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El acordeón budista o la meditación norteña

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Somos una mezcla terrible, y en cada individuo coexisten tres, cuatro, cinco individuos diferentes, así que es normal que ellos no concuerden entre sí.

S. Pitol

Un centro budista y una bocina que reproduce música norteña parecen elementos difíciles de conjugar. Cualquiera que haya asistido a estos recintos dedicados a la meditación y al desarrollo personal, difícilmente se habrá encontrado con que en el fondo algún éxito norteño armonice las sesiones. Es sabido que en muchas prácticas budistas el silencio y la concentración tienen un valor preponderante, por lo que la irrupción de un altavoz que hiciera sonar melodías emparentadas con la polka y los corridos, se antoja un acto imposible e impertinente. Pero más allá de que ambos elementos sean antónimos dentro del sonido, existe otra condición que los orilla a contradecirse y a entrar en conflicto: el apego.

Mientras que por un lado las letras de Los Relámpagos del Norte o Los Tigres del Norte nos hablan, entre otros temas, de episodios amorosos, prometedores y casi siempre desafortunados, de relatos en los que se hace un recuento de las traiciones y pérdidas, así como de sus inevitables venganzas; por otro lado, en el salón de algún centro budista escuchamos cómodamente descalzos las palabras del maestro que nos encaminan hacia la purificación de la mente y el desarrollo de emociones positivas.

En otras palabras, mientras que Cornelio Reyna, cantante de Los Relámpagos del Norte, nos enseña la siguiente estrofa:

Andaré por el mundo vagando por partes distintas que nunca había andado,
   andaré platicándole a todos que ya no me quieres, que me has olvidado.

          
entretanto, nuestro maestro de meditación nos inicia en la pronunciación del mantra de la compasión:

Om mani padme hum.

Esta última oración puede traducirse como “la joya de loto que reside dentro”. De allí que, según la doctrina budista, nuestra misión deba ser desenterrar dicha joya de entre el tumulto de pasiones y sentimientos nebulosos que continuamente nos afligen, una lista de malestares que suele estar encabezada por nuestro apego hacia las personas o las cosas.

En la tradición norteña se subraya el ardor de las relaciones fallidas mientras que en la práctica espiritual somos invitados a reconocerlas como ciclos que debemos dejar pasar. Considerando pues, los sentimientos que expresan los cantantes de grupos norteños y aquéllos que militan los miembros de alguna orden budista: ¿podríamos decir que uno es mejor o más conveniente que el otro? ¿Que la validez del primero se viene abajo con la presencia del segundo, o viceversa? La respuesta es no, ya que dicho planteamiento casi equivaldría a intentar deliberar cuál de los dos modos de sentir es más humano.

Entre las influencias directas de la música norteña, el género del corrido se perfila desde el siglo XVIII en México como una forma de narración popular, cuyas letras reflejan los acontecimientos y valores sociales y políticos, a la vez que de paso, preservan la tradición oral. En este sentido, dudar de la validez del contenido de las líricas norteñas, sería dudar de nosotros mismos. Ya sea de manera cercana o distante, finalmente las letras populares dibujan y rellenan nuestro contorno como integrantes de determinado grupo. No solo abordan temas comunes como el dolor, el amor —correspondido o no—, la tristeza, los amigos o el orgullo, sino que también exponen el significado que éstos tienen para nosotros y las reacciones que suelen provocarnos.

Por otro lado, en los centros budistas son frecuentes los cursos y talleres que ayudan a controlar y disipar los mismos sentimientos referidos anteriormente.

Sé que en ti se encierran miles de tristezas,
miles de amarguras y grande dolor,
por eso yo mismo te haré que descanses,
que llores, que llores, por el viejo amor.

Llora, llora, llora, mujer llora
hasta que en tus ojos no haiga llanto,
hasta que mi Dios también te escuche
y comprenda que has sufrido tanto, tanto.

(fragmento de Llora, llora de  Los Relámpagos del Norte)

Basta con establecer un breve diálogo durante la clase de meditación para confirmar que los motivos que llevaron a nuestros compañeros a asistir, son, en esencia los mismos que servirían como inspiración para crear una canción norteña.

Puede sonar obvio e innecesario el hecho de apuntar que ambas tradiciones parten del mismo punto, es decir, de un estado turbulento del alma y que la diferencia reside en la manera que cada una adopta para encauzarlo. Sin embargo, si consideramos que las dos escuelas utilizan la misma materia prima como base para desarrollar sus respectivos procedimientos, que ambas se despliegan como posibles senderos a seguir, y que basta dar un paso a la derecha o a la izquierda para elegir cómo sobrellevar las penas, bastaría también que alguien decidiera caminar por un sendero intermedio para desvanecer la distancia que existe entre ambas.

Así, esta cercanía insospechada que se revela al poner codo a codo, hasta convertir en parientes cercanos a dos agentes que provenían de árboles genealógicos disímbolos podría esconder la posibilidad de reafirmar la ley de atracción entre opuestos y eventualmente inaugurar alguna combinación inédita: llámese corrido zen, sesión de meditación norteña o cualquier práctica híbrida que reconcilie las dimensiones espirituales y norteñas que coexisten en nosotros.

Canciones

Los Relámpagos del Norte, «Desterrado del mundo», en Strike Again! Vol. 3, EUA, Alto Records.

 

Los Relámpagos del Norte, «Llora, llora», en Coyote Cojo (comp.) 33 Éxitos Norteños.

 

 

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