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Simio meditando (ante una lata oxidada de aceite de oliva)

Probablemente yo no sea la persona más indicada para hacer esta presentación. Eso por dos razones: la primera, que no sé ni me gusta hablar de literatura, menos aún de poesía. Lo saben todos los que alguna vez lo han intentado. Me preguntan por un libro o un autor y digo, ah, sí, he leído algo y salgo corriendo de ahí corriendo lo más rápido que puedo. La segunda, porque, por razones evidentes, no tengo ninguna distancia de ningún tipo con el autor.

Lo que sí tengo es, llamémosle así, una pequeña ventaja. Sé en qué circunstancias y en qué condiciones se ha escrito este libro. Eso no debería importar porque, ya lo sabemos, los libros deben defenderse solos y prescindir de cualquier relato heroico sobre su gestación. Sin embargo, me voy a permitir una visión de parte y desde ahí lo que voy a decir es que soy testigo de la honestidad de la escritura de este libro.

He dicho honestidad y me imagino que no es un término que Mario aprecie en relación con sus poemas. A él le interesa el lenguaje, no la honestidad. No por un defecto moral sino porque decir que alguien es honesto cuando escribe pareciera implicar que ese alguien tiene algo que decir y lo dice honestamente. Y yo estoy convencida de que Mario está convencido de que no hay nada que decir. No solo de que él no tiene nada que decir sino de que no hay qué decir. A pesar de ese convencimiento, en este libro, con mayor énfasis que en otros, Mario se sigue preguntando qué es ese qué que no hay que decir. Esa es la honestidad fundamental de este libro, persistir en la pregunta y quedarse en ella sin dar el paso que parecería natural que es encontrar alguna tipo salida metafísica.

Hay un libro de Roberto Calasso llamado Ka, una narración maravillosa basada en la mitología hindú. Ya sabemos que a Mario le “joden los excesos místicos”, pero en fin. Al inicio del libro de Calasso, el pájaro Garuda se pregunta ¿Quién es Ka? pero Ka, que es un dios, es también una pregunta, ¿Quién? Y ¿Quién?, Ka, es la última pregunta, la que se hace cuando todas las demás ya se han formulado. En eso me hizo pensar este poemario, con la diferencia de que la pregunta no es ¿quién? sino ¿qué? Eso porque estos poemas están justo un paso antes de la fe y por lo tanto no reconocen ninguna voluntad, ningún sentido. Aunque quizás su formulación negativa ¿qué no hay? hace de esta una pregunta que la acerca a la teología.

“Escribir no dice qué hay” dice un verso del poema Vietnam. Podríamos quitar la tilde de ese “que”: “escribir no dice que hay”. La idea que recorre este libro es, de hecho, que no hay [nada]. Esa formulación evita la reificación de lo que hay/no hay.

Ahora bien, creo que la peculiaridad de este libro tiene que ver sobre todo, no tanto con la ausencia de una escapatoria metafísica sino con la ausencia de un salto o una puerta de salida metalingüística, que sí está presente en otros libros de Mario. Estos poemas están un paso antes de la fe, es verdad. Pero también un paso antes, o después, del cinismo. Mario se queda esta vez en las fronteras de ambas escapatorias, se queda en el

“… corte invisible en el río”

ese río que antes “era una sola cosa marrón que fluía” y a su vez “dividía los cazadores/recolectores de un lado/y lo que no es recolectable/ni cazable del otro.

Todo está partido en dos, en tres porque el río que divide también cuenta, pero no se afirma ni siquiera la existencia de ese todo, de ese qué sobre el que se produce la división. No hay qué decir y preguntarse ¿qué no hay? parece ser solo la posibilidad de pararse en una frontera que no existe porque ambos lados de ese límite, y el límite mismo, son indistinguibles. No hay qué decir si

“el ventilador

que visto sin anteojos

parece un enorme papagayo blanco

 

y

que visto con anteojos

es un enorme papagayo blanco

 

parece un enorme papagayo blanco.”

Esa frontera es la vía del tren en la que muere el ciego Meireles. Es también el reflejo de la profunda soledad del simio que medita. Y es esa soledad, que es una forma de la honestidad, la que lo lleva a renunciar a morir entre los turistas y también a ser enterrado entre los simios.

Una vez que el simio se reconoce en otro, o en sí mismo, simio a simio, cae en la cuenta cuenta de que no hay salida. Incapaz de encontrar una salida hacia un más allá de cualquier tipo, no puede cambiar su vida sino únicamente perderla “ante un muro indescifrable de cigarras”. El simio pierde la vida estrellándose contra la barrera final de la intraducibilidad entre el lenguaje y la cosa, esa cosa que, como las cigarras, no habla pero hace algo que se le parece pero que resulta indescifrable.

En este libro hay casi un reconocimiento de que la única manera que tiene el lenguaje de traducirse a cosa es dejar de ser lenguaje.

“El único homenaje del lenguaje a este mundo es llorar a destiempo” dicen un verso del poema Vietnam.

Pero en ese verso el lenguaje hace algo que el lenguaje no puede hacer: llora. Llorar no es un acto del lenguaje. El lenguaje se ha traducido a cosa en ese llanto. Y sin embargo, ese llanto se produce a destiempo y ese destiempo ratifica, por más contradictorio que resulte, la imposibilidad de la traducción del lenguaje a la cosa, la imposibilidad de que el lenguaje deje de ser lo que es. El lenguaje no llora, solo dice que llora.

Dije que en este libro hay casi un reconocimiento de la imposibilidad de traducir de lengua a cosa. Solo casi, porque hay un rostro, como dicen los versos del poema Sabogal, un rostro que:

“Dice que nos ama

Dice que nos ama

Y nosotros amamos de vuelta”

En esos versos el lenguaje, que habita un cuerpo, logra tocar a la cosa y logra producir un efecto sobre ella. Por eso, volviendo a la pregunta inicial, cuando desde algún lugar de la frontera, Mario pregunta ¿qué? lo que obtiene parece un eco que viene del otro lado del río. Pero extrañamente no son sus propias palabras las que ese eco devuelve. No puedo más que especular pero quizás sean las de las cigarras.

*El presente texto fue escrito para la presentación del libro Simio meditando (ante una lata oxidada de aceite de oliva) de Mario Montalbetti, editado por Mangos de Hacha (2016).

SIMIO_portada

Simio meditando (ante una lata oxidada de aceite de oliva)
Mario Montalbetti
MaNgOs de HaChA
2016

 

 

 

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