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Media isla vale más que mil palabras, parte cinco: Maurice Sánchez

“Media isla vale más que mil palabras” es una serie de entrevistas realizadas a fotógrafos y fotógrafas dominicanos con la idea de intentar describir la insularidad (la propia y la geográfica) desde los discursos que genera la fotografía por si misma. ¿Podremos saber por qué miramos como miramos?


 

Te has encontrado con un niño llorando en la calle que te pide que lo hagas reír, ¿cuál foto le enseñarías?

 

Por puro azar te han nombrado embajador interplanetario de República Dominicana, ¿podrías armar un relato para los extraterrestres usando fotos de gráfica popular?

¿A dónde van las sillas plásticas cuando no hay nadie más a quien sentar?

Sólo queda un color en la tarde, ¿qué color es?

¿Qué es Santo Domingo?


Maurice Sánchez (Santo Domingo, 1972) es un artista basado en Santo Domingo, República Dominicana. Su trabajo se ha presentado en bienales y exhibiciones en República Dominicana, Cuba, Puerto Rico y Estados Unidos. En 2015 publicó “Flow Tropical” con Ediciones de a Poco, un libro que documenta la gráfica popular dominicana. Puedes ver más de su trabajo aquí y aquí

Imagen por: Maurice Sánchez

Pasos para distinguir una lágrima de una gota de lluvia: El futuro perfecto (Nele Wohlatz, 2016)

Primer paso: Clases de español

Xiaobin llega a Argentina desde China. Lo primero que hace es dormir. Luego busca trabajo y finalmente toma clases de español. Su nueva casa es una tintorería que lleva su familia. Lo que quiere la familia es que Xiaobin siga la tradición endogámica y que trabaje para ellos. Su futuro ya estaría definido, lo demás es irrelevante.

Segundo paso: Cambiarse el nombre

Xiaobin ahora se ha convertido en Beatriz, nombre adquirido en una de sus clases de español. ¿Cuál es nuestra relación con las palabras y las cosas? ¿Cómo ésta relación afecta nuestro cuerpo? Entre el testimonio y la representación, El Futuro Perfecto es una película que se construye a base de pliegues, en donde cada escena va resignificando la anterior. Lo que una vez creímos que eran entrevistas al uso, son unas clases, lo que creímos que eran unas clases, son la representación de las mismas, los que creímos que eran no-actores, son realmente actores. Porque al final, quizás todo migrante es un actor en otra lengua.

Tercer paso: Reconocerse

Beatriz ahora va al cine y su pretendiente, Vijay, le pregunta “¿Entiendes ésta película?”. Empiezan a caminar y entre los dos  no se dicen muchas cosas. Así que cuando caminan, el espectador fija su mirada en el caminar, en sus reacciones. Hay un cierto automatismo en su actuar. Quizás aquello que determina nuestros gestos también tiene que ver con el lenguaje. Las acciones del cuerpo no se corresponden a los sentimientos. Entre las palabras y las cosas, encontramos estos choques culturales y hay que aprender a caminar de nuevo. ¿Será posible edificar una identidad en éstas condiciones? Una persona le dice a Beatriz que su nombre en español quedaría mejor si fuese Sabrina, ya que rima mejor con su nombre en chino. Así, pues, ahora hablamos de Sabrina.

Cuarto paso: Preguntar el tiempo

El primer plano de la película nos muestra un horizonte: el mar y un cielo nublado, el sonido de la calle se filtra. Tiempo después, lo recuperamos. Ahora Sabrina está en el puerto con sus compañeros de clase. En la radio dicen que está soleado, pero todo apunta a lo contrario. De nuevo, lo que se dice no se corresponde con lo que se ve. Un actor que se reconoce como tal les enseña cómo llorar, y a la vez, empieza a llover. Quizás ésta contradicción lingüística determine el clima de una situación, el estado de las cosas, el lugar del “otro” frente a la sociedad, se necesita de un tiempo, un tiempo verbal no anclado al presente para poder soñar. Al final, nos daremos cuenta que de espaldas al mar, no se puede distinguir una lágrima de una gota de lluvia.

Imagen por: El futuro perfecto

Media isla vale más que mil palabras, parte cuatro: José Rozón

“Media isla vale más que mil palabras” es una serie de entrevistas realizadas a fotógrafos y fotógrafas dominicanos con la idea de intentar describir la insularidad (la propia y la geográfica) desde los discursos que genera la fotografía por si misma. ¿Podremos saber por qué miramos como miramos?


