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Sobre Nunca cambies de Inti García Santamaría

Las líneas a continuación fueron pensados y escritos para una presentación del libro Nunca Cambies de Inti García Santamaría.

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inti

Es cuando una de ellas se acerca por fin y nos mira. Una de esas niñas bonitas que observamos en silencio todo el año, mientras tallábamos su nombre en el pupitre y un cuarentón intentaba inculcarnos la importancia del cateto y la hipotenusa. Cuando alguna de esas casi muchachas, que antes perfeccionaron el arte del rechazo, te aborda unos minutos antes de salir de vacaciones para firmar el álbum escolar o el anuario y en una de sus páginas inscribe la frase “Siempre pensé que eras muy lindo. Nunca cambies”, uno no sabe si aquello es un halago, un indulto, un insulto, una condena.

Para un poeta como Inti García Santamaría, cuyo trabajo parece aferrarse a esos nudos donde la vida se debate entre la libertad del lenguaje que quiere ser presente y la hipocondría lírica de volver con desconfianza sobre la misma enfermedad que es uno mismo, “nunca cambies” debe ser un dilema mayor. ¿Habrá algún hombre que pueda vivir como un Peter Pan cínico?

Para cantar las Canciones de la inocencia en La tierra baldía se vuelve necesaria una sensibilidad particular que admita la fragilidad y el descaro, y un sentido del humor con más nobleza que crueldad. El topo está triste y sube a la montaña para que nada lo separe del cielo. El topo mira el mundo parado en la cima del montículo de tierra donde vive. El topo sabe lo que es una cima aun cuando la montaña tiene 30 cm de alto. Cuando el topo se ríe de la soledad en la cima del Top Ten, también se ríe de su desgracia. Como los monos que asedian a Chaplin en El circo, cuando el topo le baja los pantalones al artista, lo hace de buena voluntad.

Sus palabras son nobles aunque muerdan, se nublan si doblegan, se confiesan cuando el rojo de la brasa se enmascara en ceniza, cuando la lágrima se esfuerza por ser letra y no llorar, una g goteando en ges aglutinadas en el flash, el dulce flash del ego que brega por no ser fotografía nada más. El topo pinta los gestos del payaso de negro lo que se dice negro por no ser sentimental.

Y fracasa. Se oye decir: “no todo puede ser tan inmediato” y no sabe si se lamenta o está lanzando una advertencia a las páginas ocultas de poemas por venir. Gira orden de aprehensión contra su voz, pero no la detiene. Voz de la voz, dice ese topo. A fin de cuentas no escarmienta. Nomás se mete en otro hoyo para ver qué encuentra entre los muertos. Y en sus poemas los alaba como un fan —palabra de topo— y se ríe de ellos porque sabe que, como él, no tienen cura. Hay que cruzar. Hay que agotarse en carreteras. Hay que volver sobre uno mismo, agotar los recursos del poema que sospecha del poema para ver si su corazoncito aún late de amor.

Ese topo quiere que lo quieran cuando se sabe muy lejos de cualquier poema. Cuando las palabras sienten miedo del mutismo o del autismo o de la risa que está sola, y no saben si de veras son extrañas o comienzan a extrañarse por sí solas.

La próxima vez que a ese topo le digan “nunca cambies” no podrá contestar “chinga a tu madre”. No está en su naturaleza. Quizá conteste con palabras para nombrar un poema. Ya se sabe que ese topo desconcierta. Quizá diga por ejemplo: el camaleón es un camaleón, el topo un topo. El poema es un poema. El topo, igual que el mundo, se deleita en tautologías. Lo inevitable es inevitable.

Imagen por: Es lo cotidiano

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