Reseñas
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Contra la originalidad

Jonathan Lethem
Traducción del ingés: Pablo Duarte
Tumbona ediciones
México, 2008

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 Pasando revista a las innumerables manifestaciones que encarna el derecho de autor y la propiedad, en artes, en leyes, en economía(s), el ensayo “The ectasy of influence: A plagiarism” vuelve a recordarnos que nada nos pertenece y que todas las creaciones ostentan un origen espejeante. Montado sobre la base de un personal copy-paste de frases ajenas, la obra impugna el prurito de originalidad mediante un discurso plagiario. Se trata de una serie de argumentaciones reapropiadas por Lethem para desarmar la defensa de la propiedad privada en el ámbito creativo-artístico y de sus derivaciones jurídico-legales, finalmente ideológicas.

No enfrentar esta discusión al interior de la producción de arte, especialmente en literatura, hace que legiones de pretendientes trabajen sus creaciones como formas puras del yo y sus afectos particulares, lo cual estará siempre amenazado de ingenuidad retórica. Entre Marx y Duchamp el sujeto abstracto se pulverizó en fragmentos que recojemos como a la musa atropellada. La conciencia de la Historia en el trazo de la vida personal conduce la atención hacia las marcas ineludibles de nuestro estar en el mundo, el mismo que Duchamp des-colocó para garantizar su vitalidad crítica en cualquier objeto-mercancía. El debate sobre la originalidad, las influencias, el plagio, permite abrir los campos de conocimiento que la familiaridad o la autocomplacencia agotan. Nos hace responsables ante la tradición del presente contemporáneo, estimulando búsquedas y reflexiones sobre el quehacer artístico que puja firme, especialmente en el continente americano, desde la segunda mitad del siglo XX en adelante.

Sin embargo, la tradición ofrece de todo. Lirismo burdo, sensual, pretencioso, innovador, etc. Ofrece experiencias de ruptura, deconstrucción, escepticismo. La alquimia de lo nuevo se nutre de una inteligencia antropofágica. Las obras que despiertan interés tienen la característica de una indisociable y compleja relación con el pasado. En ellas se encontrará siempre una vuelta de tuerca a los antecedentes, una apariencia novel sustentada en ajustes personales al canon. Toda una dialéctica (in)dependiente y abierta al abismo de la posibilidad.

Sobre la cuestión del plagio revolotean significantes asociados. La idea de robo, por ejemplo, y su concomitancia opuesta a la idea de regalo. Uno de los tópicos más interesantes del ensayo de Lethem es justo la propuesta de una visión obsequiante del arte y, en consecuencia, de las relaciones humanas: “El arte que nos importa –ése que mueve al corazón, o que reanima al alma, o que deleita nuestros sentidos, o infunde valor para vivir, o como sea que queramos describir la experiencia– es recibido como se hace con un regalo. Aun si pagamos una cuota en la entrada del museo o la sala de concierto, cuando somos conmovidos por la obra de arte, recibimos algo que no tiene nada que ver con el precio”. Esa imposibilidad del precio se basa en la donación (sin caridad) de aquello que rebasa una cifra financiera. La escena del intercambio dentro de una ferretería constituye uno de esos paréntesis de la mirada reflexiva: ¿qué pasa cuando en ese comercio los oferentes comienzan a platicar de otras cosas, cuando se desvian hacia los afectos de la vida, saturninos comentando el clima? Podríamos imaginar una debacle del sistema, la caída del muro, un plaf rotundo. Eso a nivel de nuestro corazón humano, porque las cosas siguen igual, aunque no siempre. La figura del regalo activa en su momento una donación de sentido invaluable. En el fondo estamos de acuerdo, aunque no podemos regalar los martillos, los libros, las ropas, que no nos pertenecen. Lethem monta en esta argumentación la cuestión del hacer arte como ofrecimiento del que no esperaríamos retribución. ¿Visión ingenua? ¿realismo escéptico? La cuestión ética despunta a cada paso, como minas antipersonales regadas en la frontera. ¿Debemos ser auténticos, honestos, malvados, provocadores? El espacio artístico parece prometer la libertad y al mismo tiempo el sentido, pero como cualquier manifestación humana se encuentra rodeada o imantada de política y eticidad, haciendo del acto creativo una zona de ensayos peligrosa.

Hay casos que escandalizan a la primera noticia. Los plagios de Bryce-Echenique descubiertos hace unos años, cuentan como robo sin estrategia, como “avivada” indolente. Pero el gesto logra sacar a uno de los plagiados, el ensayista Luigi Amara, un filón integrado a la tradición de plagiarios estratétigos. Basándose en el llamado “plagio por anticipación”, noción oulipiana, Amara exime a Echenique de cualquier falta pues el infractor más bien ha sido él: “Al igual que James Joyce y George Perec, al igual que George Moore y Ben Jonson, al igual que un abultado etcétera, que incorporaron a su obra páginas y páginas de otros escritores, yo sólo quise poner en entredicho los límites del sujeto y obré del modo más osado —¿más cínico? — que tenía a mi alcance: puesto que plagiaría ni más ni menos que a Bryce Echenique, me le adelantaría alevosamente unos cuantos años, tal como la tortuga hizo con la liebre, para que entonces él, que nunca me daría alcance, pasara por impostor.” (Blog del autor: la cola del mundo).

El ensayo de Lethem problematiza una cuestión que remitirá siempre a la intuición borgeana sobre la invención de los predecesores o al sistema de anacolutos de Walter Benjamin. Nos lleva a pensar en estos ejemplos desde el enjambre de mercancías culturales de la sociedad moderna, especialmente la estadunidense, atascada de cine, música y tv reconvirtiéndose a cada instante. Por nuestros pagos latinoamericanos, la creatividad ceratiana se nutrió, según he averiguado, con segmentos ajenos de ineludible parecido con algunas de sus influyentes canciones. Un amigo acaba de regalarme un libro del año 45′: “Trayectoria poética de Leopoldo Ramos”. Armando Duvalier, perpretador de la antología, nos cuenta: “Es de citarse, como dato curioso de su bibliografía, que a mediados de 1933, Guillermo Trujillo M, ‘gángster’ literario yucateco, que ya le había plagiado el soneto de ‘Onda y Vorágine’, hizo figurar su nombre en ‘Urbe, Campiña y Mar’. Este mismo plagiario, le robó a José Margarito Solís, fundador del ‘Bloque de Obreros Intelectuales, (B.O.I), el libro de las ‘Parábolas’”. Descubrimiento que nos hace desternillar de risa con la alta cultura de la originalidad.

Imagen por: Ken Honeywell

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