 

Una estructura de metal te da soporte pero pide a cambio una foto, ¿cuál foto le das?

Vas montado en un carro y te dicen que mires hacia la derecha, ¿qué ves?

Si una foto puede ser un gallo, ¿cómo se ve ese gallo?

¿Se ve diferente el mar desde la montaña?

¿Qué color ganaría, el blanco o el amarillo?


José Rozón (Santiago, 1992) es un fotógrafo de la República Dominicana. Su trabajo explora los gestos mediante paisajes y retratos. Puedes ver más de su trabajo aquí y aquí.

Imagen por: José Rozón

La música en el entorno

¿Existe una preparación para escuchar a Bach, un tipo de ejercitación del oído? Yo me topé con él muy tarde, a los catorce o quince años, de la manera más accidental, mientras trabajaba como ayudante electricista en un área residencial privilegiada, y donde había, entre otras cosas, una pequeña sala de teatro y conciertos. Ni siquiera tenía ―como tampoco tengo ahora― una conciencia de lo que llaman música clásica, mucho menos de la música barroca. De modo que no sabía qué tipo de música era ésa qué venía desde tan lejos y desde el interior de la sala de conciertos, porque nunca antes la había escuchado, pero sí, en cambio, me emocionaba mucho; esa música, de algún modo, se incorporaba ―con bastante delicadeza― al aire que respiraba, y lo que es mejor, me hacía sentir en comunión con todas las cosas, como si esa luz, ese sol, fueran, sólo por ese instante que duró la música, sagrados.

Y si también me emocionó fue porque esa música tenía una relación inmediata con el silencio al que me subordinaban mis abuelos campesinos. Es decir, mis abuelos ―quienes trabajaban día y noche, la mayor parte del tiempo en el cultivo del campo― no conversaban mucho entre ellos, todavía menos conmigo, cosa natural de mi pueblo, donde mis paisanos son, por lo general, ya desde adolescentes, de carácter grave y silencioso. Nadie habla mucho con nadie. Uno entiende, desde chamaco, la importancia del silencio, porque ello incide, por decirlo así, en una relación respetuosa con las personas y el entorno.

Además, en mi pueblo no había luz eléctrica, tampoco ningún tipo de distracción ―salvo nadar en el arroyo―, lo cual me obligaba a estar atento a los sonidos que ocurrían alrededor; y por encima de los sonidos habituales de la zona, el que generaban reses, mulas, caballos y burros, o los perros con sus ladridos, surgían otros sonidos que no atendía hasta caer la tarde, momento en el que, callados, nos sentábamos a descansar bajo la sombra de los tamarindos, ya sin el ruido que provocábamos con nuestro trabajo. Entonces surgían otros sonidos: la vibración del árbol y su inclinación a subordinarse, desde las ramas, a la jerarquía del aire, a su vaivén impredecible, provocando un sonido que se repetía siempre y que sin embargo no era el mismo. También, en época de lluvia, se escuchaba, sutil, el golpeteo de lluvia en las tejas, en la flor abierta, en la hojas del almendro y el plátano, lo cual me significaba un modo de asistir al canto de las cosas.

Imagen por: Joe Wroten

Media isla vale más que mil palabras, parte tres: Thelma Vanahí

“Media isla vale más que mil palabras” es una serie de entrevistas realizadas a fotógrafos y fotógrafas dominicanos con la idea de intentar describir la insularidad (la propia y la geográfica) desde los discursos que genera la fotografía por si misma. ¿Podremos saber por qué miramos como miramos?


 

¿Cómo es mirar una ciudad ajena a escondidas?

¿Estar del otro lado del mundo hace que la isla se vea diferente?

 

Un pedazo de basura te dice algo desde la cuneta, ¿cómo se ve lo que te dijo?

 

¿Cuál es la diferencia entre estar sentado en un banco y estarse quieto?

 

Cortaste un aguacate y encontraste una foto, ¿qué foto es?


