Procesos
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La viva lengua de Piñera

Antonio José Ponte escribió en El libro perdido de los origenistas lo siguiente: “Asimismo, Piñera nos legó un repertorio de frases que decir en el ómnibus o en las paradas por donde éstos no pasan, en las casas de huéspedes y en el bar, en la esquina y en el patio de butacas, en la antesala del dentista y en la funeraria, en el parque y en la carnicería, en la barbería y en la cola del pan, en la crónica social y en la policíaca, en el secreteo y en grito de solar. Como personajes suyos hablamos en Piñera clásico, hemos caído en la lengua de Virgilio.” Decir algo así de un escritor es mucho. Y si Ponte lo sostiene es porque Piñera, el gran escritor cubano, inventó con su literatura un idioma y un mundo originalísimos, cargados de humor.

Hace unas semanas el mismo Ponte señalaba en “La versión caribeña del estalinismo”, un artículo publicado en Ñ, el suplemento cultural del diario argentino Clarín, algunos casos de censura en Cuba. Mencionaba una película desaparecida sobre el sobre el funeral de Lezama Lima, pero sobre todo reflexionaba sobre un registro fílmico del famoso caso del poeta Heberto Castillo. Detalles al margen, lo cierto es que progresivamente se van revelando terribles sucesos de la todavía vigente censura cubana.

Anton Arrufat, compañero fiel de Piñera, termina su testimonio sobre el grandísimo escritor cubano, Virgilio Piñera entre él y yo (Ediciones Unión, Cuba, 1994) diciendo que más allá de todo, al visitar después de mucho tiempo la casa de Piñera que: “La casa era otra, y mi vida otra vida. Sentí entonces esa extraña experiencia exclusiva del hombre: saber que se tiene un pasado.”

Virgilio Piñera

La dictadura cubana podrá borrar muchas cosas, pero la lengua de Virgilio, colada en las más finas partículas del mundo, seguirá indeleble resistiendo toda envestida porque lo que se ha escrito con pasión demorada, resiste toda embestida. Los poemas de Virgilio Piñera, sus narraciones, sus cuentos, sus obras de teatro, son columnas de la literatura latinoamericana, que al igual que Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti, tienen ya su lugar, en la más alta cima de la literatura universal. He aquí uno de sus cuentos.

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Natación

He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No hay el temor a hundirse pues uno ya está en el fondo, y por la misma razón se está ahogando de antemano. También se evita que tengan que pescarnos a la luz de un farol o en la claridad deslumbrante de un hermoso día. Por último, la ausencia de agua evitará que nos hinchemos.

No voy a negar que nadar en seco tiene algo de agónico. A primera vista se pensaría en los estertores de la muerte. Sin embargo, eso tiene de distinto con ella: que al par que se agoniza uno está bien vivo, bien alerta, escuchando la música que entra por la ventana y mirando el gusano que se arrastra por el suelo.

Al principio mis amigos censuraron esta decisión. Se hurtaban a mis miradas y sollozaban en los rincones. Felizmente, ya pasó la crisis. Ahora saben que me siento cómodo nadando en seco. De vez en cuando hundo mis manos en las losas de mármol y les entrego un pececillo que atrapo en las profundidades submarinas.

Imagen por: http://vse-svobodny.com/

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