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Murió Francisco Toledo

MMurió Francisco Toledo. Pintor. Artista mexicano y del mundo. En varias ocasiones estuve con él. Nunca conversamos. Pero siempre se portó generosamente con la revista que hacía junto con Hugo Gola. El Iago fue nuestra casa. Ahí presentamos varios números de El poeta y su trabajo. Se paraba frente a un ventanal y escuchaba atento. Fue amable y discreto. Recuerdo su imagen en el momento en que se opuso a la invasión de McDonald’s.

Recuerdo igualmente que con José Molina fuimos una vez a Mitla. Nos enseñó un templo lleno de caca y meados. Por eso me enteré del libro de López Austin donde también colaboró Toledo. Una vieja historia de la mierda. Su pintura recoge los colores de la tierra del sureste de México pero incorpora lo mejor del expresionismo abstracto y el materialismo español, internacional. Pensar que Toledo era oaxaqueño es una verdad pero al mismo tiempo una limitante. Su trabajo trasciende toda frontera y su integridad ética también. Nos cuidó a todos y su altura es indiscutible. La biblioteca del Iago es extraordinaria, la fonoteca, la galería de fotos, El Pochete, un cinito que promovió lo mejor del cine. Vi varas películas de Fassbinder en esa sala con su patio breve e infinito.

Una vez en una galería en Nueva York vi una de sus pinturas. Era amplia como una montaña. Soplaba el viento porque había polvo terracota elevándose. Era casi nada y no. No había ahí todavía su figurativismo último. Era un lienzo de color. Color y nada más. Tierra y fierro. Óxido, pura sutileza. Y a pesar de los pocos elementos que integraban la tela olí a México, su tortilla, sus moléculas. La forma de un presente que evocaba el largo tránsito de hombres y mujeres caminando un territorio seco, preciso, indomable, como sigue siendo nuestro país.     

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