 

Thelma Vanahí (1989) su fotografía se centra en la documentación de la cotidianidad en los espacios públicos y la relación entre las personas y los objetos de consumo. Puedes ver más de su trabajo aquí, aquí y aquí

Imagen por: Thelma Vanahí

Las bestias de las tendencias

Lo que podemos apreciar, a simple vista, del cortometraje de 22 minutos, dirigido y escrito por Georges Franju en Paris del 1949, La sangre de las bestias, es la brutalidad de la explicitud visual. Esto nadie lo pone, ni lo pondrá en duda. La falta de autocensura dejan al desnudo la decisión, y la postura ideológica del, los y las  realizadores, sobre la capa más superficial de la película. Son muy pocas las opciones que el material nos ofrece como espectadores en una primera mirada. Pero la verdad hay mucho más que interpretar sobre este film. Hay más allá que un simple deseo de reflejar lo cruel que puede parecer ser un matadero de animales para el consumo humano.

Entrando en lo técnico del guión, desmembrándolo igual que a los animales del filme, tenemos tres puntos fuertes, cada uno de ellos con una pausa visual al inicio y al final. Estas pausas incluyen la introducción que sirve de contextualización espacial y una pausa final que termina de concluir la narración y en si la jornada laboral. Estas pausas son relatadas por una voz femenina: suave y dulce. Vemos la ciudad, la gente en su vida cotidiana y no parece tener nada fuera de lo común. Una típica escena de las afueras de parís que hasta los que nunca estuvieron en este lugar del mundo, pueden asociarlo sin problema con esa idealización de la tranquilidad y el romance parisino.

Los puntos fuertes, las tangentes, donde el espectador quiere cerrar los ojos para no ver las imágenes de la sociedad en la que pertenece, pero no pretende aceptar. Donde prefiere aferrarse a la ignorancia y hasta opta por abstraer los cuadros en texturas y no objetos reconocibles. Estos auges en la narración, son tres: el caballo, las vacas con los becerros y las ovejas. Donde la voz ya no es la de la dulce mujer. Ahora tenemos la voz de un narrador hombre, un macho, firme, cortante, que va directo al punto sin muchos rodeos. Esta voz describe las situaciones que el equipo decide representar a partir de atrevimientos específicos.

El público ya se hace una idea de que se va a introducir al mundo del matadero.  Previamente se contextualiza el mundo a partir de planos generales, medios, detalles, etc. También se le contó y se le mostraron las herramientas que allí se usan. Con esta información Franju nos muestra el primer animal, un caballo, que sin aviso, se le dispara en la cabeza con una pistola de perno cautivo y así desubicando al espectador, el caballo muere. Pero esa secuencia se cuenta a partir de saltos de ejes. Que están pensados para crear aun mayor confusión y desconcierto. Luego todo este proceso de desarmado del caballo lo podemos ver, a partir de planos que cada vez se van acercando más y más al detalle del corto del animal.  Y para el final de la acción, el caballo, se termina convirtiendo en un objeto irreconocible. Dejamos de percibir al animal como tal y en tan solo diecinueve planos se transforma en una masa amorfa colgante.

Las vacas y los becerros cumplen el mismo proceso. Y por último las ovejas igual. El mismo destino para todo animal que sea considerado apto para el consumo humano. Dentro de las tomas de los procesos de despedazar, trocear, cortar, partir, dividir, seccionar, desangrar y colgar hay un sonido que Franju decide no olvidar. Los silbidos de los trabajadores. Donde no es  de casualidad que en el año 1928 vemos a Mickey Mouse silbando en el cortometraje de “El botero Willie” de Walt Disney, mientras hace sus deberes de botero con entusiasmo y alegría. Y de este mismo modo no es casual que Franju se haya tomado el tiempo de montar los cuadros donde vemos los pedazos de animales mientras escuchamos los placenteros silbidos de los trabajadores.

Cuando intentamos contextualizar lo anteriormente puesto sobre la mesa, nos encontramos con un mazo de cartas rico en fechas e influencias directamente relacionadas a los recursos. Un amplio repertorio de tendencias. Tendencias que forman momentos de la historia, dando como resultado, entre muchos más, este film. Como todo en la vida, somos una consecuencia de actos, que una vez también fueron consecuencias. 

Los campos de concentración nazis, fueron para el año 1949, discutidos por todas las sociedades de los siete continentes, un tema para ese entonces, inédito. Un tema controversial ya que implicaba el sufrimiento inhumano, por y para humanos. Fue un momento de un serio replanteo de lo que era y sería la tolerancia. Colocándonos desde este punto, podemos pensar que Franju quiso mostrar lo mismo, pero diferente. Como si así nos tratamos entre humanos ¿qué diferencia puede haber entre animales? o viceversa. Si por temas raciales, religiosos, políticos o doctrinales podemos dejar de lado lo esencial de todo esto: el estar vivo. ¿Por qué tendríamos que respetar una cosa físicamente diferente, e históricamente categorizada, por el mismo humano, como ser mentalmente inferior? Siguiendo la misma lógica de estándares humanos. Si no hay empatía con los nuestros ¿Por qué la tendría que haber con los que no lo son?

