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Cruz-Diez en el MUAC

Escribir acerca de una exposición que demanda no sólo el placer estético sino las condiciones de posibilidad de la expresión manifestada no es tarea fácil. Me refiero a la obra de Cruz-Díez exhibida en el MUAC[1]. Porque la obra de Cruz-Diez es la realización del dominio del color y de su recepción por el ojo. Algo que de por sí es complicado. Nuestros ojos como los órganos que nos orientan en todas direcciones, como receptáculos de afectos, como proyectores de deseo pero también nuestros ojos como órganos funcionales, compuestos por una maquinaria cerebral, capaces de ser estimulados hasta perder de vista lo que se ve. Ahí nos lleva el arte óptico de Cruz-Diez, nos (des)coloca en el punto donde la visión aguda y la ilusión óptica se crean, en esa ambigüedad que forza a frotarse los ojos. En esa nebulosidad provocada por la saturación de cambios, de colores, de tonalidades.

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En las visitas que he hecho a las salas, he repetido la misma conducta sin premeditación. Resulta que cuando he sido víctima de la atracción ejercida por las piezas me he visto rodeando el espacio como si estuviera dentro de un túnel giratorio. Y es que los colores se escapan a la mirada estática, al régimen horizontal cotidiano con el que estamos acostumbrados a caminar en una sala de museo. Acá, la sala entera, por el poder de las obras que sostiene, se convierte en una fisicromía. Si el deseo de Cruz-Diez es lanzar el color al espacio, y si la pieza final es un ejemplo de ello, a mi gusto, la realización de tal deseo es la exposición entera. Porque, las líneas de colores que dan nuevos colores se van al espacio, cada paso que uno da es un color nuevo, y por ende un espacio nuevo que estructurar en nuestro aparato perceptivo. El color que se va haciendo conforme avanzamos o retrocedemos, conforme giramos, por misterios de la ciencia óptica, “no está ahí pintado, está en el espacio”; imaginamos colores, y por mucha que sea la incredulidad, puesto que lo que gobierna es un principio óptico, la imaginación subsume toda ley. Plastas de color e intensidades espaciales, dos de las primeras sensaciones con las que aprendemos a pensar, a “comunicarnos con el mundo”.

Pero, ¿por qué Cruz-Diez quiere lanzar al espacio el color?, si el espacio es gracias a lo cual se podrían ordenar las gamas cromáticas, a girar ese círculo que transita de Goethe a Newton. ¿No podríamos decir que está ya en el espacio?, Creo que, bajo la lente de la recepción estética, lo que se evidencia es que los afectos, las emociones, la incerteza, la ambigüedad son del espacio y se colorean conforme hacemos con nuestro cuerpo parte integral de él. El color es coextensivo al espacio porque nuestros ojos lo envuelven, lo difuminan o lo encienden. Sin embargo, en la obra de Cruz-Diez se revela el punto ciego, aquél que aunque no queramos gobierna nuestra imaginación, nuestra intuición. ¿Qué no es un punto ciego lo que hacen resurgir los mandalas?, ¿qué no es ese trance que se debe a la interminabilidad de las formas y de la inseparabilidad, muchas veces, de los colores los que crean un espacio sagrado?. Entonces, mas que preguntar de qué se trata la exposición, deberíamos cuestionarnos hacia dónde nos lleva. En la conversación entre Ariel Jiménez y Cruz-Diez, encontramos este pensamiento: “Ser o no ser ateo es un asunto bien ambiguo, porque en lo humano, en lo que hacemos y en lo que nos rodea, hay casi siempre una huella religiosa, o el hombre lo vuelve religioso” [2]

Entonces, ¿por qué el punto ciego, o esa confusión óptica, es el motor para la claridad cuando lo contemplamos?, el hecho de que en mis visitas mi cuerpo gire denuncia la insatisfacción por no poder aprehender lo que está frente a mis ojos; el interlineado da la pauta, abre el espacio a la aporía orgánica y asimismo a la expresión estética, ¿por qué es el punto ciego el que nos abre hacia la percepción de frecuencias cromáticas?; todas estas preguntas son resueltas en las piezas de Cruz-Diez y nosotros como espectadores somos una posible transición más de color conforme ocupamos el espacio coloreado; es nuestro cuerpo el que une y separa la experiencia óptica, es el poder de ver entre líneas, el poder de ver la relación quiasmática de la mirada en el mundo.

[1] Museo Unversitario de Arte Contemporáneo, UNAM, Ciudad de México, enero 2013

Carlos Cruz-Diez. El color en el espacio y en el tiempo.

[2] Carlos Cruz-Diez, en conversaciones con Ariel Jiménez, Fundación Cisneros, Nueva York, 2010, p 140.

Imagen por: Joel Bracho Ghersi

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