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Bartleby y la desquicia. Un sistema paralizado por el autismo.


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“En contestación a mi aviso, un joven inmóvil apareció una mañana en mi oficina; la puerta estaba abierta, pues era verano. Reveo esa figura: ¡pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada! Era Bartleby.”

[…]

“Lo miré con atención. Su rostro estaba tranquilo; sus ojos grises, vagamente serenos. Ni un rasgo denotaba agitación. Si hubiera habido en él cualquier manifestación normalmente humana, yo lo hubiera despedido en forma violenta”.

(“Bartleby, el escribiente”, Herman Melville)

 

Preferiría no hacerlo, Bartleby el escribiente
Herman Melville
Editorial Pre-Textos, España 2000

 “I would prefer not to” es la frase que caracteriza al personaje de Bartleby y convierte el lenguaje de su creador Herman Melville en estilo único. En palabras del filósofo francés Gilles Deleuze se trata de una “breve fórmula correcta pero no lógica, que inclina el lenguaje al silencio”. La enunciación de Bartleby denota una preferencia, pero en un aspecto negativo, al anular completamente cualquier acción. Sin embargo “Bartleby no se niega, solamente niega algo no preferido”, es decir, plantea únicamente la imposibilidad de efectuar cualquier acto que no sea preferido por él.

La breve historia creada por Melville sobre un amanuense de aspecto extraño que un día es contratado por un viejo abogado para realizar copias de documentos de carácter legal en una pequeña oficina, dibuja a un personaje que desequilibra todo en aquel lugar productor de papeles. Bartleby, de apariencia “¡pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada”, viene a turbar la vida en aquella oficina. Porque es en el autismo de Bartleby donde se encuentra la desquicia de un sistema cuyo único fin es la producción en serie. Para los amanuenses de esta historia trabajar con el viejo abogado significaba tan sólo cumplir con las copias necesarias que demanda la oficina y recibir una remuneración a cambio.

Como primer característica de gran importancia en el relato, se tiene la ubicación que le es asignada en la oficina, ya que desde el inicio, por ser percibido como un ser extraño, se le excluye a un rincón que da a una ventana sin vista, separado del viejo abogado por un biombo, pero al alcance de su voz, en donde para Bartleby “se aunaban sociedad y retiro”, como una forma de acentuar su exclusión debido a su forma silenciosa de actuar y su raquítico aspecto. Pese a ser un empleado más, la separación hecha señala su gran diferencia con los demás amanuenses.

Al comienzo Bartleby resultaba ser un trabajador eficiente, mecánico, silencioso, características plausibles para un sistema capitalista en el que la fuerza laboral funciona como aquel impulso que permite que la maquinaria siga en movimiento, pero que derivaban en trabajo exhaustivo.

Sin embargo, Bartleby también representa en este sistema una diferencia que perturba, sobre todo al viejo abogado, quien intenta darle sentido a las acciones de su amanuense. Bartleby es puro deseo de nada, autismo que se adhiere a la vida de los copistas, bajo el acuerdo de ser tan sólo un amanuense más, a la sombra del viejo abogado en aquel biombo. En su desesperación ante el primer “Preferiría no hacerlo” de Bartleby, el viejo abogado intenta encontrar una explicación para tal reacción. Recurre a libros que le ayuden a comprender, enunciar y catalogar a quien no parece un loco, cómo entender aquel pronunciamiento “suave y firme”, pero a fin de cuentas negativo.

Ante la constante y única respuesta de Bartleby, dice Deleuze, “no queda más que el enmudecimiento del otro”. Porque desquicia, Bartleby no se reprime a sí mismo sino que frena la producción y eficiencia de la oficina y de los demás a su alrededor. En su no desear nada suspende, ya que no afirma ni niega, por lo que no puede haber castigo ni rechazo, y en ello la postura del viejo abogado es muy comprensible, dice “Pero había algo en Bartleby que no sólo me desarmaba singularmente, sino que de manera maravillosa me conmovía y desconcertaba. Me puse a razonar con él”.

En otro sentido, Bartleby es puro ahorro, el sueldo recibido ni siquiera es integrado en gasto a la economía lo cual altera completamente la lógica capitalista. Se mencionan en la obra sólo los biscochos, y en algún momento un pedazo de queso que permiten a Bartleby existir, y que denotan su poco interés por la vida, y el desapego hacia su propia persona. La expresión de Bartleby es siempre reducida, cortante, sobria, y su actitud aunque aparenta ser dócil y apacible, en realidad tan sólo evidencia su rebeldía y separación con el mundo que le rodea. Es por ello que en el sistema de enunciación imperante en aquella sociedad no hay forma de integrar o domesticar, de hacerlo obedecer. Y conforme el viejo abogado descubre algo nuevo sobre su amanuense, se afirma como un burgués comprensivo, caritativo, que no es capaz de despojarse de aquel hombre desamparado. Su primera conclusión es atesorar a Bartleby, por la sensación agradable a la conciencia, al creer que sólo él puede comprenderlo. A ojos del viejo abogado, Bartleby no es malo ni insolente, y su comportamiento es entendido como involuntario, una enfermedad que lo domina.

