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Colonos de Leonardo Sanhueza

Editorial Cuneta

Chile, 2011

 

Colonos es un libro que desde el diseño de su portada se encuentra cargado de sentido. Hay peces volando sobre el título y en medio dos pistolas en un fondo blanco. Algo que puede resultar contradictorio, ya que los peces son organismos vivos, formas de la vida. Se adaptan fácilmente a su ambiente natural, son un ejemplo de determinación. Las armas, por otro lado, representan la muerte, terminan con la vida.

Sanhueza divide el libro en dos apartados: “Los peces voladores” y “Colonos”. El primero de ellos cuenta la historia de Gustave Verniory, un ingeniero belga que llega a La Araucanía. Sin esta primera narración nos sería poco comprensible el segundo apartado, pues aparecen distintos personajes misteriosos que van revelándose conforme transcurre la narración.

En este sentido la poesía de Sanhueza proyecta sobre la imaginación del lector una reacción en cadena que libera energía creando una fuerte imagen de la precariedad humana. Como sucede, por ejemplo, en el siguiente fragmento del poema “Donde Barrueto, abril 1890”:

 

Y en cambio yo, te había dicho

mejor vámonos a casa, que Barrueto

no vende vino a dos huainas como nosotros,

al ver las carabinas en el umbral iluminado

clavé espuelas como un loco y saqué

distancia e incluso ya creía haber huido

mientras pensaba qué decirle a nuestra madre

cuando de pronto las estrellas del verano

comenzaron a girar como locas y a girar

como yeguas en una trilla de trigo negro

y no se detienen jamás a explicarme

qué diablos fue lo que sucedió

ni qué fue la vida, aparte de eso.

La segunda parte de Colonos comienza con una cita de Johann Zürcher: “Personas ancianas, pobres, flojas y poco prácticas no deberían emigrar, porque les espera un triste destino. Consideremos esto como una advertencia puesto que el destino y el azar juegan un papel predominante en la conformación de un país. Sanhueza establece estos cuestionamientos en el cruce de la historia, la biografía, la narrativa y la poesía.

Una observación importante sobre el libro de Sanhueza es la que ha expresado Alejandro Zambra en la contraportada de Colonos: “restituye ese espacio perdido: el poeta vuelve a ser el que canta y el que cuenta historias”. No son relatos de héroes, porque los países nunca han sido construidos por ellos, sino por gente común que tiene miedo, y que se desgasta día con día. Como sucede con “Elise Berger”

 

No bien llegamos a Chile cuando quedé huérfana

y me convirtieron en la hija prestada de los Blazer

Crecí entre ellos, jugué con sus niños y recibí

el amable calor de la chimenea, pero muy pronto

mis bracitos apalearon la ropa en el río, y así aprendí

qué significaba ser hija prestada de los Blazer.

 

Tengo la sensación después de leer éste y otros libros de poesía chilena como los de Gloria Dünkler, que en este momento se realiza una revisión de su fundación y de las comunidades inmigrantes que llegaron a esas tierras.

Sanhueza nos muestra como he dicho, no la grandeza de estos “colonos”, sino su miseria. Su deseo de ser exitosos —de hacer una nueva vida—, queda desplazado por la realidad que se les impone, y que está sembrada de trabajo y fracasos. Algo equivalente a los peces voladores, que llevan en su ser la imposibilidad del vuelo. Pueden soñar con éste, pero no pueden abandonar el agua para seguir viviendo.

 

“Verniory: en Victoria, 1895”

Han pasado seis años de filo fugaz,

la candidez de la hoja, la sangre en el dedo,

de aquel tiempo que pasaba como el barro

paleado en la acequia, con sus líneas

de flujo marcadas, no para contarlo

sino para indagar en silencio su trayectoria

y tal vez seguirla al ritmo de la tonada.

En el tedio había más tedio

pero todo junto era una explosión

un relámpago que sale del frío y vuelve al frío,

inexplicable como el juego de las manos calientes,

y era hermoso entrar, solamente ocupar,

y quizás escuchar la sierra corvina

en su renovado ronquido aserrín.

¿Valía la pena dejar todo eso

y caer por la cascada del fonógrafo

con perfume pero sin fuerzas

para remontar la corriente?

¿Y dónde están todos, dónde quedaron

Manuel Vieytes y Celestino Pérez?

¿Tan pronto se han dormido en la colinas

o están en sus casas, mecidos por el péndulo?

¿Acaso en la plaza ya no hay cuentas que ajustar?

¿Y dónde se han metido los pacos andrajos, la ley

del ojo seco, la amistad de mil barcos guarecidos?

Y esos cinco hoteles con lámparas y piso

¿quién los eligió en las calles vacías?

¿Y qué fue de los ponchos y las botas, y cómo

los cambiaron por levitas y zapatos de charol?

Y esos guantes de armiño

¿sirven para empuñar un revólver?

¿Esto es la Frontera? ¿Esto es la ley?

¿Y entonces quién es esa señora de cristal

y qué espera bajo la lluvia implacable?

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Imagen por: La Junta Producciones

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