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No todo es vigilia

 

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¿A dónde van los amantes cuándo envejecen y la cama ha dejado de ser una hoguera de pasiones para transformarse en un refugio ante la enfermedad y el tiempo? No hay forma de saberlo pero podemos conocer algunas historias que nos dan pistas para descubrirlo, una de ellas es el filme No todo es vigilia, segundo largometraje del cineasta Hermes Paralluelo, nacido en Barcelona en el año de 1981.

No todo es vigilia es una peculiar mezcla de documental y ficción, se puede decir que explora los vínculos que unen a ambos géneros, los que los separan, o la absurda necesidad de estas etiquetas en algunos casos. Paralluelo filma la vida de sus abuelos, Felisa y Antonio, a través de una estructura muy sencilla: dos partes y un cierre que no es desenlace y al mismo tiempo es el final que nos espera a todos.

En la primera parte presenciamos la estadía de Antonio en un hospital mientras es llevado y traído por pasillos, pisos, cuartos y aparatos con los que le realizan estudios. Felisa lo sigue siempre, como sombra y como guardián, aferrada a una andadera que le impone un paso muy lento, tanto como implacable. Resalta el contraste entre el tiempo de los movimientos de ella, el de su vida, el de los recuerdos de Antonio adherido por la enfermedad a una camilla, con el del personal del hospital que va y viene con un vértigo que se antoja por momentos grosero, indiferente, rotundamente laboral. Felisa cae enferma al perder su bolso con medicamentos y asoma el drama de la separación de ambos, de su posible distanciamiento eterno, pero ambos salen con bien del hospital y vuelven a casa.

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La segunda parte de la película nos muestra su rutina cotidiana hogareña, él con su bastón y ella con su andadera, es un ritmo más lento que el de las tortugas porque ellas siempre han sido lentas, y en Felisa y Antonio lo que vemos es la imposibilidad de seguir el paso del mundo. Su casa es un universo tenebroso, de pasillos oscuros y una escalera que en cualquier momento será invencible, habitada por enemigos como el despertador, que apenas saben apagar, el timbre, que es la meta de un maratón que difícilmente completan a tiempo, la cama que ha sido y es su santuario pero amenaza con ser también su mortaja. En esta parte la cámara es una mirada que se mueve con la misma lentitud que los ancianos, planos largos hacen sentir una desesperación que en ellos jamás asoma. La iluminación y los encuadres muestran un profundo respeto por el cariño y cuidado que Felisa y Antonio mantienen, sin reproche alguno hacia el otro ni hacia la vida que pone a prueba su deseo de permanecer juntos.

El cierre de la cinta muestra a Felisa y Antonio saliendo al mundo exterior, soleado colorido, casi infantil. Caminan al paso de sus años, con la serenidad y la gracia que les dan sus recuerdos, con un fino y lúcido sentido del humor que les permite asomarse a su juventud con la misma tranquilidad con que asumen a cuenta gotas su vejez y su deterioro, sin dramatismo, caminando juntos como si no importara nada más en todo el mundo.

¿A dónde van los amantes cuándo envejecen y la cama ha dejado de ser una hoguera de pasiones para transformarse en el refugio ante la enfermedad y el tiempo? Van a la misma calle a caminar como siempre, quizá más lento, pero tal vez lo absurdo es andar de prisa, porque nadie escapa de este enemigo íntimo que es el tiempo.

No todo es vigilia se exhibe en la Cineteca Nacional del 26 de diciembre al 3 de enero, puedes checar los horarios aquí:

CINETECA NACIONAL / No todo es vigilia

 

 

 

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