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El terreno en disputa es el lenguaje
José Ignacio Padilla
Iberoamericana/ Vervuert
Madrid, 2014

Padilla_MulaBlanca

Hacedores de símbolos, presentaos desnudos en público y sólo entonces aceptaré vuestros pantalones.

Hacedores de imágenes, devolved las palabras a los hombres.

                                              Cesar Vallejo

 

Ya lo dijo José María Arguedas, “Vallejo era el principio y el fin”, y aunque José Ignacio Padilla no hace una revisión de la obra de Cesar Vallejo en su libro El terreno en disputa es el lenguaje, las apuestas y alcances de la poética vallejeana, sobre todo de Trilce, le sirven para señalar coordenadas distintas desde dónde leer la poesía. Padilla se lanza sobre ese terreno que es el lenguaje en busca de “nuevas articulaciones”, en busca de una “nueva sensibilidad”, siguiendo de cerca en esto la postura de Vallejo quien en “Poesía nueva” escribe:

Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras “cinema”, “avión”, “jazz-band”, “motor”, “radio”, y en general, de todas las voces de la ciencia e industrias contemporáneas, no importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva […] pero no hay que olvidar que esto no es poesía nueva, ni vieja, ni nada. Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna, han de ser asimilados por el artista y convertidos en sensibilidad. (Cesar Vallejo, 435)

En su libro El terreno en disputa es el lenguaje José Ignacio Padilla lo puntualiza así: “se necesitan nuevas articulaciones del lenguaje, que a su vez recorten nuevas formas de experiencia” (117). Cesar Vallejo traza el problema alrededor de los años veintes del siglo pasado, y Padilla lo piensa al inicio de este siglo, casi cien años después. Sin embargo, aunque distinto, el problema es similar, incluso podría decirse que aquello que vio/vivió Vallejo se ha agudizado en la actualidad. En “La vida como match”, texto de 1927, Vallejo hace sonar una alarma: “El récord, como criterio de vida, nos viene del sport. El alma filosófica de este criterio, la cantidad, nos viene de los Estados Unidos, de aquella cultura de ‘standars’ […] La vida, como match, es una desvitalización de la vida […] una cosa es el record de la vida y otra cosa el triunfo de la vida” (Poesía y poética, 31). Al leer este texto advertimos que algo nos ha sido arrebatado y pareciera que eso que se nos ha arrebatado es la vida, en palabras de Vallejo, o la experiencia, en palabras de José Ignacio Padilla, quien también hace sonar una alarma en su libro: “(…) quiero hablar de la relación entre la significación totalizante y la experiencia, considerando que el modo predominante de significación de la modernidad deja fuera de juego flujos materiales y de sentido que nos constituyen. [así que] Una manera de nombrar el empobrecimiento de la experiencia sería: reducción de los flujos semióticos y materiales” (77). La vida como match se encuentra hoy de frente con esa experiencia-mercancía. Un mismo fenómeno que se ha acrecentando al paso del tiempo: de la competencia capitalista al mercado neoliberal que intenta apropiárselo todo.

José Ignacio Padilla* en una conferencia, a propósito de Vallejo, cita un texto de éste (transcribo un fragmento): “Quiero perderme por falta de caminos […] Odio las calles y los senderos, que no permiten perderse […] En el campo y en la ciudad, se está demasiado asido a rutas, flechas y señales, para poder perderse […] Uno está ahí indefectiblemente limitado, al norte, al sur, al este, al oeste. Uno está ahí irremediablemente situado” (Cesar Vallejo, 493) A partir del texto de Vallejo, Padilla hace una reflexión importante: “La modernidad impone mapas recorridos sobre el terreno rugoso del mundo”. Padilla propone entonces des-situarnos, romper las coordenadas que determinan nuestra existencia, abandonar los mapas, ya que éstos no nos permiten tocar las diversas texturas de esas rugosidades del mundo. La experiencia para Padilla estaría entonces en ese terreno rugoso, ahí estaría también, tal vez, la vida para Vallejo.

