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Proust contra la decadencia. Conferencias en el campo de Griazowietz.

Jósef Czapski
Traducción: Mauro Armiño
Siruela, 2012

czapski

El pintor polaco Jósef Czapski (1896-1993) expuso en 1941, ante sus compañeros de encierro en el campo soviético de Griazowietz, una conferencia sobre la obra y vida de Marcel Proust. Griazowietz fue la última parada de una deportación que incluyó antes los campos de concentración de Starobielsk, Kozielsk y Ostachkov, aproximadamente 19.000 personas en total, cifra que se redujo a 400 instaladas finalmente en Griazowietz. Para combatir la desolación del encierro, el grupo organizó charlas sobre diferentes temas: arte, historia, arquitectura, alpinismo. Czapski se encargó de algunas charlas sobre pintura y literatura francesa. El libro transcribe las que ofreció a sus compañeros sobre A la recherche du temps perdú, una reconstrucción precisa sin más recurso que el puro recuerdo de su lectura.

Como buen polaco de aquellos tiempos, nacido en una familia aristocrática, Czapski había pasado una temporada en París a partir del año 24. De primera fuente evoca, entonces, los libros y autores que circulaban en aquél momento en la capital francesa. Luego su relato se hunde en los acontecimientos del libro y la relación con su autor. Estamos frente a un discurso en un campo de concentración. Sobre los oyentes, a 45° grados bajo cero, se ven los retratos de Marx, Engels y Lenin. Soportar la catástrofe considera la resistencia por algún medio. Darse clases significó que el dolor rutinario no podía asumirse como única experiencia. La transmisión de conocimiento asomó aquí como opción legítima de evasión, como terapia contra la decadencia. Ejercitar la imaginación en medio de la inmovilidad.

Czapski es un excelente conocedor de Proust y su obra. Sus conferencias son notables por señalar puntos claves del arte proustiano: la profundidad de las impresiones -y no su mera exteriorización; su relación con la filosofía de Henri Bergson, de quien recuerda su tesis principal: “Éste afirmaba que la vida es continua y nuestra percepción discontinua. Nuestra inteligencia, por tanto, no puede formarse una idea de la vida que sea adecuada. No es la inteligencia, sino la intuición lo más adecuado a la vida.”; el ejercicio del pastiche; su “naturalismo con microscopio”; cierta objetividad aplicada a fenómenos sociales o individuales, entre otros.

Este último aspecto pone a Czapski en la ruta de una crítica al didactismo o tendencia a las escrituras puestas al servicio de dogmas de cualquier tipo. Discute ejemplos de la tradición francesa, polaca y rusa sobre este punto delicado de la creación artística, frente al que la historia pone constantemente al sujeto ante sus retornos y cuestionamientos. El caso de Proust en este plano le parece a Czapski un ejemplo de imparcialidad a favor de la obra y su potencia cognitiva: “Encontramos en él una ausencia tan absoluta de prejuicio, una voluntad de saber y de comprender los estados de alma más opuestos entre sí, una capacidad de descubrir en el hombre más bajo los gestos nobles en el límite de lo sublime, y reflejos bajos en los seres más puros, que su obra actúa sobre nosotros como la vida filtrada e iluminada por una conciencia cuya precisión es infinitamente más grande que la nuestra.”

Destacar este aspecto de la obra proustiana, en el contexto de un encierro que responde a cuestiones ideológicas, significa afirmar la libertad artística a condición que se realice bajo criterios de la propia obra, y nada más. Si la obra se moviliza por un afán didáctico o tendencioso, moral, político o religioso, se verá disminuida en cuanto pieza de arte. Es lo que ocurre con Resurrección de Tolstoi, según Czapski. Me parece que este acento en la imparcialidad artística se justifica cuando los elementos ideológicos de la obra, incluso los estéticos, se ordenan bajo la línea de una búsqueda incondicionada. Establecida ésta como única norma de creación, atrayendo hacia sí toda la incertidumbre del proceso artístico, lo que aparezca como contenido de cualquier índole estará bajo el ángulo crítico de la libertad artística. El mismo Proust decidió en un momento incorporar el affaire Dreyfus, viéndose interpelado por asuntos personales y morales, en juego en este conflicto político-social, que lo identificaban profundamente (judaísmo, sentimiento de justicia, relaciones mundanas), pero ante todo este acontecimiento histórico funciona en la obra como un pretexto para explorar regiones de la existencia humana ensayables en un discurso literario. El affaire Dreyfus cobra un valor simbólico que el hecho histórico desnudo no tiene más que a través de la mirada de otro.

Imagen por: Agra Art

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