Siguiendo este razonamiento, el espectador puede replantearse que tan lejos está ésta desmembración de vacas, caballos y ovejas para el consumo humano  en comparación con las imágenes de las miles de personas igualmente desmembradas, torturadas, forzadas, asfixiadas y o cremadas. Siendo esta ultima también una actividad llevada a cabo con la finalidad de satisfacer  las necesidades humanas de cierto sector.

Joseph Kosma, compositor de origen húngaro, y creador de la banda sonora que escuchamos en “La sangre de las bestias”. Juntamente con el director George Franju, astutamente crearon un fuerte contraste entre las crudas imágenes de animales siendo descuartizados, con las dulces melodías de estilo romántico. Pero para esto tenemos que entender el romanticismo, muy lejos del amor de corazones estéticamente idealizados, de colores rojos, simétricos y visualmente agradables. Tenemos que hablar del romanticismo como ese pedazo de músculo latente, que chorea sangre, con sus válvulas, ventrículos, tabiques y atrios.

“El romanticismo es un movimiento cultural que se originó en Alemania y en el Reino Unido a finales del siglo XVIII como una reacción revolucionaria contra el racionalismo […] confiriendo prioridad a los sentimientos. […] es una manera de sentir y concebir la naturaleza, así como a la vida y al hombre mismo […]” 1. Es decir el sentimiento puro, descarnado, desnudo, sin filtros. Las emociones a flor de piel. Y es justamente lo que vemos en “La sangre de las bestias”. Ese dolor, esa pena, ese asco. Esa indiferencia por parte de los que les quitan la vida a los animales, como un aspecto totalmente naturalizado para ellos. Los primeros planos de las herramientas utilizadas para quitar vidas. Seguimientos de cámara sobre la sangre que chorea en el suelo. Veinticuatro segundos del cráneo de una vaca siendo destruido a palazos. Que es interrumpido solamente para mostrar la fuerza y la cara de quien estaba llevando la acción acabo.

Y esto que vemos es lo que se espera del espectador. El sentimiento más sincero y puro. El tema no es impactar para concientizar. Va más allá de un posible experimento social. Es la puesta en escena de una tendencia donde se busca exprimir todo lo que se puede consumar como persona. Un juego que muchos catalogan como perversión y otros como un movimiento artístico; un modo más de hacer las cosas.

En pintura Francisco de Goya o  Théodore Géricault, dos grandes contemporáneos de esta forma de expresión, tocan temas catalogados socialmente como tabúes, por primera vez, gracias al surgimiento espontáneo del romanticismo. Y de este mismo modo podemos hablar, ya dentro del siglo XIX, del argentino Esteban Echeverría con su cuento “El Matadero” donde describe imágenes de carnes y huesos animales tan vívidas y explícitas como las del film. En la introducción de este mismo cuento, describe la obra como “[…] un mundo en que la cosa más deseada por los federales es carne y así ellos se parecen más a caníbales que a seres humanos. […] la multitud del matadero está compuesta por los pobres de los suburbios en las afueras de la ciudad que […] aparece como un grupo cruel y tonto que vive por el cuchillo y disfruta en la tortura de los que no están de acuerdo con ellos […]” 2. Una descripción que encaja perfecta con la narración de “La sangre de las bestias”.

Pero si nos atrevemos a categorizar esta obra como puramente romántica entramos en un error. Porque a partir del siglo XX no se podía hablar de la expresión real y pura sin mencionar el neorrealismo. Que según las RAE se define como “Movimiento cinematográfico surgido en Italia tras la Segunda Guerra Mundial, caracterizado por la voluntad de reflejar la realidad social.” 3. Buscaba narrar una verdad. Hacerle llegar a un grupo de personas una historia de alto impacto social. Dejar una huella sobre el espectador y hacerlo participe de esa historia. Crear un choque entre el bien y el mal, lo blanco y lo negro. Un humanismo despiadado y oscuro.

“La sangre de las bestias” es una obra que claramente experimenta con lo emocional y busca una manera cruda de expresar la naturaleza de un acto crudo. O como dice el realizador Peter Greenaway  respecto a este filme, “Golpe de efecto a la conciencia.” 4. O la española, critica de cine, Arantxa Acosta “[…] se denuncia la deshumanización del hombre al tratar a otros animales como si él mismo no se quisiera admitir que también lo es.” 5.

