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Metal y melancolía

Nunca he ido a Lima. No sé casi nada de la historia de Perú. Así que cuando vi “Metal y melancolía”, un documental de 1994 de la realizadora peruano-holandesa Heddy Honigmann, vi las calles de Lima por primera vez. Una ciudad que a través del parabrisas de los taxis parecía estar al borde de un colapso, como siempre parecen estar las cosas cuando necesitan hablar de poesía. El sol entrando por la ventana detrás de la cara de una taxista hablaba de poesía. El agua que tenía que echarle otro taxista a su carro cada 30 km hablaba de poesía. Los lapiceros en la guantera de otro también hablaban de poesía.

La casa vacía, el cementerio, el vendedor ambulante, el policía, el actor en decadencia. Lentamente las imágenes se apilan delante de tus ojos, como carros en el tráfico de la tarde. Uno va con los choferes hasta sus vidas y luego de regreso hasta la propia, compartiendo metales oxidados en el camino.

Aquí los taxis no llevan pasajeros de un sitio a otro: transportan fotos de hijos y alfajores y amores perdidos. Transportan la poesía que se encuentra cuando ya han roído todo y sin embargo queda la esperanza de encontrar algo después del semáforo. La poesía de que a pesar de que ya estén tosiendo los motores, las ruedas van a seguir rodando.

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