“Though lovers be lost, love shall not; And death shall have no dominion.”
Dylan Thomas
El amor romántico no es solamente un impulso básico de apareamiento o un impulso sexual, es un desbordamiento de energía y atención enfocado en una sola persona, y deja al enamorado en un estado de constante necesidad y limerencia: un estado involuntario de obsesión por ser correspondido.
El amor romántico es un desequilibrio homeostático, una urgencia como la sed y el hambre que posee todas las características de una adicción: nos hace distorsionar la realidad, incursionar en riesgos enormes, tener síndrome de abstinencia y nos hace recaer una y otra vez.
El amor se encuentra en nosotros, en todo el mundo las personas cantan, escriben y bailan por amor, cuentan mitos y leyendas acerca del amor, suspiran, viven, mueren y matan por amor. Antropólogos han encontrado evidencia del amor romántico en 170 sociedades y aún no han encontrado una sola sociedad que lo carezca. No solo encontramos el amor romántico en la evolución, la cultura, el arte y los medios, sino que su búsqueda está profundamente embebida en nuestro cerebro, en específico en el centro reptil del cerebro asociado con el deseo, la motivación, las ansias y la recompensa.
Cuando perdemos nuestro sentido del yo por entregarlo a la persona de nuestro afecto, el mundo adquiere un nuevo centro y lleva el nombre de esa persona. Entregamos toda nuestra fe y toda nuestra creatividad al amor porque es ahí donde encontramos la promesa más palpable de que seremos salvados, en el amor buscamos la respuesta a nuestra contingencia humana aunque le resulte imposible resolverla.
Experimentar el amor es lo más cerca que podemos estar de lo divino en carne, porque el amor es desbordarse en éxtasis, vivir en un constante arresto extático que asemeja un estado de iluminación. Por esa razón vivimos y morimos con la esperanza de encontrarlo, y una vez que lo hayamos, es casi imposible que permitamos que alguien nos lo pueda arrebatar. Pero vivimos en la dimensión de la impermanencia, en un universo entrópico donde la condición es que toda forma se deteriora hasta que pierda su estructura y muera. Experimentamos la pérdida del amor como una muerte. Cuando perdemos el amor, perdemos la promesa de la eternidad, como bien dijo Jean Anaulh “Está el amor y luego está la vida, su mortal enemigo”.
Dejamos que permanezcan en nuestro interior los fragmentos de la historia y la incomprensión del “Una vez fuimos todo y ahora no somos nada”, el mundo del amor que construimos termina por ser una ilusión editada por nuestro fanerón (“organo” de percepción subjetiva de la realidad), y se transforma en un sueño-memoria que sigue viviendo en nuestra cabeza, tal vez idealizado por nuestros filtros mentales, corroborando lo que dijo Faulkner “el pasado no está muerto porque ni siquiera es el pasado”. Pero intentar olvidar a la persona que amamos termina siendo como tratar de recordar a alguien que no hemos conocido. Para poder superar estos efectos mentales, nos es necesario concebir a la pérdida del amor como una muerte simbólica.
La muerte es inevitable para la existencia humana. A lo largo de la historia la muerte ha tenido una presencia simbólica. La palabra “símbolo” viene del griego sýmbolon, que consiste en συν-(syn) “juntos” y βολή (bolē) “acción de”, por lo tanto, significa “reunir”. Símbolo podría considerarse algo que tiene varios significados en una entidad. El sýmbolon griego se refirió específicamente a los objetos de la fe que conectan lo sobrenatural de la vida cotidiana a los puntos de una “realidad más profunda”. La muerte se convierte en encarnación a través de símbolos y rituales. Puede ser personificada como un “ser” místico, o se convierte en una representación de la naturaleza dual de la existencia. Los símbolos y rituales determinados hacen que la muerte cobre un sentido de transición.
