolescencia normal, México D.F., México: Paidós.
– Carín. (2013). Mary Shelley: Vida y misterio de una autora macabra. Recuperado de https://www.clarin.com/literatura/mary_shelley-vida-misterio-autora-macabra_0_Skt-ZK7jP7x.html
– Shelley, M. (2013). Frankenstein. México DF, México: Punto de Lectura.
Poetry Foundation. (s.f.). Mary Wollstonecraft Shelley. Recuperado de https://www.poetryfoundation.org/poets/mary-wollstonecraft-shelley
– Romero, S. (s.f.). Las obras más importantes de Mary Shelley. Recuperado de  https://www.muyhistoria.es/contemporanea/fotos/las-obras-mas-importantes-de-mary-shelley/frankenstein-o-el-moderno-prometeo

[1] Shelley no logra olvidar todas las pérdidas humanas que sufrió. Su memoria parece influenciar su obra.