Reseñas
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Naturaleza muerta con brida

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Naturaleza muerta con brida
Zbigniew Herbert
Traducción del polaco: X. Farré
El Acantilado
Barcelona, 2008.

El ensayo muchas veces queda relegado en relación a otros géneros literarios. Sin embargo, desde Montaigne hasta el día de hoy, existe una larga lista de volúmenes dedicados a “vagar” de aquí para allá. El ensayo permite ir por todos lados y como escribiera Robert Musil, permite “en un terreno en que se puede trabajar con precisión, hacer algo con descuido… O bien… el máximo rigor accesible en un terreno en el que no se puede trabajar con precisión”.

El poeta y ensayista Zbigniew Herbert lo demuestra felizmente en su libro dedicado a Holanda. Cualquier cosa es digna de atención para el escritor polaco: una pintura, un comentario sobre Spinoza o el quiebre de la bolsa por la especulación con tulipanes. Naturaleza muerta con brida responde a un entusiasmo infrecuente que se contagia al pasar cada una de sus páginas.

Herbert además nos permite ver en Holanda a un país que ha sido especial a lo largo de la historia. Su rica pintura, su sana vida cultural y social, el carácter democrático y negociador de sus habitantes, su cosmopolitismo. Herbert lo capta todo con el ojo de un observador curioso y al mismo tiempo con enormes conocimientos. Su prosa, por otro lado, es engañosamente sencilla, pues logra transmitir de un modo directo, una gran cantidad de información sin ser pesadamente didáctico. Esto lo hace también, con un tono amigable que por momentos simula una conversación. Pero que sea él mismo quien se exprese:

“He aquí la historia de una de las locuras humanas.

No trata de un incendio que arrasa una gran ciudad al borde de un río, o de la masacre de un pueblo indefenso; tampoco de una llanura inundada de luz matutina, o de caballeros que, al atardecer para demostrar cuál de los dos comandantes merece un modesto lugar en la historia, o un monumento de bronce o, en el peor de los casos, dar su nombre a una calle de los suburbios pobres.
Nuestro drama es modesto, carece de patetismo; está lejos de las célebres hemorragias históricas. Porque empezó inocentemente, a partir de una planta, de una flor, de un tulipán que -¡realmente resulta difícil de imaginar!- desencadenó incontrolables pasiones colectivas. Y lo que es más, para quienes se ocuparon de este fenómeno el hecho más sorprendente fue que aquella locura afectó a un país ahorrativo, sobrio, trabajador. La pregunta es: ¿cómo es que en la ilustrada Holanda, y no en algún otro lugar, la tulpenwoede [la fiebre de los tulipanes] alcanzó dimensiones tan alarmantes, sacudió los fundamentos de la sólida economía nacional e involucro en un enorme juego de azar a representantes de todas las capas sociales?”

¿No son acaso estas preguntas una invitación a continuar con la lectura?

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