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Si un día le digo al fugaz momento: detente eres tan bello

En el libro Lugar perfecto, del poeta uruguayo Roberto Appratto (Montevideo, 1950), nos encontramos con el siguiente texto.
En el mundo pasan otras cosas

en un giro constante. Sin embargo
el tango “Ojos negros” de Vicente Greco
y el poema “Es olvido” de Nicanor Parra
paran el movimiento en el límite de lo que se pierde
con un aire de playa solitaria de tarde
que entra por la ventana y suena,
por lo que más quiero, despacio.
La intensidad del sol
deja a la sombra
el sentido del paisaje y el sentido de los temas
que pasan en este momento por el mundo.
El tango “Ojos negros” de Vicente Greco
y el poema “Es olvido” de Nicanor Parra,
Dios mío! O
Mama mía!
Y son sólo ejemplos.

Con la precisión acostumbrada de su escritura, Appratto intenta, con ejemplos acercarse a una enunciación del misterio que produce el arte. La sensación, en la que nos reconocemos, de que eso tan difícil de definir que se denomina poesía, pintura, música, obra el milagro de detener cualquier cosa que esté pasando afuera y nos transporta a un tiempo que siendo personal, individual, es también, paradójicamente, común.

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Su lectura me recordó la famosa tabla de Piero della Francesca “Bautismo de Cristo”. Allí el pintor ha detenido, detiene y detendrá el movimiento del mundo en un instante sagrado que, y esto es lo principal, nos contiene. El tiempo de Dios (es decir, la eternidad) se conjuga, nada menos que en el bautismo de su encarnación, con el tiempo hecho carne, el nuestro, el del observador.
The Baptism of Christ

¿Dónde? En el hombre sin rostro que está quitándose la túnica con los pies en el río Jordán, detrás del bautista y de Jesús.
¿Quién es? Siempre creí que si pudiera ver su cara, me vería a mí mismo, es decir a ti.
¿Por qué? Al igual que el tango “Ojos negros”, ese hombre ha sido puesto ahí para detener las muchas cosas que pasan en el mundo “en giro constante”.  Justifica que el agua que cae del recipiente de Juan el Bautista sobre la cabeza de Cristo, fluya tan lentamente, tan “despacio”, que puede permanecer ahí para siempre. Es él, con ese gesto de esconder la cabeza bajo la túnica que se está quitando, con esa acción preparatoria, el que logra que eso que está pasando nunca se transforme en pasado. Pero además, y esto es lo principal, Piero lo ha pintado para comulgar con nosotros, para invitarnos a entrar en la obra. Es diferente de los otros hombres que discuten en un tercer plano, ellos son algo que no es “nosotros”. En cambio, el hombre de la túnica es el artificio de comunión del productor de la obra con el receptor.
Appratto, al igual que Piero della Francesca, abre un espacio para comulgar con nosotros, para que ingresemos al poema y podamos detener el movimiento o profundizar el instante “al límite de lo que se pierde”. ¿Dónde? En el salto de línea que está después de la coma. Ese silencio cómplice de lo inexplicable es como una mano en el hombro, es el lugar que abre el poema para que nos quitemos la túnica y entremos en el río que no fluye.
Son sólo ejemplos y el título de este texto, como todos saben, es de Goethe.

Imagen por: Casa editorial HUM

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