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Dostoievski lee a Hegel

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 “Según Aristóteles, no hay ninguna diferencia entre la caída de la hoja o de la piedra y el naufragio de los hombres virtuosos que se encontraban en un barco…”    Maimónides

En el mes de Junio de 1868, Fiódor Dostoievski alquiló un departamento en Florencia, Italia.

En sus apuntes ( artículos periodísticos que Dostoievski publicó desde 1861 hasta 1881, compilados y traducidos hoy día por Páginas de Espuma como Diario de un escritor, crónicas, artículos, critica y apuntes) nuestro autor se quejaba del bochornoso verano en el norte de Italia.

Hablaba también de un peculiar bicho que perturbó una de sus noches italianas. Se trataba de una tarántula. Fiódor recordaba que en su estancia en Semipalátinsk (hoy día Semey, Kazajstán) había escuchado de la muerte de un cosaco por el veneno de una tarántula. En Italia, según el novelista ruso pensaba, no había de que preocuparse pues abundaban los curanderos que podían quizás atenuar el veneno.

Aquella noche Dostoievski durmió mal. Pensó en una fábula de Kuzma Prutkov llamada “El inspector y la tarántula” (fábula que yo desconozco y autor del que no sé nada) y pudo reír un poco. La piccola bestia no apareció aquella noche.

Escribe Fiódor: “Se ha colado en Europa una piccola bestia y no permite que la gente buena viva en paz”.

La anécdota de la tarántula que irrumpe para perturbar es según Dostoievski una metáfora sobre la cuestión oriental. (La conflictividad entre Grecia y Turquía a mediados del siglo XIX)

Casi vente años antes, en el sur de Siberia, el autor de Las memorias del subsuelo, conversaba con Alexandr Yegorovich Vrangel, fiscal del campo de prisioneros en que Dostoievski habitaba. A veces Alexandr conseguía llevarle unos libros al escritor ruso. A veces Fiódor le recitaba versos de Pushkin.

En su libro Dostoievski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar, László Földényi recuerda las tardes en que Vrangel y Fiódor Dostoievski encontraron a Hegel. Se insinúa que el fiscal de campo consiguió los cursos sobre la filosofía de la historia universal, que Hegel dictó en Berlín entre 1822 y 1831.

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“Primero hemos de dejar de lado la vertiente norte, Siberia, que se halla fuera del ámbito de nuestro estudio. Las características del país no le permiten ser un escenario para la cultura histórica, ni crear una forma propia en la historia universal”.

Földényi siguiere que esas líneas afectaron profundamente al ruso. Digamos que ocurrió el llanto de Dostoievski. Pero pudo acontecer una aflicción interior. Un vuelco sentimental.

Acusado de conspirar contra el zar Nicolás I (en 1849), mandado a ejecutar y después salvado milagrosamente, Fiódor fue enviado a trabajos forzados en Siberia.

El novelista ruso rememora esta época en sus cartas personales como un periodo de autoconocimiento, de descubrimiento de Cristo (palabras más, palabras menos).

Hegel, (que también dejó fuera a América de su filosofía de la historia universal) ignoraba a los esclavos universales (que no formaban parte del proceso de transformación del espíritu).

Así podemos pensar que el ruso asistió, al leer a Hegel, a una rebelión interior. Una rebelión interior en los campos de prisioneros: “Sobre la historia universal se puede decir cualquier cosa, todo cuanto se le ocurra a la imaginación más desvariada, lo único que no puede decirse es que sea racional…” Escribe Dostoievski.

Quizás la razón, el escudo de Hegel y de tantos más, quedó destruido con las experiencias de los excluidos.

“Es el presidio una casa muerta- viva, una vida sin objeto, hombres sin iguales…” Se lee en Memorias de una casa muerta, que escribió Dostoievski durante sus días en Siberia.

Memorias de una casa muerta, la novela escrita por Dostoievski durante sus días en Semipalatinsk, es ese murmullo que estalla ante el pasmo humano, no el silencio mesurado de Hegel que excluye aquello que le parece tan lejano y que desconoce, lo que califica como carente de espíritu, como un cumulo de espectros desalmados.

Existe un punto central que los hace distar y acercarse el uno al otro eternamente, más allá de la anécdota del llanto del ruso al leer al filósofo alemán, mientras habitaba en la prisión siberiana y de vez en vez se observaba frente a un pedazo de espejo sucio, ese punto es la tragedia de existir en un universo revuelto.

La sombra hegeliana es la sombra del amo cansado y eternamente incomprendido. La escritura de Dostoievski no buscaba demostrar a través de la razón, existe en sí misma, en el abismo mismo, en la exclusión y en la vida.

“La palabra abismo uno está tentado a pensar que se trata de un pseudónimo de Dios”, escribe Léon Bloy.

Escribe Dostoievski en sus cartas desde Siberia que esos días le sirvieron para conocer a Cristo, el abismo tal vez se mostró en ese fragmento de espejo roto.

El concepto hegeliano de espíritu (que puede ser Dios, absoluto o un fantasma excluido) y su relación con el ser es como la tarántula que espera en una habitación que no nos pertenece, una habitación ajena en un país extranjero, mientras pensamos en la risa intentando dormir.

Hegel, partidario del imperio prusiano y defensor a ultranza de una dialéctica que más tarde Marx retomaría es ante Dostoievski la sombra de la araña.

 

“He vivido en prisiones entre muchos delincuentes, ‘auténticos’ delincuentes, fue una larga escuela[…] La purificación por el dolor es más sincera, más liviana que el destino que se les prepara absolviéndolos en los juzgados” escribe el novelista ruso.

Aquella purificación por el dolor, que atravesó Fiódor en sus días en Semipalátinsk fue el camino de los condenados al olvido.

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