Reseñas
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El Ojo del testimonio de Jerome Rothenberg

Ojo del testimonio (Editorial Aldus, México, 2010), la excelente selección de trabajos en prosa del gran poeta, traductor y ensayista norteamericano Jerome Rothenberg que Heriberto Yépez ha traducido y Editorial Aldus presenta, no es un acontecimiento menor en el ámbito de nuestra literatura. Para los lectores serios de poesía, y especialmente para los poetas interesados en la renovación formal y la exploración de las fuentes primigenias en las que abreva la poesía, su lectura resulta indispensable. Libro de reflexión y creación, Ojo del testimonio, ésta última, palabra clave en la obra de Rothenberg, revela una fidelidad de más de medio siglo a la poesía y una atención particular a las visiones y variaciones de un universo, el propio, el de los hombres, en la búsqueda de un camino único no sólo en el ámbito de la literatura norteamericana, sino en el de la poesía de nuestro tiempo.

 

Para Rothenberg, la reflexión sobre el quehacer poético no es una deconstrucción de mecanismos, sino una forma de penetración en la realidad. El suyo es un pensamiento que ha querido nutrirse —casi literalmente— de toda la experiencia humana, a partir de una consideración tan ambiciosa como humilde: la de abordar o, mejor dicho vivir en el lenguaje, entendiéndolo como un universo que le es propio, pero no le pertenece exclusivamente, un instrumento que ha sido afilado, construido y enriquecido durante milenios por incontables generaciones de hombres como él. No es casualidad que algunos de sus trabajos más experimentales en el terreno de la creación se hayan dado en la traducción de poesía tribal y oral y en collages creados a partir de la obra de otros como en The Lorca Variations y en las indagaciones que han resultado de operaciones combinatorias modificadas como Gematria.

Rothenberg no entiende las antologías —las de su propio trabajo, las que él ha creado a partir del trabajo de otros— como una simple herramienta de conservación del conocimiento, sino como una máquina de transformación. En su introducción a Técnicos de los sagrado, se advierte enseguida que el poeta no se limita a explorar la poesía oral a nivel global como una suerte de rescate, sino que está pensando ya en alternativas de escritura, en el aprendizaje que puede obtenerse de otras tradiciones para intervenir la presentación visual de la poesía y entender de otro modo nuestra relación con ella a partir de la experiencia de los visionarios chamánicos, conectando obras tradicionales y ritualizadas con las piezas experimentales de la vanguardia occidental. En este sentido el proyecto rothenbergiano parte de una premisa: reconfigurar el pasado poético desde el presente del artista.

Resulta fundamental subrayar que al insistir en el poder transformador de la etnopoética, Rothenberg actúa como un poeta de vanguardia. Su trabajo, para decirlo claramente, no se agota en la nostalgia romántica del redescubrimiento, ni se limita a una investigación de mero interés antropológico. La búsqueda está ahí para abrir nuevos canales y expandir las posibilidades expresivas del lenguaje. Al internarse en esas otras voces, esos otros discursos, con la pasión de quien rastrea la imagen honda que revela la poesía, el poeta abre un espacio para la cohabitación de múltiples visiones y recursos, dando un sentido al lenguaje como fuerza restauradora que trastoca la percepción y alimenta la experiencia.

La inquietud por el proceso de auto-percepción de los poetas ya estaba presente en textos de hace varias décadas como Poéticas del mundo flotante, de 1959 y ¿Por qué imagen honda?, de 1961. Resulta notable que en trabajos que propugnan una poesía visionaria, Rothenberg, con la claridad y el pragmatismo de los grandes poetas norteamericanos que han ensayado una poética abarcadora, insiste en hablar de la imagen y la estructura del verso como algo que “no puede ser elegido ni construido separadamente”, haciendo eco al conocido dictum de Robert Creeley: “la forma nunca es más que una extensión del contenido”. Para poder decir que “El poema es el registro del movimiento desde la percepción hasta la visión” o que “La forma poética es el patrón de ese movimiento a través de espacio y tiempo” antes debe preguntarse, por ejemplo, si existen elementos, debido al corte de los versos en lo que llamamos “poemas”, que sean poéticos en su naturaleza misma, y abordar así lo que él llama la “confusión entre la estructura de palabras que llamamos “poema” y el evento-de-un-poema-sucediendo”.

Cuando las palabras del otro se entrelazan con las propias, la problemática del testimonio se pone en evidencia. Rothenberg ha rechazado la idea de auto-expresión que ha sofocado a buena parte de la poesía más convencional de nuestro tiempo, a través de la introducción de una primera persona que trasciende lo personal en busca de una nueva lírica. Por ello, en libros de poesía como A Book of Witness, Rothenberg vuelve a la primera persona como sustancia, elemento esencial para que resuenen las voces de los otros. El poeta es el que oye y el que habla. Tanto sujeto como objeto. Testigo.

No quiero terminar sin mencionar la insistencia de Jerome Rothenberg en el carácter oral de la poesía. Como ustedes podrán constatar, Rothenberg es un magnífico intérprete de sus poemas. En sus lecturas públicas, Rothenberg ha adoptado lo que él llama el “modelo de poema en acción” de la etnopoética, donde el poeta asume el papel de testigo de sus palabras, “él único capaz de hacerlas sonido” en el presente, resaltando en ocasiones el carácter ritual de la experiencia al mover los brazos agitando una sonaja o simplemente inhalando y exhalando, formando el sonido del poema no sólo con la lengua, la garganta, el paladar, sino con todo el cuerpo. “El poema —dice Rothenberg— es todo lo que ocurre… el insistir en que está constituido solamente de palabras… es perderse la experiencia total.”

En alguna ocasión, al hablar de su juventud en Nueva York, Rothenberg recordó que para 1950 había “una suposición generalizada de que ‘la edad de lo moderno, lo experimental y visionario’ había acabado y que estábamos predestinados, como generación, a mirar al pasado pre-moderno”. Desde ese entonces había intuido que era esa mirada al pasado lo que podía permitirle salir de aquel mundo y crear una poesía nueva, una experiencia del todo, un mundo en sus propios términos. Ciertamente el futuro ya no es como antes.

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