En su libro El terreno en disputa es el lenguaje José Ignacio Padilla delimita el problema así: “vivimos un vaciamiento del lenguaje que se experimenta a partir de la confluencia entre simbolización y capitalismo” (15). Desde el principio Padilla pone al descubierto la alianza entre capital y comunicación, entre capital y legibilidad. Pero, ¿qué tiene que ver con esto la poesía? Todo el libro de Padilla muestra de manera lúcida y contundente que la poesía está también implicada en ese sistema y que la única forma de salir de él es a partir de prácticas poéticas críticas que desafíen la simbolización, practicas poéticas de resistencia, lo cito:

Mi punto de partida es muy sencillo: si el uso del lenguaje es absorbido por la dinámica del capital, concentrémonos en las desviaciones de ese uso. Con la salvedad de que a la vuelta del camino, las desviaciones resultan no ser tales –el lenguaje resulta ser muchas cosas y arrastrar otras tantas, más allá de comunicar, decir, operar, producir. (17)

José Ignacio Padilla en El terreno en disputa es el lenguaje va en busca de ciertas prácticas poéticas que muestren precisamente esas desviaciones: poéticas que reintroducen el error, la aberración, las disonancias, los quiebres gramaticales, el ruido, las borraduras, la opacidad, los residuos, los restos, es decir, todo aquello que la norma lingüística deja fuera. Padilla, a la manera de Borges en “Kafka y sus precursores”, lee el pasado desde el presente; comienza así con las poéticas de Mario Montalbetti (Perú), Martín Gubbins (Chile) y Andrés Anwandter (Chile), para, desde éstos, sentar las bases de su lectura y seguir hacia atrás con el proyecto de Jorge Eduardo Eielson (Perú) y las poéticas, diversas e incluso contrapuestas, que se desprenden de la propuesta de la Poesía Concreta (Brasil). Hacia el final Padilla hace una excelente revisión de la vanguardia, poniendo en el centro las figuras de Vicente Huidobro (Chile) y de Alberto Hidalgo (Perú). Las pesquisas de Padilla abren, por un lado, nuevas lecturas de la vanguardia, de la poesía concreta y del proyecto de Jorge Eduardo Eielson, (problematizando a partir de éstos, entre otras cosas, las relaciones entre imagen/texto), y por el otro, iluminan algunas líneas de las poéticas latinoamericanas actuales.

A lo largo de su libro, Padilla deja en claro tres aspectos que me parecen esenciales para todo aquel que quiera hoy leer un poema: 1) Lo importante no es tanto lo que dice un poema sino lo que hace un poema, 2) contra lo legible lo ilegible como lo que puede movilizar al lenguaje y a la experiencia y 3) para llegar a la materia (a ese terreno rugoso que los “mapas” no toman en cuenta) hay que abandonar la significación. Padilla pone en el centro lo que la norma pone en el margen: lo in-significante, lo no-significante, la materialidad. Pero Padilla no está solo en esta búsqueda, a lo largo de sus ensayos dialoga con otros críticos, otros poetas, otros pensadores: aquí quiero destacar dos nombres que están muy presentes en la discusión que José Ignacio Padilla pone en juego en su libro: Mario Montalbetti y William Rowe; de hecho, uno de los puntos de partida del libro, como lo afirma al inicio el mismo Padilla, es la postura crítica de Montalbetti, quien propone hacer una crítica de la “economía política estética” (15) , que supone, entre muchas otras cosas, escribir/leer contra el signo, contra la identidad, contra la unidad lingüística, nacional y territorial: contra todo aquello que intente homogeneizarnos, uniformarnos, domesticarnos. La propuesta de Mario Montalbetti se toca también con la de William Rowe, quien insiste, en sus muchos libros y conferencias, en la necesidad de hacer una crítica al lenguaje, de desconfiar de la continuidad que la articulación gramatical suministra para pensar el mundo, poniendo precisamente entre comillas lo lingüístico-centrista para así abrir otras perspectivas que suspendan el nivel discursivo, el nivel simbólico del lenguaje. En una entrevista William Rowe propone: “Que las palabras laceren la página (Michaux), creo que esto nos permite entrar en una zona en que sentimos lo otro del lenguaje, su extrañeza, sentir las palabras desde el otro lado” (Cesura ,23).