A diferencia de una muerte física, la muerte simbólica es la muerte de algo intangible. El proceso de duelo es a menudo tan real para la muerte simbólica como el que vivimos para una muerte física. El duelo se convierte en el proceso de experimentar los sentimientos, pensamientos, reacciones físicas, sociales y de comportamiento a la pérdida que puedan llegar a afectar nuestra disposición. Las reacciones de aflicción que experimentamos ante la muerte simbólica van de la ira, la culpa, la depresión hasta la búsqueda de sentido. Nos puede llevar al llanto, pérdida de apetito y de sueño, a la sensación de volvernos locos o de entrar en un estado de shock. Básicamente experimentamos una cacofonía en un caleidoscopio de sensaciones, pensamientos y fantasías que surgen y se desvanecen, fantasmas fugaces en el teatro cartesiano de la mente, un vació de obscuridad y desesperanza que bien describió John Steinbeck “es más obscuro cuando una luz se apaga que si ésta nunca hubiera brillado.”
La mayoría de nosotros, (auto-incluido) tendemos a interpretar la muerte como una experiencia negativa. Al observar la muerte del amor desde un punto de vista simbólico, nos da un ángulo en el que podemos ver una luz positiva en medio de nuestro deseo o pena por lo que hemos perdido, porque solo cuando hemos perdido todo, estamos libres de tomar cualquier camino.
¿Qué pasa si la muerte simbólica, tan dolorosa como sea, no es más que una apertura para que nueva energía pueda fluir? Si interpretamos la muerte en el lenguaje del simbolismo, la pérdida podría decodificarse como un flujo energético que hace espacio para una transformación. No estoy sugiriendo minimizar el dolor asociado con la pérdida del amor, al contrario … experimentar la muerte simbólica en el amor es un símbolo de cambio. Como tal, hay que ubicarse al fondo del abismo durante un tiempo con el fin de ver nuestras circunstancias con claridad. Si consideremos la analogía del flujo del agua, ya que el agua es símbolo de limpieza y purificación. Cuando el agua se mueve, se mueve para llenar un vacío. Una corriente, por ejemplo, se mueve cuando hay una apertura, o falta de resistencia y rellena las grietas de la superficie. El mismo principio funciona en la muerte simbólica. Cuando hay una brecha, también existe una energía que se mueve para llenar nuestro vacío.
Esto me lleva a un punto importante sobre el significado de la muerte simbólica. Su significado va de la mano con el tiempo. El tiempo ondula y fluctúa, con subidas y bajadas. Experimentar la muerte simbólica en nuestra vida tiene lugar a veces en tiempos inexplicables para nuestro ego, y tenemos que ser flexibles para movernos en armonía con las olas del tiempo para adaptarnos mejor a los cambios que el momento nos puede proporcionar. Aunque puede que no seamos capaces de comprender la muerte del amor y existan voces que nos empujen a seguir aferrándonos a él, el curso de este evento está simétrica y cósmicamente coreografiado, es de conocimiento público que a veces nos tardamos días, meses o años para que podamos interpretar algo como una oportunidad de renovación, como un mensaje simbólico hablado desde nuestra pérdida.
La pérdida del amor y la muerte simbólica son el panorama ideal para los rituales de aceptación y desapego. ¿Qué pasa si, cuando experimentamos la muerte simbólica, hacemos a un lado nuestras reacciones negativas y nos limitamos a sentarnos con la pérdida y la contemplamos desde un lugar de no-pensamiento? A menudo, cuando suspendemos nuestra mente y nos ubicamos en un lugar de no-pensamiento, ocurren transformaciones que nos permiten ver nuestras circunstancias con el fin de evolucionar. No podemos sostenernos sobre un mundo que está en constante cambio y transformación, no podemos hacer que el mundo deje de ser el mundo. La muerte simbólica nos ofrece percepciones revolucionarias sobre la idea de la posesión y la renuncia, como nos dio a entender Shunryu Suzuki Roshi “La renuncia no es dejar ir a las cosas del mundo, pero aceptar que se van.” Tal vez la pérdida del amor, la muerte simbólica, es el ensayo necesario para prepararnos para la muerte física, que finalmente nos lleve a un acto de trascendencia.
Twitter del autor: @BienMal_