Una gran parte de la población vive en urbes que concentran millones de personas. La tierra, vista a la distancia, está constelada por líneas luminosas, destellos eléctricos que laten ininterrumpidamente. Nos acercamos y miramos filas de automóviles que parecen no concluir; miles de personas se aglomeran en el transporte público y caminan en calles atestadas. El contacto humano es cada vez más frecuente ya que los espacios se reducen: hogares, mesas en los restaurantes y bancas en los parques. Sin embargo, la interacción entre los comensales y transeúntes es casi nula. Si en un pueblo de la antigüedad casi todos se conocían, en una gran ciudad todos son extraños. Nos movemos en una masa de gente a la que apenas miramos incluso en lugares tan pequeños como un elevador. Una vez acabada la jornada laboral respiramos tranquilos, libres del agobio de tanta gente, convivimos con nuestras familias y esperamos el siguiente día.
En este punto entran en el juego internet y las redes sociales. Una página o una base de datos tienen la ventaja de superar distancias entre personas con intereses comunes. Por ejemplo, para conseguir pareja, ya no es necesario el paciente cortejo o la espera interminable en una esquina para abordar a la persona amada. Ahora estos procesos son casi instantáneos, sólo basta un click para entrar en órbita con potenciales candidatos y seleccionar, como un producto de un supermercado, al mejor. El lado positivo es superar los límites que imponen el tiempo y la distancia. El peligro es la imagen que proyectamos a través de las redes sociales: una especie de álter ego que maximiza nuestras virtudes y oculta convenientemente los defectos. Atrás de una computadora se puede pensar con detenimiento antes de dar una respuesta o mostrar una fotografía tomada años antes y hacerla pasar como actual. En el terreno virtual un tímido puede volverse extrovertido al no tener a alguien real enfrente y sus balbuceos se transforman en ideas atractivas y expuestas con seguridad.
Otro factor importante de nuestras vidas que se ha transformado con el uso de las redes sociales es el anonimato. En el pasado lejano sólo las pláticas importantes superaban los círculos familiares y los amigos más cercanos. Con la invención del teléfono la comunicación se transformó e incomodó a muchos: ahora cualquiera que tuviera tu número era capaz de buscarte sin necesidad de tocar a tu puerta. En este siglo, curiosamente, seguimos defendiendo nuestra privacidad en el aglomerado exterior pero, cuando estamos frente a la pantalla, escribimos pensamientos íntimos con el deseo de vincularnos en distintos niveles a pesar de que no sepamos a ciencia cierta a dónde llegan nuestros anzuelos. Alguien que observamos con sospecha en un crucero se convierte en un amigo cercano después de intercambiar algunos mensajes por la red social. ¿La razón? Quizá la peligrosa seguridad de que lo virtual no traspasa los límites hasta llegar a nuestra realidad física. Por eso es fácil convertirnos en protagonistas de nuestra historia y la enseñamos sin tapujos al resto del mundo. La sociedad moderna empuja a salir del anonimato, presumir ante nuestros seguidores aunque sean muy pocos; incluso los fracasos son oportunidades para que nos reconforte un montón de voces anónimas.
La trama de El sol desnudo, novela del escritor norteamericano Isaac Asimov, se desarrolla en un planeta, Solaria, cuyos habitantes no tienen vínculos físicos y su comunicación se limita a esporádicos encuentros virtuales. Aquejados por una especie de agorafobia se encierran en sus casas dejando casi todo en manos de los robots. Asimov, además de la anécdota principal que involucra un asesinato, plantea una sociedad conformista y temerosa del extraño. Es aventurado profetizar este escenario como uno de los resultados de las nuevas tecnologías de comunicación y de las redes sociales. Es bien sabido que descubrimientos y avances han surgido gracias a la cooperación humana. No hay un inventor que haya desarrollado una idea en solitario sino que ha aprovechado el camino recorrido por otros. ¿Este vínculo podrá ser sustituido por lazos enteramente virtuales? El único atisbo es lo que vemos ahora y los análisis que indican que cada vez somos más individuos viviendo en ciudades superpobladas, aislados entre nosotros pero volcados, al mismo tiempo, en una existencia virtual que, en muchos casos, es un espejo que devuelve imágenes con algún tipo de distorsión, de fantasía.
Imagen por: Alberto Millares
Hay que tener claro una cosa, las redes sociales son muy útiles como medio para comunicarse pero la gente a quien conoces en realidad no son amigos, sólo gente desconocida. Por otra parte hay que saber y ser consciente en todo momento de que foto es la que cuelgas en instagram, Facebook o Twitter a fin de proteger tu intimidad. Yo no publico fotos mías en ropa interior y es por eso que mi perfil es privado.