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Edmundo O’Gorman: la historia es vida

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“La suprema facultad del hombre no es la razón, sino la imaginación.”

Edmundo O’Gorman

Edmundo O’Gorman es una de las figuras más importantes en el desarrollo de la historiografía mexicana contemporánea. A partir de su trabajo, la historiografía en México fue revalorada y la manera en la que había sido concebida y estudiada hasta entonces cambió revolucionariamente. En él se encuentran la filosofía, la historia y el pensamiento social dentro de una obra de una erudición extraordinaria y que hoy es esencial para la concepción de México en su origen, en su presente y en busca de su destino.

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Nacido en el barrio de Santa Catarina, Coyoacán, en el año de 1906, Edmundo O’Gorman fue hijo de Encarnación O’Gorman Moreno y Cecil Crawford O’Gorman, ingeniero y pintor irlandés, y hermano del pintor y arquitecto, Juan O’Gorman. Se licenció en Derecho por la Escuela Libre de Derecho y posteriormente realizó estudios de maestría en Filosofía y de doctorado en Historia –con la distinción Summa cum laude– en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde años más tarde impartiría clases. En su texto, El oficio de historiar, Eugenia Meyer escribe sobre esta etapa de su vida:

“Recuerdo, allá por 1958, en la todavía nuevecita Ciudad Universitaria, su entrada triunfal a los salones del segundo piso de la Facultad de Filosofía y Letras, y digo triunfal porque ésa es la expresión justa de la impresión que hacía en sus novatos alumnos. Parecía un lord inglés, con impecable pantalón de franela y saco maravilloso de tweed. Todo, y siempre, en armonía con una colección de corbatas arrebatadoras, que contribuían a quitarnos el aliento junto a su presencia, su porte y su forma de acceder a la tribuna para enfrentar a una horda de estudiantes tan azorados que no se atrevían ni a parpadear.

Tras las gafas sobresalía una mirada firme, directa, de ojos claros que delataban su origen británico y que contrastaban de manera irresistible con el pelo cano, casi plateado, que alguna vez debió ser castaño. Esta especie de actor de cine hacía su irrupción en la escena abastecido tan solo de unas pequeñas hojas dobladas bajo el brazo, escritas con una pluma fuente, que le servían poco como apuntes o notas para escenificar la gran representación.

Sin más preámbulos o introducciones, empezaba la exploración de las aguas profundas del conocimiento y de la imaginación. O’Gorman era un provocador nato. Nos obligaba a pensar, sin recato alguno, a temer al ridículo y, sobre todo, a penetrar en el mundo fascinante, siempre ignoto, de la historia.”

Fue quizás el historiador más polémico del último siglo, principalmente por su crítica a la historiografía positivista o tradicional y por sus ideas frecuentemente encontradas con las de otros historiadores como Miguel León-Portilla, Marcel Bataillon, Lewis Hanke, Silvio Zavala, Jacques Lafaye y Georges Baudot, entre otros, con quienes debatió directamente más de una vez. Todavía se cuenta en Facultad que los maestros se paraban en la puerta de su salón, interponiéndose entre los alumnos para impedirles la entrada: “no entren a esta clase,” les decían, “esto no es historia”.

Su trabajo se funda en gran parte en su formación de abogado y en su experiencia con el manejo de fuentes documentales adquirida trabajando en el Archivo General de la Nación, pero principalmente en su amor por el conocimiento y en la gran influencia de la filosofía, especialmente de su maestro y amigo José Gaos y de José Ortega y Gasset, maestro de este segundo. Desde sus primeras obras su visión se fue perfilando hacia lo que sería una concepción de la historia y de la manera de historiar muy distinta a la que se había tenido hasta entonces. O’Gorman afirma valientemente la imposibilidad de alcanzar la objetividad del historiador y cuestiona el hecho de que la Historia sea solo datos, personajes, relatos y fechas. Rechaza el exceso de cientificidad que inunda la labor histórica; la abundancia de datos, citas y notas que llenan las páginas de los estudios históricos, a favor de una nueva postura:

“El saber histórico no consistirá ya en una suma de hechos que, una vez ‘descubiertos’, se consideran definitivamente conocidos; consistirá ahora en una visión cuantitativamente limitada, pero auténtica en cuanto que se funda en una serie de hechos significativos por sus relaciones con el presente y con nuestra vida. Y el método histórico no será ya ningún método de los empleados en las ciencias naturales; no será el método de la simple acumulación de lo “averiguado”, sino que será el método narrativo, único verdaderamente capaz de dar razón de la vida humana, de nuestra vida, nuestra verdadera realidad. Ese dar razón de la vida humana es lo que yo llamo historiar.”[1]

