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Las piedras de Arcadio Vera

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Este texto se escribió para acompañar las piezas de Arcadio Vera dentro la exposición Formas y paisajes. Escultura contemporánea, que actualmente y hasta el 7 de julio del presente año se encuentra en el Centro de las Artes de Monterrey. En dicha exposición hay obras también de Eric Meyenberg, María José de la Macorra, Ricardo Rendón, Guillermo Álvarez Charvel, Emilio Chapela, Boris Viskin, Miguel Monroy, Gilberto Esparza, Pablo Rasgado, Aníbal Catalán, Sofía Táboas, Ale de la Puente, Marco Rountree, Edgar Orlaineta e Isadora Cuéllar.

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Dentro del panorama del arte actual de México las piezas de cerámica de Arcadio Vera se destacan como una obra cargada de una energía inusual que resulta estimulante. Mientras otros artistas se han obsesionado con las exigencias del mercado y de la moda para intentar darle un valor a su propuesta, Vera ha puesto con seriedad e intimidad, sus manos en el barro.

 

Lo anterior ha tenido sin duda consecuencias. Una de ellas es la concentración en una pesquisa que se enfoca principalmente en lo que el mismo Vera ha llamado con cierta informalidad y más bien con afecto, sus “piedras”. Para emprender este trabajo fue necesario desplazar el uso tradicional y utilitario de la cerámica: el plato, la vasija, el vaso, la jarra, etc., para optar por un camino más difícil. Vera tampoco ha querido abusar del diseño para hacer de las piezas objetos de ornamentación, lo que suele ser frecuente en la cerámica de hoy. En cambio, ha tomado la tierra húmeda y la puesto al fuego para cambiar su estructura material, con el único objetivo de generar formas.

 

Las piedras de Arcadio Vera son el resultado de la acción de unas manos, de un esfuerzo que involucra a la mente y al cuerpo. Mientras las piedras como las conocemos en la naturaleza han sufrido las inclemencias del tiempo, de la temperatura, del agua, de la luz, las piezas de cerámica de Vera han sido más o menos moldeadas por unas manos, por el peso, la fuerza, el movimiento de un cuerpo y un idea que han querido conseguir una organización.

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Esto es quizá lo más importante, que los impulsos generadores de la tridimensionalidad y las impresiones plásticas sobre la superficie del barro, son particulares, personales. Son una vez más la prueba de un hecho sutil pero infranqueable que muchos han querido cancelar: la existencia del autor, del artista.

Arcadio Vera tiene confianza en este hecho, y gracias a ésta, a pesar de aproximarse a la piedra de modos muy distintos —sin alejarse de sus rasgos más sobresalientes como el de la sensación del peso o el de la presencia del bloque—, ha dejado en cada una de sus piezas la marca indiscutible de su corporalidad, de su lenguaje, es decir, la contundencia de una expresión redonda.

 

Este efecto notable puede además observarse en sus otros proyectos artísticos, en los trazos contundentes de sus grabados, en la plasmación matérica de su pintura. Para ello, como he dicho, Vera ha apuntalado su trabajo sobre el despliegue de la forma, de la búnsqueda de la mayor diversidad de ellas. La cerámica en este sentido, es probablemente la que ejemplifica mejor esta tentativa.

 

Por otro lado, las piedras de Vera, pueden agruparse en semillas, torres, dólmenes, menhires, esferas, cubos, prismas, todas formas con características afines —su tendencia a lo geométrico, por ejemplo, o su simpleza— y que desde esta perspectiva prolongan felizmente la larga tradición humana que se extiende hasta nuestros días y que ha consistido en enocontrar vínculos que estrechen nuestra relación con la naturaleza y el espacio mediante el rito, pero también el juego.

 

Esta gama abierta de formas, permite, según puede verse, infinitas posibilidades de las cuales tenemos ahora una muestra. Al desarrollo formal, se unen otras unidades combinatorias como el color de los óxidos que Vera utiliza —casi siempre ocres, cafés y negros—, o las impresiones sobre la superficie, más bien rugosas y muy rugosas que obligan al detenimiento y tejen una experiencia singular.

 

Las piezas de cerámica de Arcadio Vera, un trabajo ya de varios años, son escultura sin más, y al igual que otros escultores del pasado inmediato como Constantin Brâncuși, Isamu Noguchi o Eduardo Chillida, Vera ha hecho de lo aparentemente simple un acontecimiento imperecedero del presente, recordándonos que el hombre no ha dejado de ser lo que ha sido desde el inicio: un amasijo de contrariedades en oposición constante contra la arbitrariedad, el miedo y el misterio.

José Luis Bobadilla. Primavera, 2013

Imagen por: Graciela Kasep

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