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Oscar Niemeyer

Por Fritz Utzeri | Traducción del inglés José Luis Bobadilla

Hace algunos años traduje esta entrevista con Niemeyer por el impacto que me produjo. Hoy me sigue pareciendo fresca y con la misma atracción. El día de ayer Niemeyer murió a los 104 años. A lo largo de su vida consiguió que su energía y lucidez estuvieran insólitamente vigentes. Sirva el presente texto como un sentido homenaje a su extraordinario trabajo y a la seriedad no exenta de alegría con la que encaró su existencia entera.
–JLB.

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Me han pedido hablarles acerca de mi arquitectura, acerca de mi vida, sobre lo que me da placer o me entristece. Voy a tratar de darles gusto con unas cuantas palabras, decirles que lo importante no es la arquitectura, por la cual he permanecido sesenta años sobre mi mesa de dibujo. Para mí, las cosas importantes son la vida, los amigos y este mundo injusto que debemos mejorar.

He hecho tan sólo lo que me ha interesado, muy libremente, convencido ―como estoy― de que la arquitectura es sobre todo un asunto de invención. Aún más, creo en la intuición y veo la creación arquitectónica como algo muy personal que no se puede enseñar o aprender. Cada arquitecto debe tener su propia arquitectura.

Para la vida ―como lo he dicho siempre― tristemente, soy un pesimista, y veo a los seres humanos frágiles, abandonados y sin esperanza alguna. De cualquier modo la vida tiene que ser vivida, y al estar todos en el mismo barco, tenemos que vivirla mano a mano, juntos.

Lo demás es tiempo y no podemos separarnos de él. Felices cuando los tiempos son buenos, las mujeres hermosas, los amigos muy próximos y el cielo azul y estrellado. Tristes e indignados cuando la vida se vuelve cruel, cuando la miseria se extiende y nuestros hermanos más pobres son olvidados y relegados a la desesperación.

Cuando la esperanza abandona el corazón de los hombres, llega seguramente la revolución.

Creo definitivamente en la inteligencia humana y en que un día estaremos volando a través del cosmos, charlando con nuestros hermanos en el espacio, haciéndonos todavía la misma pregunta ansiosa:

¿pero, quiénes somos?

oscar niemeyer

Usted pertenece a un pequeño grupo de brasileños que poseen un reconocimiento internacional. ¿Se siente gratificado?

Existe una cierta exageración en esto. Soy un hombre como cualquier otro. He trabajado, tuve suerte, tuve ayuda, tuve oportunidades y las aproveché al máximo. Eso es todo. Trabajé duro. Me pasé la vida doblado sobre la mesa de dibujo. Pero no me quejo. Siempre reserve tiempo para las cosas importantes como leer, ver por mi familia, compartir con los amigos, teniendo siempre presente que la vida es más importante que la arquitectura. Conforme me hago viejo, intenté adaptarme. Soy un pesimista; no veo ningún futuro para los seres humanos. He procurado vivir una vida tranquila para hacer lo que me gusta, para protestar, para luchar contra la pobreza y buscar un mundo mejor.

Es curioso que su primera obra ―Obra do Berço― sea un especie de hospital.

No era un hospital, sino un pequeño espacio de caridad dirigido por mi prima Lísia Sodré, quien me pidió que realizará el proyecto. Una obra modesta, casi insignificante dentro de mi carrera arquitectónica. Para mí, la arquitectura comenzó en Pampulha, Minas Gerais.

¿Fue realmente en Pampulha dónde el arquitecto Oscar Niemeyer afinó el foco?

Pampulha fue el punto de partida de esta arquitectura libre llena de curvas que incluso hoy día aún sigo amando. Fue de hecho el principio de Brasilia, con una particularidad muy especial: fue el primer trabajo que JK [Juscelino Kubitschek] construyó como figura pública, mi primer proyecto importante y la primera construcción de mi amigo Marco Paulo Rabello, quien también realizó una destacada contribución a Brasilia hasta el final. Desde luego como todos los arquitectos de mi generación fui influenciado por Le Corbusier, pero esto no impidió a mi arquitectura tomar una dirección distinta, que fue una característica que él siempre entendió y elogió. “Aquí hay invención”, le dijo a Italo Campofiorito cuando caminaba por la rampa del Congreso Nacional.

Le Corbusier, una de sus pocas influencias, es generalmente rectilíneo, como en las instalaciones del Ministerio de Educación y Salud. Existen algunas excepciones, como la capilla en Ronchamp…

La Capilla de Ronchamp… Eso según dicen marca el comienzo de mi influencia en su obra, lo cual me agrada muchísimo.

¿Qué piensa de la actual arquitectura brasileña?

Por supuesto tenemos excelentes arquitectos. Sin embargo, mientras camino en algunas calles de Brasilia o cuando voy a Barra de Tijuca, siento que continúa existiendo mucha mediocridad alrededor.

¿Ha estado en Barra de Tijuca últimamente? ¿Qué diría de ella? ¿Es eso arquitectura?

No me gusta Barra. Se ve como Miami, como un suburbio de Miami y peor, existe incluso una replica de la estatua de la Libertad allí, nos oprime de algún modo. En todos lados la mediocridad y el poder del estado nos son impuestos.