Del mismo modo que la cámara se coloca para contar algo, el espectador también lo hace para absorber eso que se le ofrece. Y como dice esa voz dulce y femenina, desde una Francia plagada de ideales románticos, después de las imágenes despiadadas y atroces: “El día está finalizando. En el establo,  las ovejas aun alteradas, se dormirán en el silencio. No escuchan el ruido del portón de su prisión cerrándose. Ni el ruido del tren parisino pasar. Que se pone en marcha, después del anochecer, hacia el campo. Para reunir a las víctimas del mañana.” Del mismo modo que tan solo 4 años antes de la realización de este cortometraje, los nazis lo hacían con millones de personas. Igualmente humanos, igualmente animales, igualmente vivos.   

1. https://www.definicionabc.com/general/romanticismo.php

2. Revista del Río de la Plata, Buenos Aires, Argentina – 1871.

3. http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=neorrealismo

4. Conferencia en la UNSAM, Buenos Aires, Argentina – 2016.

5. http://www.elespectadorimaginario.com/pages/marzo-2011/docsbarcelona-2011/docsbarcelona.-resenas.php

Media isla vale más que mil palabras, parte dos: Hilda Pellerano

“Media isla vale más que mil palabras” es una serie de entrevistas realizadas a fotógrafos y fotógrafas dominicanos con la idea de intentar describir la insularidad (la propia y la geográfica) desde los discursos que genera la fotografía por si misma. ¿Podremos saber por qué miramos como miramos?


 

Tienes los ojos cerrados y te dicen que tienes en frente una foto que contiene la música, ¿cuál foto es?

¿Alguna foto ha cambiado la forma en la que te miras?

¿Cuál músico de los que has fotografiado resuena más contigo? ¿Con cuál foto supiste?

Una canción también podría ser una flor, ¿cómo se vería?

¿Cómo se ven las cosas en el espejo?

 


 

Curiosa por naturaleza, Hilda Pellerano es una fotógrafa nacida en la República Dominicana. Su trabajo se enfoca en explorar la vulnerabilidad en diferentes entornos. Puedes ver más de su trabajo aquí y aquí

Imagen por: Hilda Pellerano

The Art Emsemble of Chicago

En días pasados murió Joseph Jarman, uno de los cuatro fundadores e integrantes del Art Ensemble of Chicago. Con su muerte deja como único continuador al destacadísimo multinstrumentalista Roscoe Mitchell.

The Art Ensemble of Chicago hoy quizá resulta un grupo singular. En su momento puede no haberlo sido tanto pues navegaba junto a otros proyectos parecidos, amplios, que buscaban incorporar a la música de jazz una dosis más importante de improvisación, pero también la integración de otras músicas, sobre todo de África, pero también de Asia, de Oriente medio y de una América más profunda.

Tanto Jarman como Mitchell, como Malachi Favors y Lester Bowie, eran músicos con formación profesional. Conocían perfectamente la tradición de la música occidental, lo que les permitió, asumiendo sus intereses como músicos negros, aceptar los avances de compositores contemporáneos como John Cage o Karlheinz Stockhausen. Al igual que compositores como Frank Denyer o Salvatore Sciarrino, buscaron extender las posibilidades de instrumentos como el saxofón o las percusiones.

The Art Ensemble of Chicago encarna en este sentido estas dos tendencias de la última música, la integración de otras músicas a la música occidental y las técnicas extendidas. Encarnan también el paso indiferente de la composición a la improvisación. Algo en realidad no tan nuevo si consideramos la observación del musicólogo Christopher Small en su libro Música. Sociedad. Educación., de que la tradición de la música occidental es en realidad muy breve, apenas unos cuantos siglos, si se le compara con la música de la India o de China.

El jazz, pero sobre todo el free jazz, es una música de carácter fuertemente político. Luego de que las grandes bandas de jazz desaparecieran, salvo la de Duke Ellington, se formaron tríos y cuartetos, pequeños combos que podían articular sonidos de modos más orgánicos. Fue entonces cuando Charlie Parker dijó que iba a tocar tan rápido que ningún músico blanco pudiera alcanzarlo. Y el pájaro, sabemos, lo logró.