José Ignacio Padilla al final de su libro sugiere: “Si la realidad es una suma de representaciones, la palabra debe rasgar la realidad” (262). Esta es, quizá, la propuesta central de El terreno en disputa es el lenguaje: rasgar la realidad para abrir fisuras desde donde poder ver. La pregunta que queda por contestar es: ¿qué tenemos que ver?, ¿qué es lo que estas poéticas críticas nos permiten ver? Si entiendo bien, un eje para esta respuesta sería que lo que estas poéticas nos muestran es precisamente “el anclaje no-significante del lenguaje” (90), y nos lo muestran porque, según la intuición de Padilla, estas poéticas operan una reificación o vaciamiento crítico del lenguaje, es decir, muestran “el carácter de cosa de las estructuras que portan la subjetividad” (89), nos muestran la dimensión material del lenguaje sin fetichizarlo, nos permiten, no trazar significados trascendentes, utópicos, sino entrar directamente en lo concreto, en la materia del lenguaje:

Cualquiera sea el contenido del lenguaje o del poema, estos no abandonan nunca su carga material: sea la vibración en el aire, sean los patrones de sonido, sea el envío perpetuo entre la imagen y la letra, sea la tensión entre el plano virtual y la superficie real, sea la vibración de un objeto contra el espacio energizado: esta carga material opera en ellos contra la significación, contra lo que explícitamente dicen, sin que ello sea obstáculo para el movimiento perpetuo del sentido. (89)

Del vaciamiento del lenguaje operado por la confluencia entre simbolización y capitalismo, Padilla nos lleva al vaciamiento crítico del lenguaje operado por la poesía, y subrayo la palabra crítico porque ahí se desliza la diferencia. A lo largo de El terreno en disputa es el lenguaje el binomio poesía y crítica es indisoluble: no hay poesía acrítica. Todo poema supone un ejercicio crítico desde donde poner al descubierto “la alienación y el fetichismo [que] forman el tejido de la realidad” (90). Queda claro entonces que no hay posible salida del lenguaje, como bien lo señala Padilla, así que la apuesta ética del poeta es trabajar desde el lenguaje, pero contra el lenguaje. Este trabajo crítico, desestabilizador, es lo que permite, y aquí vuelvo a Vallejo, romper el cliché, “cristalizar un gran disparate” (Cesar Vallejo, 495).

Sólo resta decir que, aunque dentro del ámbito de lo académico, los ensayos que componen El terreno en disputa es el lenguaje, son anti académicos. En algunos de sus ensayos Padilla refuta lecturas ya aceptadas por la tradición, por la academia, para desmantelarlas y poner al descubierto otros ángulos de lectura. José Ignacio Padilla no abusa de la teoría, no la pone en primer plano, más bien la utiliza como una herramienta para alumbrar su recorrido, para mostrarnos las rugosidades del terreno. Padilla ensaya en el sentido abierto de esta palabra, es decir, ejercita su pensamiento y el nuestro: nos invita a pensar.

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Padilla, José Ignacio, El terreno en disputa es el lenguaje. Madrid: Iberoamericana/ Vervuert, 2014. Impreso.

Rowe, William, “Hacia una poética radical, (entrevista)” en Cesura 3. México: UIA, 2014

Vallejo, Cesar, Ensayos y reportajes completos. Perú: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2002. Impreso.

Vallejo Cesar, “La vida como match” en Poesía y poética 10. México: UIA, 1992

* Seminario que tuvo lugar en la Casa de las Américas (Madrid), organizado por José Ignacio Padilla “Cesar Vallejo: la poesía como vivencia de nuestro tiempo”.

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