Pero eso es típico de la ciudades brasileñas. En Europa, los centros de las ciudades permanecieron más o menos intactos a pesar de las guerras. Un romano del siglo diecinueve o incluso del Renacimiento podría reconocer una buena parte de su ciudad… En Rio las transformaciones son brutales. Las hermosas vistas que existían alrededor cuando yo era adolescente ya no están allí.

Cuando la arquitectura y el urbanismo moderno aparecieron, París ya tenía un estilo arquitectónico definido, y sus habitantes siempre se preocuparon por su preservación. Esto es lo que falta en Rio.

Aquí, en lugares como la Avenida Rio Branco, hemos tenido cinco generaciones de edificios en tan sólo un siglo…

Sin embargo debe considerar que, cuando la arquitectura moderna llegó a Rio, no encontró ―como si sucedió en Europa― una arquitectura establecida previamente imposible de ignorar, que pudiera imponer un cierto orden.

Pero la aniquilación de Pereira Passos funcionó… La vieja Avenida Central era un pastiche, y al mismo tiempo un monumento en la historia de la ciudad, con edificios imitando a los de Francia, incluso a los de Buenos Aires, era un neo-algo…

Cuando Le Corbusier estuvo aquí, felicitó a Pereira Passos por la construcción de esa avenida, a pesar de la inevitable demolición.

Hay quienes dicen que su sello es más el de un escultor que el de un arquitecto. ¿Qué piensa de esto?

No es fácil realizar el tipo de arquitectura que me gusta, en el que el coraje y la libertad plástica son esenciales. Pero para eso tu necesitas saber como se dibuja ―sin excluir el dibujo figurativo. Y entender qué tan importantes son la sorpresa y la invención.

Esta libertad debe ser la pesadilla de los ingenieros, ¿no lo cree?

Por el contrario. Todos los ingenieros que trabajaron conmigo, como Emilio Baumgart, Joaquim Cardoso, Bruno Contarini, Fernando Souza y Jose Carlos Sussekind, siempre disfrutaron al calcular mis estructuras. En Italia, el gran ingeniero Ricardo Moranzi, quien estaba a cargo de los cálculos de las oficinas de FATA, declaró en una ocasión en uno de sus libros que: “Por primera vez en mi vida he tenido que poner en práctica todo lo que sé con respecto al concreto reforzado”. Esto prueba que mi imaginación ayuda a las técnicas a evolucionar.

¡La idea es digna de un arquitecto renacentista!

En esos días, había al menos una cierta grandeza, y todos intentaban producir belleza. Artistas y arquitectos podían hacer lo que querían, siempre y cuando manejaran a sus poderosos mecenas correctamente. El Palacio del Dogo en Venecia ―diseñado por el arquitecto Calendario― es el verdadero precursor de la arquitectura actual. Es, desde mi punto de vista, una arquitectura más genuina que la que se construyó siglos más tarde de acuerdo con los preceptos de la Bauhaus y el grupo de arquitectos que los pusieron en práctica.

En ese proyecto Calendario, contrapone la llamada simplicidad arquitectónica, con una hermosa estructura cubierta de arcos y curvas que contrastan con los muros planos del edificio. Lo mismo se aplica a la economía de la construcción. Ya que él ―como yo― trataba con largos espacios abiertos, cubrió el tramo de cincuenta metros del hall principal con un simple enrejado. Da incluso una insinuación de la arquitectura más ligera que prefiero, con las columnas que aparentan encontrarse separadas del edificio, junto al mar. Pudo también zafarse del funcionalismo absoluto creando elementos arquitectónicos innecesarios, pero que ―desde su visión― eran indispensables para la belleza. Esto es libertad afirmándose a sí misma, la misma libertad que JK me dio en Brasilia, y que un extranjero de Noruega me ofreció al decir: “Quiero una casa con tres habitaciones. Este es el plano del lugar. El resto es cuestión suya. Yo escribiré un libro sobre esta casa”. No era ningún tonto. Era un amigo de Brecht y convivió con Sartre en París durante cuatro años. Era un escritor y curador en un importante museo. Recientemente me llamó por teléfono y me dijo: “¡La casa es preciosa! Estamos por comenzar la construcción”.

El siglo veinte, con todo su sufrimiento, no ha sido la mejor época para una persona común. Pero piense como hubiera sido para un hombre común el siglo primero, el dieciséis, o el diecisiete…

Sí. Siempre existe un progreso, o más bien deberíamos decir, que el sufrimiento lo hace necesario.

Quizá Oscar Niemeyer no habría sido posible entonces. Por supuesto en el siglo quince o dieciséis, si hubiera estado en Florencia, y con su talento, usted hubiera sido Bramante, Miguel Ángel, o alguien así. Pero en el siglo veinte, le fue posible realizar Brasilia.