Con el free jazz el movimiento negro encontró una voz. “Alabama” de Coltrane es una protesta tan sólida como un golpe de Muhammad Ali o un discurso de Martin Luther King o  Malcom X. The Art Ensemble of Chicago prolongó esta tradición de un modo digno e innovador. En los años setenta, ochenta y noventa, la electrificación del rock ocultó el trabajo de experiencias musicales extraordinarias. Los grandes escenarios prefirieron las masas y el dinero derivado de éstas. Los festivales buscaron lo mismo, eso y el culto a la personalidad más que al talento y la experimentación. Salvo lugares excepcionales como el Knniting Factory de Nueva York o el Les Instants Chavirés de Paris, los músicos de free jazz e improvisación se quedaron sin espacios.

A todo eso sobrevivió The Art Ensemble of Chicago. Nos quedan sus múltiples grabaciones y su espíritu alocado y rudo, lúdico y mordaz, que como en el poema “Respiraciones mentales” de Allen Ginsberg, es el aire que ha recorrido la atmósfera terrestre, ha viajado por el Tíbet y las Rocallosas y sigue siendo el aire vital que respiramos.

Imagen por: Tom Copi, Dani Leinhard

Media isla vale más que mil palabras, parte uno: Karla Read

“Media isla vale más que mil palabras” es una serie de entrevistas realizadas a fotógrafos y fotógrafas dominicanos con la idea de intentar describir la insularidad (la propia y la geográfica) desde los discursos que genera la fotografía por si misma. ¿Podremos saber por qué miramos como miramos?


 

¿Cómo le explicarías a alguien lo que es ser caribeña?

¿Cómo se mueve la sensualidad?

Una marca que dejó alguna prenda se ha vuelto permanente, ¿dónde está la marca?

Si una cámara puede ser una red para capturar la tristeza, ¿cómo se ve la tristeza?

Tienes que escapar a algún lugar lejano, ¿qué ves en el retrovisor?

 


 

Karla Read (Santo Domingo, 1988) Es una fotógrafa establecida en Santo Domingo. Su trabajo explora la condición humana a través del cuerpo y su contexto. Puedes ver más de su trabajo aquí y aquí.

 

Imagen por: Karla Read

Jimmy Page, a sus 75

Resulta cuando menos extraño pensar que Jimmy Page ha llegado a los 75. Esto no significa que sea algo imposible. Sin duda su vida ha atravesado momentos de grandeza y otros que podrían ser un tanto despreciables, tristes y hasta desgraciados. Un músico como éste, tan propositivo y energético, que logra poner en tela de duda la composición y la improvisación, ha influido en propuestas tan equidistantes como las de Jack White y The Edge. Ha hecho una mancuerna inmejorable a lado de Robert Plant, haciendo ver que la gloria de un grupo como Led Zeppelin es superable.

Después de la letanía de un hombre deshilándose, entra un solo de guitarra. Todo explota. Ciertamente “Stairway to Heaven” es una canción épica. Esto incluso en el sentido de evocar un pasado remoto ficticio o no ⎯esto tampoco importa pues las líneas entre una cosa y la otra se han desdibujado demasiado en un mundo como el de hoy⎯, pero también desde el punto de vista de una voz que encarna el pensamiento y la emocionalidad de una comunidad.

No creo que Page ni Plant no supieran esto último. Eran épicos porque hablaban por muchos, incluso por algunos que no habían nacido todavía. Encarnaban una esperanza y de ahí que pudieran extenderse tan cargadamente como en “Moby Dick”, o apretarse en nudos de intensidad como en “Whole Lotta Love”, o crear sensaciones de orquesta como las de “Kashmir”. Podían ser simples y certeros también, y de muestra escuchemos de nuevo “Please Read the Letter”, de una época posterior a la de Led Zeppelin.

En algún momento de mi vida uno de mis tíos, hermano de mi papá, se fue a perseguir a una gringa que conoció en Guadalajara. Dejó una caja con discos que heredé sin querer. Ahí había varios discos de Led Zeppelin. Como me ha sucedido otras veces, entendí poco lo que ocurría cuando sonaba esa música. Pero me hacía brincar, me hacía sentir grande, fuerte, ¿digno? La música, al igual que la poesía, nos devuelve eso, la confianza y sin duda también la dignidad. Le da voz a cosas que muchos no sabemos qué son pero que están agazapadas en nosotros, esperando a rebelarse y dar el zarpazo.

¡Larga vida y que las cuerdas sigan vibrando!