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Historia mínima para un nocturno de Manuel Acuña

La tarde del 6 de diciembre de 1873 Manuel Acuña inventó a Manuel Acuña. Las pesquisas sobre esta génesis deben iniciar con el suicidio del poeta en su habitación de la Escuela Nacional de Medicina. Según relató Juan de Dios Peza, quien lo acompañó en larga caminata por la Alameda Central la noche anterior a los hechos, el poeta se despidió frente a casa de Rosario de la Peña, ubicada en la hoy desaparecida calle de la Santa Isabel; lo hizo, luego de citar a su joven amigo a la una de la tarde del día siguiente bajo la advertencia de “partir sin despedirse”, de no acudir a su encuentro a tiempo. De la Peña confirmó la versión de Peza: Acuña intentó seducirla esa noche por vez última; también por vez última fue rechazado por tratarse —en palabras de Rosario citadas por Benjamín Jarnés— de “un descreído, un ateo, un vicioso… un infiel”. Esa misma noche, el poeta le entregó en suelto las estrofas de un intitulado «Nocturno», con el señalamiento en misma caligrafía: «(Fragmentos de Manl. Acuña)». Sabemos por las notas que ocuparon a todos los diarios de la capital en días posteriores, que el cianuro fue ingerido al punto de la hora prometida, legando a los versos la macabra como extraordinaria eternidad que sucedió a la del sepulcro. Una vez más fue Peza quien aclaró en sus Memorias, reliquias y retratos que, a pesar de que muchos aseguraron fue el «Nocturno» su obra postrera, sus amigos recitaban los versos “desde tres meses antes”.

Pese a lo poco confiable que puede resultar el testimonio del memorioso Peza, quien escribió a casi 30 años de distancia, estas observaciones permiten establecer la hipótesis que mueve mi reflexión: el manuscrito en poder de la musa puede o no ser la versión que después circularía en la prensa. La primera edición del «Nocturno» —que yo haya visto— se imprimió en El Artista, durante los primeros meses de 1874. No obstante, como se puede observar en el ejemplar que resguarda la Hemeroteca Nacional de México, el poema no se presentó gráficamente en quintetas de alejandrinos, tal cual se resuelve en el manuscrito a de la Peña, sino en una combinación muy extraña: sextillas de metros combinados: dos alejandrinos, dos heptasílabos y dos alejandrinos, donde queda libre la rima del tercer lingote:

¡Pues bien! yo necesito decirte que te adoro,

decirte que te quiero con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro,

que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto; y al grito en que te imploro,

te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.

(«…A Rosario», El Artista, México, t. I, enero de 1874, núm. 1, pp. 168-171.)

 

Poco se ha mencionado que el manuscrito que Acuña cedió a Rosario esa noche de 1873 está incompleto: le falta la última, décima estrofa. Ésta, ceñida al original con diferente caligrafía, se la completó de su puño y letra el poeta Enrique Fernández Granados, cuñado de Rosario, según confesó él mismo a José López Portillo y Rojas. Todavía más: el propio Acuña tituló la versión regalada y resuelta en alejandrinos como «(Fragmentos)», lo cual tiene sentido. ¿Perseguía una forma? Si releemos la estancia faltante nos damos cuenta de que se trata de la despedida de los enamorados: en todo caso, lo que quería Acuña era entablar relación con de la Peña, no terminarla, como hizo, esto sí, con Laura Méndez Lefort:

Esa era mi esperanza; mas ya que a sus fulgores

se opone el hondo abismo que existe entre los dos,

¡adiós por la vez última,

amor de mis amores,

la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores,

mi lira de poeta, mi juventud, adiós!

(«… A Rosario», en El Artista, México, t. I, enero de 1874, núm. 1, pp. 168-171.)

