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¿Qué hace usted en un libro como éste?

¿Qué hace usted en un libro como éste?
Crónicas ultrajantes.
Rogelio Villarreal
Producciones El Salario del Miedo / Almadía.
México, 2015.

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Se dice que ciertos obras abren brechas, más que trascender los géneros, los funden y los traicionan: los inventan. El libro que ahora comento participa de este espíritu ecléctico, anómalo: una dicotomía hereje.

Es sabida la labor y el carácter intenso y multifacético de Rogelio Villarreal: su interés no sólo por el periodismo cultural, si no por la historia y la política global, la fotografía documental y las mil vertientes de la música, la literatura y sus hibridaciones, el papel en la cultura de las nuevas tecnologías; además de su recurrente pasión por el debate, la apasionada discusión y su agresiva lucha contra la distorsión purificadora.

Desde las páginas de éste su tercer libro, Villarreal se planta para desmentir las exageraciones, las omisiones y las reducciones simplistas: Monsiváis no fue tan ubicuo como su fama, tampoco la crónica es un difuso y bien pensante ornitorrinco, como dijera Villoro.

El género narrativo del periodismo no debería ser una fotografía pasada por los mil filtros del Photoshop, la crónica no tendría que ser el apunte de los Indiana Jones región 4.0, mucho menos motivo y fin del heroico galardón para el lucimiento de los multipremiados por el FNPI.

El editor del proyecto Replicante, y las extintas La Regla Rota y La Pus Moderna, se acoge a la tajante voz del tótem Granados Chapa: “Combata la ambigüedad: no insinúe, no exagere, no minimice”. Nuestro autor pasa el plumero y hasta baja del altar a santones como Kapuscinski o García Márquez: “¿Tú también mientes a veces?”.

Con agudeza, con puntualidad, Villarreal se demora encarnizadamente en las miserias del populoso vedetismo periodístico, el de la hinchazón retórica o del dato inane, aquel que hasta Borges llegó a lamentar: “¿Qué importa que un ministro viaje o no?”

Campo de fuerzas

Sin embargo, ¿Qué hace usted en un libro como éste? es mucho más que un volumen de crónicas. Se lee y parece estar escrito como un minucioso diario de viajes. Un rabioso cuaderno de fobias y filias. Un retrato familiar. O un compendio de periodismo cultural. Hecho desde un afán de mirar y maravillarse, extrañarse, evocar y contar.

Una forma de narrativa objetiva y al mismo tiempo emocional. Como quien mira y escribe con una lupa y un telescopio. Pero también con un escalpelo.

Entre sus muchos valores, destacaré primero su precisión narrativa, la poderosa desnudez de muchas de sus frases, casi como arranques de alguna novela:

“La mañana que violaron a Ivana y Lucía era quieta y llena de sol. Hacía un viento ligero y fresco y los volcanes parecían estar a tiro de piedra.”

En el otro extremo retórico, la forma descarnada o poética de vivir o mirar los lugares: Los Ángeles, Dublín, Torreón, Guadalajara, el viaje como delirio e introspección:

“Monterrey: “esas montañas que parecen cortadas a hachazos por un dios mitológico enfurecido.”

Pero la parte más profunda en significados, más rica en matices e intertexto, es ese hueco que se abre intermitente a lo largo del libro para hablar de la familia, ese campo de fuerzas donde se entrecruza el misterio del origen, la brutalidad, el amor y la cultura. La familia como filiación: destino y enigma.

O las fechas de la patria como símbolo, el 16 de septiembre celebrado por la “escandalosa turba alcoholizada”, y el crecer de golpe, entre la confusión y el deslumbramiento: “Los niños sólo son culpables de la neurosis de su padre y de la histeria de su madre.”

Los libros y las letras como un hallazgo, un refugio y un camino hacia la liberación, pero también hacia el espanto: Las revistas Alarma! de la tía Amelia y su lectura encerrado, en “dos o tres horas atroces”.

Y el amor y la amistad y el odio. Los viajes, los proyectos y los amigos perdidos o muertos temprano. Y las voces claras de la imagen filial y la sangre:

“Mi abuelo nos contaba historias de fantasmas: decía que estos no eran traslúcidos y desfigurados, sino que lucían como una persona común.”

Y el odio, transparente y concreto como un cristal:

“Yo tragándome el puto coraje. Pensando que yo podría estar en el lugar del vagabundo (Así es la vida del free lance ¿No es cierto?)”. Y el país como un pavoroso desastre: los niños sacrificados por la miseria o la barbarie. Las mujeres violadas, muertas, o tragadas por las aguas. Y los funcionarios en sus boletines oficiales consignando terribles muertes causadas por una “infección de garganta”.

Estos apuntes -voces, evocaciones y testimonios- entrecruzados así, reflejo de una voz viva, desde el cerebro y la entraña, son los ladrillos que hacen de este libro un documento doloroso y verdadero. Entrañable. Una prueba de que su autor supo escribir sin traicionar al buen Marco Polo -papá de todos los cronistas- y poder consignar, de muchas maneras, como el viajante italiano, desde el sentimiento y la razón: “la cosas vistas como vistas, las oídas como oídas.”

 

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