Reseñas
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La Toscana en tren de vapor

Carlo Collodi
Traducción: Elena Martínez
Gadir Editorial
Madrid, 2012

Mucho antes que Agatha Christie con su Murder on the Orient Express (1934) destinara los compartimentos de un tren como escena de uno de los mayores misterios de la literatura jamás escritos, y que en el cine con Shanghai Express (1932), Josef Von Sternberg esculpiera a través de primerísimos planos barrocos la belleza inaudita de su actriz fetiche, Marlene Dietrich, precisamente, mientras viajaba atravesando China en un lujoso vagón de primera clase; el escritor y periodista italiano Carlo Callodi (1826-90), hacía ya casi un siglo que había dado a conocer su libro de ficción dedicado íntegramente a la locomotora, ese revolucionario invento del ingeniero inglés Robert Stephenson. Tiempos en que la civilización daba la bienvenida a un medio de transporte esencial, uno que modificaría para siempre las relaciones espacio-temporales a favor del progreso humano.

Pues Un romanzo in vapore (título original de la obra publicada en 1856 y, ahora, traducida por primera vez a nuestro idioma) surgió como pedido de un tal Riga, tipógrafo y propietario de la Gazzeta dei Tribunali, que entonces se encargaba además de imprimir el Horario de la línea ferroviaria. Sin desperdiciar las circunstancias históricas, quiso que Collodi –en pleno Risorgimento- redactase un librito para vender en las estaciones, para leer en el tren, que pudiera divertir y, al mismo tiempo, oficiar como guía de viaje. Así fue como se lanzó a escribir una historia de difícil clasificación. Si bien no alcanzó la fama de su celebérrima Pinocho, esta curiosa novela experimental la supera en originalidad.

Aceptando el pedido de su editor, Collodi tuvo la feliz idea de hacer que el trayecto de “La Línea Leopold” (Florencia-Pisa-Livorna) con sus 12 estaciones, ilustrase el corazón de la Toscana, utilizando las anécdotas de sus viajantes que no dejan de explayarse a través de recursos narrativos tan variados como ingeniosos. El convoy avanza entre viñedos y versos, proverbios y valles, bordeando el Arno, y mientras lo hace, sus pasajeros –gente exquisitamente diversa: hay lugar para un erudito, el periodista charlatán, un músico y hasta un sacerdote lapidario, entre otros- con sus conversaciones circunstanciales, liberales (no olvidemos que el autor adhería a la doctrina de Giuseppe Mazzini, por una Italia Unificada, y republicana) van articulando no sólo buena parte de la historia de la región, sino del espíritu de su gente: patriótica, vital, hondamente nostálgica por su pasado augusto. La precisión narrativa es absoluta. Collodi concibe los diálogos para introducir y enseñar conceptos y nociones artísticas, históricas, económicas, culturales y geográficas, evitando cualquier tipo de compromiso calificatorio, cualquier juicio, o toma de postura que lo sitúe por encima de sus expansivos personajes.

Sin el artificio estilístico de un hilo narrativo, son historias que surgen de otras historias perfectamente enhebradas, y que avanzan como el recorrido que cubre las 57 millas de vía hasta llegar a destino, sobre el mar de Liguria. Escrita a través de un pulso excéntrico, la prosa transita siguiendo una estructura en fuga. Se trata (si el oxímoron es tolerable) de un ritmo producto de una cadena ininterrumpida de interrupciones. Y así, mientras el lector cruza junto a los demás pasajeros zonas de casas coloniales rodeadas de plátanos, se ve atravesado, a su vez, por todo tipo de maravillas: como la Cúpula del Duomo de Florencia, aquel pueblo de laneros e hilanderos de seda; como así también por las vicisitudes del Castillo de Signa, comentarios acerca del valle de Certaldo, patria de Boccaccio; Montelupo, aldea célebre por su alfarería; y personajes -¿por qué no?- que desaparecen en un capítulo para regresar envueltos en un manto de misterio, esparciendo viñetas de magia y encanto. Son descripciones minuciosas, fragmentarias también, sí, pero que permiten ver rincones de la Región Central de Italia, como una perfecta expresión artística.

La Toscana en tren de vapor es una novela que parece haber sido escrita contra su tiempo. Lo raro se traslada también a su peculiar ortografía y puntuación (recordemos que la lengua italiana es menos reglada que el castellano), óbice que su traductora resuelve con absoluta solvencia. Finamente irónico, disruptivo, sterniano (en un pasaje el autor habla con su editor, convirtiéndose en precursor de la narrativa de Luigi Pirandello). El libro, además, se presta a una lectura en sincronía con la duración que entonces tenía el viaje completo, es decir, tres amenísimas horas.

Imagen por: Wine Collective

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