 

Según esta hipótesis —desarrollada por Ángel José Fernández—, el «Nocturno» sería la culminación del ciclo que el coahuilense escribió a Laura Méndez, pero que circunstancialmente dedicó a Rosario de la Peña, haya sido como lance, como desquite o como rabieta, si se quiere. De este modo, la composición del poema bien podría datarse entre febrero y septiembre de 1873: meses en que se dio la ruptura definitiva de la pareja, sin importar que en torno a esa crisis Laura Méndez haya quedado embarazada. Si nos atenemos a la lectura biográfica del «Adiós» de Acuña, publicado el 4 de marzo en El Siglo XIX, encontramos el inicio de una secuencia de cortesías poéticas, a las que respondió Méndez Lefort con su composición homónima. Este poema resuelto en quintetas de alejandrinos menciona al fruto de su amor, Guillermo Manuel Acuña Méndez, quien nació el 23 de octubre de 1873, según hace constar la partida 288 del libro segundo de bautismos de hijos naturales de la Parroquia de la Santa Veracruz.

Sea que el «Adiós» de Laura Méndez haya servido de modelo al «Nocturno» de Acuña, o a la inversa, la lectura comparada entre ambos revela curiosas correspondencias (el mismo ritmo, la misma composición métrica, no pocas veces, sus mismas palabras e imágenes) que aguardan a ser estudiadas:

¡Que hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,

los dos unidos siempre y amándonos los dos;

tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,

los dos una sola alma, los dos un solo pecho,

y en medio de nosotros, mi madre como un dios!

(«Nocturno. [Fragmentos de Manl. Acuña]»)

 

¡Qué hermoso era el delirio de mi alma soñadora!

¡Qué bello el panorama que creaba mi ilusión!

Un mundo de delicias gozar hora tras hora,

y entre crespones blancos y ráfagas de aurora

la cuna de nuestro hijo como una bendición.

(«Adiós», en El Siglo XIX, México, octava época, año XXXIII t. 56 [domingo 29 de marzo de 1874], núm. 10,672, p. 2.)

 

Son estos los elementos que apuntan hacia la existencia de un segundo manuscrito, que pudo llegar a los talleres de El Artista, días antes o después del suicidio. Eso explicaría las diversas variantes que se encuentran en el impreso con respecto al obsequiado a de la Peña. Sin embargo, ¿persigo un tercero?

Hasta donde sé la publicación del «Nocturno» fue póstuma. La tercera versión del poema, presentada en tiradas de diez líneas de heptasílabos con rima en pares, se encuentra en Versos (1874):

¡Pues bien! yo necesito

decirte que te adoro,

decirte que te quiero

con todo el corazón;

que es mucho lo que sufro,

que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto

y al grito en que te imploro,

te imploro y te hablo en nombre

de mi última ilusión.

(«Nocturno», en Versos, Ed. de Domingo R. Arellano, Tipografía Escalerillas, México, 1874, pp. 204-208.)

 

Esta versión proviene con toda seguridad de Agustín F. Cuenca, lo que requiere una explicación: al suicidarse Acuña, el Liceo Hidalgo propuso se editaran «sus canciones» con un prólogo de Ignacio Manuel Altamirano. Para realizar esta empresa, El Radical dio a conocer que se nombró comisionados a los socios Antonio Coéllar y Argomaniz, Juan de Dios Peza, Gerardo María Silva y Agustín F. Cuenca, todos ellos amigos íntimos de Acuña. El menos íntimo resultó el acomodaticio en cuanto oportunista Peza, quien luego de destacar la importancia de esta honrosa comisión y afamarse con tal empresa, se olvidó del asunto. Más tarde desertó Coéllar y Argomaniz, quien se conformó con ser el enlace entre el editor del volumen, Domingo R. Arellano, y la mamá del fallecido, doña Refugio Narro. Silva también se retiró a pesar de que fue a quien Acuña encomendó sus cosas de difunto. Finalmente, Altamirano hizo lo propio, e incluso, no escribió el prólogo, al parecer, por falta de tiempo (según Caffarel Peralta, lo redactó de último momento Javier Santa María). Cuenca se quedó solo con la edición, así lo dejó dicho luego de la polémica que ocupó al Liceo sobre el destino de las regalías del libro:

