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The Unforgotten. 200 años de Frankenstein

The Unforgotten[1]

Karloff in Bride of Frankenstein (1935). Photograph: Moviestore/REX/Shutterstock

Si pudiéramos regresar a la vida a aquellas personas queridas que nos han dejado, ¿lo haríamos? Aunque en su novela romántica, Frankenstein, Mary Shelley (1818), no trata específicamente de este tema, uno de los más profundos deseos de la autora se ve reflejado en ella: la capacidad de crear seres vivientes o traerlos de vuelta a la vida. Mary, desde muy pequeña, tuvo diversos acercamientos a la muerte; su madre falleció al poco tiempo de nacida, tres de sus cuatro hijos murieron, y finalmente, quedó viuda poco tiempo después. Sin embargo, se especula que la inspiración para Frankenstein surgió a raíz de la muerte de su primera hija, ya que esta obra fue publicada tan sólo 4 años después. Por lo anterior, analizaré desde una perspectiva psicológica, al monstruo de la novela, como aquel hijo perdido, y al doctor Frankenstein como a un padre poco comprensivo y ausente. Ya que, desde mi perspectiva, Mary Shelley creó un personaje al que dotó de todas las habilidades humanas (y hasta sobrehumanas), y a quien hizo crecer en cada página de la novela.

El monstruo, aunque creado a imagen de un adulto, cumple con etapas del desarrollo de cualquier persona, pues visto desde cualquier teoría, por ejemplo, la Piagetiana, comienza a adquirir poco a poco las capacidades para conocer y entender el mundo que lo rodea. El monstruo comienza a entender las abstracciones de su entorno, reflexionar y solucionar problemas de forma más organizada. De esta manera, como si hubiera sido un “bebé”, logró desarrollarse hasta la “adolescencia”, en donde además de descubrir su entorno, sufrió cambios en la perspectiva de su cuerpo y comenzó a buscar la grupalidad y la aceptación social, lo cual lo llevó a sufrir un duelo que pronto se convirtió en patológico.

Al doctor Frankenstein, por otro lado, se le puede atribuir el papel de un padre incomprensivo y poco solidario, ya que dejó a la deriva a su creación, quien tuvo que descubrir y aprender el mundo en soledad. Este hecho provocó en el monstruo una terrible insatisfacción, ya que como él lo mencionaba, se sentía solo, odiado e incomprendido por todos, y en mayor medida por su creador. Esto, relacionado a la etapa de la adolescencia, le provocaba rebeliones y cambios de humor que expresaba a partir de acciones impulsivas, tales como quemar casas o hasta asesinar, con el simple objetivo de vengarse. Por esta razón, ubico al monstruo como un individuo en etapa adolescente, quien, a pesar de adquirir el entendimiento del mundo, no actúa guiándose completamente por la razón, sino de forma impulsiva y rebelde ante la sociedad, rompiendo reglas y hasta arriesgando su vida. De igual manera, se puede observar cómo el Dr. Frankenstein sufre un duelo por el “hijo” idealizado que pensaba que crearía, y el “monstruo” que en realidad resultó ser.

Más relacionado con los procesos de la adolescencia, el monstruo sufre una crisis y disgusto por su cuerpo, característica común en los adolescentes al comenzar a desarrollar caracteres sexuales secundarios. Al inicio de la novela, el monstruo no es realmente capaz de notar su cuerpo y compararlo con el de los demás, sin embargo, al lograr verlo a través de las sombras y su reflejo en el río, comienza a juzgarse y sentir disgusto por él. En esta etapa, el monstruo descubrió su propio cuerpo, el cual realmente lo desconcertó y hasta aterró, un cambio similar al que sucede con el crecimiento y maduración del cuerpo. Al igual que en la adolescencia, Shelley describe que las proporciones del cuerpo del monstruo parecían sobrepasar por mucho las normales, lo cual también sucede al perder la imagen del cuerpo infantil en los adolescentes. De igual manera, al tener conocimiento de su apariencia, el monstruo comienza a preocuparse por ella y se juzga, de modo que acepta que no será atractivo para ningún ser humano, hecho que demuestra el desarrollo de su sexualidad, la que desearía ejercer con una mujer similar a él. Por otro lado, durante la adolescencia es esperado que los seres humanos logren desarrollar su identidad, la cual se forma a partir de la convivencia y experiencias del individuo. Sin embargo, el monstruo, al vivir en soledad, es incapaz de forjar una identidad propia, por lo que desarrolla una identidad inestable basada en las impresiones que ha dado a las personas a lo largo de su vida. El monstruo se ve a si mismo a través de los ojos de otros, quienes lo ven con horror y desprecio, por lo que es incapaz de crear una imagen objetiva de sí mismo.