He trabajado tanto que, para mí, Brasilia es sólo una fase dentro de todos estos años en los que me ocupado de hacer arquitectura, respetando mi propia manera de concebirla. Pero Brasilia fue importante. La gran aventura de JK justamente está hoy justificada por el progreso que, como esperaba, alcanza todo el interior del país. Visité Goiania cuando Brasilia estaba siendo construida ―un pequeño pueblo sin ninguna importancia. Hace pocos días, me asombré al verla llena de edificios, plazas y jardines… Todo eso fue posible gracias al entusiasmo del presidente, de Israel Pinheiro ―que resolvió todas las dificultades―, de Lucio Costa y todos aquellos que colaboraron plenamente en su realización.

Algo muy preocupante sucede en Brasil últimamente: más del 80% de los brasileños vive en las ciudades.

Es para resolver este problema que nuestros hermanos sin tierras pelean por la reforma agraria, por la tierra que les perteneció desde hace mucho tiempo ―un importante movimiento que pueda solucionar este éxodo rural que menciona. Y vale la pena recordar el valor de Stédile como su líder, vinculando su lucha contra la pobreza, que sigue siendo la causa de todos los males que existen en este país.

¿Hay alguna obra que a usted le hubiera gustado realizar y que por cualquier razón no ha hecho?

Desde el punto de vista arquitectónico, me hubiera gustado ver la mezquita que diseñé para Argelia.

Y de todos los edificios que usted diseñó, hay alguno que haya marcado su vida?

En Brasil, el Congreso Nacional y el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói. En el extranjero, las oficinas de Monadadori y la Universidad en Constantine, Argelia. Son diferentes y sorpresivos, y eso es importante en la arquitectura.

Incluso en arquitectura, debe ejercerse el concepto de que el hombre tiene derecho a la belleza. Esto hace a las personas vivir mejor. Hay un pasaje muy hermoso en el prefacio de la constitución de los Estados Unidos, donde dice que Dios creo al hombre con algunos derechos inalienables como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. ¿Cómo definiría usted felicidad? Usted ha dicho que haría una fiesta donde la gente fuera feliz, sin ninguna razón particular. Pero ¿qué lo hace a usted feliz?

Estar en paz, a gusto conmigo mismo. Sentirme solidario con aquellos que luchan contra la opresión y la pobreza. Ayudar a otras personas. Pienso que tendríamos que sentir placer en ayudarnos unos a otros, es lo que importa. No hacerlo como una obligación. Cuando camino por la calle y alguien me pide dinero, si tengo algo, se lo doy ―no importa que sea para emborracharse. Es un momento placentero que me gusta tener. Me encanta invitar a mis amigos más pobres a viajar por Europa conmigo y ver que tan contentos se sienten explorando el “viejo mundo”.

Usted ha contado que Rodrigo M.F. de Andrade lo impulsó a escribir. Sus diseños siempre llevan una “necesaria explicación” y sus textos tienen verdadera calidad literaria.

Déjeme explicarle. En muchos de los casos, mis diseños son aprobados por la fuerza del texto, y no por los dibujos. Si ―mientras escribo― siento una carencia de argumentos convincentes, vuelvo a la mesa de dibujo. Es mi prueba ácida.

¿Qué piensa, por ejemplo, cuando diseña una iglesia?

Pienso en la gente que irá allí a rezar, aquellos que creen en Dios. En la Catedral de Brasilia, dejé espacios transparentes en los vidrios de color. Esto, para que desde la nave, los creyentes pudieran imaginar que allá afuera, en los espacios infinitos, el Señor los está esperando ―una idea nueva que el representante del Papa entusiastamente aprobó cuando pasó por Brasilia

¡Usted diseña muy hermosas iglesias!

Para mí, cuando la arquitectura no es hermosa y capaz de asombrar, no reúne las características de una verdadera obra de arte. Por ello, dibujar es esencial para el arquitecto ―incluyendo el dibujo figurativo―, que empieza a reemplazarse con tecnología y computadoras en las escuelas. Un niño talentoso de 8 ó 10 años puede producir dibujos fantásticos que la mala enseñanza y el conocimiento de los clásicos harán irremediablemente vulgares.

¿Acaso no era eso lo que Picasso buscaba, cuando decía que le gustaría pintar con la libertad de un niño…? Otra pregunta que no tiene ninguna relación con lo anterior… En qué momento de su vida usted se abrazó a la Izquierda?

Fue cuando entendí la inmensa dimensión de pobreza y que debía combatirla.

Pero, de algún modo, ¿no es verdad qué cuando usted escribe un libro o diseña un edificio, tiene que transportarse a su interior para poder imaginarlo? En el proceso creativo, no es solamente la satisfacción intelectual la que cuenta. Debe haber algo del alma en él. Por “alma”, me refiero a esta llama que mantiene vivo al hombre.

Y eso sucede en el momento de la creación, cuando el arquitecto, como Machado de Assis lo hizo tan bien, penetra el alma de aquellos que vivirán esa arquitectura.

Ahora, volviendo a la “inmortalidad” entre comillas, no es acaso agradable para usted saber que, aún después de su muerte, la gente mirará sus edificios y se dirá: ¡Vaya, qué edificio!

Es verdad. Eso pasará por un tiempo. Pero después… De cualquier modo ―es la ley natural― eternamente repetida, implacable.

Imagen por: The Superslice

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