Sin embargo, este interés se torna en una obsesión por comprenderlo, por conocerlo, y todas las ideas y conclusiones a las que llega lo hacen experimentar distintos sentimientos muy encontrados hacia el amanuense. En cada razonamiento hecho por el abogado parece como si tuviese que existir una forma de catalogar esa diferencia en Bartleby, su no ser loco pero sí extraño, siempre un ente no integrado al mundo por lucir distinto a los demás y existir tan sólo en su rareza. El viejo abogado representa el sentido y la interpretación de su entorno, hay un exceso de curiosidad sobre las acciones de aquel hombre, porque hasta el momento de su llegada, todo parecía claramente ordenado y simple, incluso con sus otros dos amanuenses, que también eran algo peculiares, uno iracundo por las mañanas, el otro indigesto por las tardes, pero incluso en Turkey y Nippers hay una simetría, que de nada altera la situación de la oficina.

Pero los esfuerzos del viejo abogado por darle sentido a su peculiar amanuense no rinden frutos porque Bartleby no desea nada, está entregado a la pura melancolía que se refleja en sus preferencias, que resultan subversivas para los demás. Al comienzo el viejo abogado piensa que ha adquirido a un ser autómata, que trabaja sin parar, idea que se quebranta en el momento en que traiciona las condiciones de contratación y solicita a Bartleby realizar actividades extras no estipuladas en el acuerdo inicial, el cual consistía en copiar cual máquina, acción que Bartleby realizaba con eficiencia y sin cuestionamientos. Pero al pretender alterar el estadio inicial, hay una firme negativa al cambio.

El refugio inicial en la mente del viejo abogado es justificarse en una “naturaleza filantrópica y caritativa” del hombre, en la cual resultaría reprochable moralmente expulsar a un ser indefenso, ya que ello significaría un acto de maldad y daño contra Bartleby, pero también contra el abogado mismo quien ha creado un lazo con el que considera de su propiedad. El viejo abogado establece entonces una relación de “amor” hacia Bartleby, se convierte en aquel objeto que le produce satisfacción al reafirmarlo como un “hombre moralmente bueno”. Su destino es alojar a Bartleby y ampararlo. Sin embargo viene de pronto la confrontación con la sociedad que no aprueba al hombre apostado frente a aquella ventana sin vista “entregado a uno de sus sueños frente al muro”, sin producir, sin accionar absolutamente nada. Qué de bueno puede ver la sociedad en amparar a quien se ha catalogado ya como un vagabundo (que jamás vaga). Viene entonces el rechazo social hacia el viejo abogado, quien se da cuenta de que el reconocimiento no está en amparar a Bartleby, lo que genera en él una disyuntiva entre su sentir y el juicio externo.

Es por ello que le resulta tan complicado deshacerse de Bartleby, no hay forma de correrlo, porque teme quedar como un “canalla” frente al triste y desamparado Bartleby. Así que llega a la conclusión de que el amanuense “tenía el alma enferma y yo no podía llegar a su alma”. Además de que su locura comenzaba a esparcirse en toda la oficina, al utilizar el verbo “preferir” como una enfermedad contagiosa entre todos los que rodeaban a Bartleby. Por lo que decide abandonar a su amanuense, no sin antes mostrarse caritativo y ofrecer su ayuda a quien considera incapaz de valerse por sí mismo y por ende, dependiente de su buena voluntad.

La culpa que siempre persigue al viejo abogado es que aceptó a Bartleby bajo un pacto, el de trabajar como copista, pero este trato es violado y en ello hay una traición, que al ser reconocida no puede superarse, y las preferencias de Bartleby, sumido en su autismo, se reducen hasta llegar a la última posibilidad que es su muerte.

El viejo abogado jamás deja de adorar aquella figura “indefensa” que reconfigura su esquema al mostrarle un hombre que está por encima de todo sistema, que responde a preferencias y no a deberes, que no es propiedad de nadie y que representa un lugar posible de vaciamiento, de negación y suspensión en donde la ausencia de códigos reconstituyen la percepción moral del viejo abogado.

 

Bibliografía:

  • Ricouer, Paul, Freud: una interpretación de la cultura, Siglo Veintiuno Editores, México 1985, pp. 483
  • Melville, Herman, Preferiría no hacerlo, Bartleby el escribiente, seguido de tres ensayos sobre Bartleby de Deleuze, Gilles, Agamben, Giorgio, Pardo, José Luis. Versión Castellana de José Luis Pardo. Editorial Pre-Textos, España 2000, pp. 193.

 

 

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