De acuerdo con la teoría de Aberastury y Knobel (2010), hay cierta psicopatología esperada en la adolescencia, de modo que los cambios de humor, rebeldía y alejamiento de los padres, por ejemplo, suelen ser normales en el desarrollo de un adolescente. Sin embargo, cuando el adolescente no logra superar sus crisis y duelos, los cuales están relacionados con la atención y aceptación que se le brinda, la idealización que tienen hacia sus padres, la imagen de su cuerpo y su identidad, puede comenzar a sufrir una psicopatología real. Este es el caso del monstruo, quien, al ser abandonado e incomprendido, no logró superar las adversidades de esta etapa y, por ende, comenzó a manifestarla por medio de un odio generalizado a la sociedad. Esta sociopatía la ejerce al infligir dolor a las personas, así como al perseguir eternamente a su creador con tal de destruir su vida y hacerlo sentir igual o más miserable que él.

Por esta y más razones, Mary Shelley, desde el año de 1818, remarcó la necesidad de brindar el apoyo necesario a los hijos, para ayudarlos en su desarrollo y aprendizaje en el mundo. Frankenstein, la obra, nos demuestra que, desde una perspectiva similar a la de Rousseau, el hombre es bueno por naturaleza, por lo que es el ambiente el que puede moldear al ser humano, al grado de llevarlo a realizar atrocidades y volverse malo. El monstruo nació siendo compasivo y afectivo, buscando constantemente a alguien que le correspondiera, pero al recibir odio y agresiones, desarrolló psicopatologías que lo llevaron hasta la perdición y eventualmente a la muerte. Shelley, sin haber podido criar a su hija, logró dejar el mensaje sobre la importancia de un buen cuidado, sobre la responsabilidad que tiene un padre (creador) sobre sus hijos (creación), quienes, al ser criaturas con sentimientos y pensamiento, deben de ser guiados adecuadamente.

Boris Karloff in Frankenstein (1931), directed by James Whale. Photograph: Allstar/Universal

Al apreciar en el personaje su desarrollo desde una perspectiva humana, logramos percibir algunos paralelos con su realidad artificial. Shelley, desde su desesperanza y tristeza, logró crear una novela que nos deja un mensaje importante a sus lectores. La vida no es un juego, así como no se pueden crear seres humanos desde cero, no podemos dejarlos a la deriva.

El deseo de Shelley de crear o devolver la vida se plasma en esta obra, dando vida a uno de los personajes más icónicos de todos los tiempos. El monstruo podrá seguirse viendo como una atrocidad, sin embargo, es un claro ejemplo del desarrollo y crecimiento de un ser humano.

Referencias:

– Aberastury, A. & Knobel, M. (2010). La adolescencia normal, México D.F., México: Paidós.
– Carín. (2013). Mary Shelley: Vida y misterio de una autora macabra. Recuperado de https://www.clarin.com/literatura/mary_shelley-vida-misterio-autora-macabra_0_Skt-ZK7jP7x.html
– Shelley, M. (2013). Frankenstein. México DF, México: Punto de Lectura.
Poetry Foundation. (s.f.). Mary Wollstonecraft Shelley. Recuperado de https://www.poetryfoundation.org/poets/mary-wollstonecraft-shelley
– Romero, S. (s.f.). Las obras más importantes de Mary Shelley. Recuperado de  https://www.muyhistoria.es/contemporanea/fotos/las-obras-mas-importantes-de-mary-shelley/frankenstein-o-el-moderno-prometeo

[1] Shelley no logra olvidar todas las pérdidas humanas que sufrió. Su memoria parece influenciar su obra.

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