La intención de O’Gorman de liberar a la Historia de las ataduras que la definen simplemente como ciencia, limitando el trabajo del historiador, responde a su creencia de que esto actua en pro de un control tecnocrático que favorece a la deshumanización del hombre: “puesto que conocer el pasado es conocimiento de sí mismo, malamente puede justificarse ni menos exigirse esa fría, inhumana, monstruosa indiferencia que la imparcialidad supone”.[2]

“El intento de constituir la Historia como una ciencia supone, ya lo vimos, que el pasado es una realidad esencialmente idéntica a cualquiera otra realidad. Pero como el pasado humano se refiere simple y necesariamente a esa realidad que es la vida del hombre, resulta que hubo de suponerse también que la vida humana es ella, a su vez, una realidad esencialmente idéntica a cualquiera otra, y en efecto, eso es lo que se supuso y lo que durante muchos siglos se ha venido suponiendo.”[3]

La historia como vida, principio imperante en la obra de O’Gorman y de esta nueva concepción histórica, parte en gran medida del modelo de la razón vital de Ortega y Gasset. “El hombre no es, sino que va siendo… y ese ir siendo (que es una expresión absurda) es lo que llamamos vivir,” afirma el filósofo en Historia como sistema. No es “que el hombre es, sino que el hombre vive”. Así, la historia vive también en contraposición con la “vieja tradición” que supone al hombre como un ser “fijo, estático, previo e invariable”. La historia entonces se plantea como el resultado de un procedimiento interpretativo y basado en las circunstancias del historiador, convertido éste en un eje fundamental del conocimiento histórico. El historiador pasa de ser un medio comunicativo obligado a presentar los hechos históricos como datos científicos duros a ser, más bien, el creador, en cierto sentido, del mismo pasado conforme lo reconstruye desde su propia realidad. Con esto, O’Gorman resalta un elemento más de la disciplina histórica; la historiografía como el estudio de la historia de la historia, del historiador como ente activo y esencial para el conocimiento del pasado en donde la misma hermenéutica del historiador a partir de su propia experiencia y vida determinan la historia que escribe.

Así, a través de los estudios que hace de autres como Heródoto, Tucídides, Joseph de Acosta, Fernández de Oviedo, Motolinía, Ixtlixóchitl, Bartolomé de las Casas, Justo Sierra o fray Servando Teresa de Mier, rescata y revaloriza a estos sujetos históricos, acercándose a ellos desde un punto de vista mucho más humano, para intentar comprenderlos a ellos y a sus obras y no para juzgar su papel. Sus temas predilectos como la historiografía colonial, el culto guadalupano o la Revolución de Ayutla, nos devuelven siempre a la que fue siempre su obsesión principal, desentrañar y entender a México a través de su historia. La gran mayoría de sus obras giran en torno a esta problemática; Historia de las divisiones territoriales de México (1936), Fun­damentos de la historia de América (1942), La invención de América. Investigación acerca de la estructura histórica del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir (1958) y México el trauma de su historia (1977), entre muchos otros. Además, su labor como traductor de las obras de Adam Smith, John Locke, Robin George Collingwood, David Hume y Francis Bacon y su ensayo, Crisis y porvenir de la ciencia histórica (1947), “uno de los libros más originales hechos en México” a decir de Álvaro Matute, son igual de importantes en su trayectoria académica y lo llevaron a conseguir distinciones como el Premio Nacional de Letras, el Premio de Historia Rafael Heliodoro Valle, el Premio Universidad Nacional en Humanidades y la Beca Guggenheim, además del ingreso a la Academia Mexicana de Historia, la cual dirigió desde 1972 hasta su renuncia en 1987.

“Un libro de historia, cualquiera que sea su finalidad inmediata, debe dar testimonio de la natural y riquísima variedad de lo individual humano y, de ese modo, romper una lanza por la causa de la libertad,” decía O’Gorman. Para él, el sujeto de la historia es el hombre libre, sujeto a sus circunstancias pero también al azar. En su historia es siempre recurrente la importancia de la justicia, la libertad y la imaginación, lo que sitúa a la historia más cerca aún del arte, de la literatura y de la filosofía.

 

Falleció en la Ciudad de México en 1995 y hoy descansa en la Rotonda de las Personas Ilustres.

[1] Edmundo O’Gorman, Alfonso Caso, Ramón Iglesia, et. al, “Sobre el problema de la verdad histórica”, en Álvaro Matute (comp.), La teoría de la historia en México. 1940-1968, México, SEP-Diana, 1981, pp. 33-65, (Sepsetentas, 126), p. 38.

[2] Ibidem. p. 37.

[3] Ibidem. p. 34.

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