El que suscribe estas líneas tuvo especial empeño en contribuir al mayor éxito de la publicación, y con tal objeto coleccionó muchas de las poesías de Acuña; proporcionó las inéditas al editor de la obra; se encargó gratuitamente de la corrección de pruebas, y agenció algunas suscripciones; pero respecto de los productos se ha cuidado de tener injerencia alguna, pues de lo contrario ya habría publicado minuciosamente las cuentas respectivas. («La tumba de Manuel Acuña», en El Siglo XIX, octava época, año XXXIV, t. 67 [lunes 29 de marzo de 1875], núm. 10,986, pp. 2-3.)

 

Versos terminó de imprimirse y repartirse por pliegos en los primeros meses de 1875, aunque la publicación lleva fecha de 1874. Esta versión del «Nocturno» se reproduce en las ediciones posteriores de la obra de Acuña: desde las múltiples apariciones en prensa hasta las más importantes: Poesías (Hermanos Garnier, París, 1884), pasando por la antología de El Parnaso Mexicano (Imprenta de La Ilustración, México, 1885), así como las Obras aumentadas, corregidas y prologadas por Peza (Maucci, Barcelona, s.f.), y Rafael de Zayas Enríquez (Ramón Lainé, México-Puebla-Veracruz-París, 1891), entre muchas otras. La variante en heptasílabos quedó enmendada en la edición de José Luis Martínez (Porrúa, México, 1949), mandada a realizar a propósito del centenario del nacimiento del coahuilense. Sin embargo, el famoso crítico, quien seguro tuvo acceso al manuscrito, no dio noticia de este cambio a la hora de corregir la histórica errata. Esto ha provocado que salvo algunas excepciones, entre las que he encontrado la Poesía mexicana I: 1810-1914 (Promociones Editoriales Mexicanas, México, 1979) de José Emilio Pacheco, los editores de Acuña continúen presentando el poema en heptasílabos, no en alejandrinos.

¿Se trata de un capricho de filólogo? No lo creo… lo niego pese a que más de un especialista podría rebatirme con razón que durante el siglo XIX eran comunes los cortes a versos de arte mayor en hemistiquios, debido, claro, a una condicionante material: las cajas de los periódicos a seis columnas limitaban el espacio a unos cuantos tipos. Esto explicaría los cortes realizados a variadas composiciones de la época entre las que figura —¡oh, paradoja!— el poema «Adiós», de Laura Méndez, que he citado líneas arriba. Sin embargo, en el caso de la edición de Versos esta posibilidad resulta trivial. ¿Por qué Cuenca eligió el heptasílabo? ¿El manuscrito al que tuvo acceso contaba con las diez estrofas? Sea cual sea el caso, las interrogantes pueden erigirse únicamente en el plano de la sospecha hasta no contar con nuevos descubrimientos bibliohemerográficos. Éste ha pretendido ser sólo un fragmento, casi una nota al pie para el estudio del «Nocturno», sin duda, la bengala más luminosa en la noche de nuestro romanticismo mexicano.

 

Bibliografía:

Peza, Juan de Dios, Memorias, reliquias y retratos, Librería de la viuda de Ch. Bouret, París, 1900.

Jarnés, Benjamín, Manuel Acuña, poeta de su siglo, Ediciones Xóchitl, México, 1942.

López Portillo y Rojas, José, Rosario la de Acuña, Librería Española, México, 1920.

Fernández, Ángel José, “Ensayo de una poética para Laura Méndez de Cuenca”, en Literatura Mexicana, vol. 24, núm. 1, 2013, pp. 45-63.

El Radical, año I, t. 1 [miércoles 10 de diciembre de 1873], núm. 32, p. 3.

Caffarel Peralta, Pedro, El verdadero Manuel Acuña, Imprecha, México, 1984.

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