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Hombres maravillosos y vulnerables. La elegía de los perdedores

Muchas voces se escuchan al leer los cuentos de Hombres maravillosos y vulnerables, la de Salinger, la de Melville, la de Paul Auster, la de Baudelaire. El común denominador en los cuentos de Pablo Toro es el personaje desaliñado y despreocupado de la vida, el alcohólico, el mediocre, el soñador frustrado. La prosa de Toro parece evocar a aquella del realismo mágico, sus relatos cortos, oníricos, circundantes y sumamente efectivos, gozan de un estilo un tanto kitsch y una comicidad cruel y tangible.

Los personajes de Toro se desenvuelven en ambientes putrefactos: una casa sofocante que guarda los recuerdos de una familia que ya no es, un cubículo en una oficina que queda sepultada bajo una montaña infinita de diarrea o un barrio lleno de niños que venden crack y prostitutas violentas. Los relatos del narrador chileno lo inundan a uno con un sopor caliente de licor y cigarro añejo.

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Se trata de una especie de bestiario de la marginalidad humana. En el cuento que da nombre al libro se ve a un muchacho que, como el Bartleby de Melville, demuestra una pasividad exagerada, pero que a diferencia del mismo, acepta realizar cualquier orden que se le dé con una falta de dignidad que resulta prácticamente inhumano, y todo por conseguir un empleo mediocre en un estudio de televisión.

Por otro lado, en el cuento “El proceso”, existe una intertextualidad abierta a las lecturas de William Burroughs. En éste, el personaje principal mantiene una relación de dependencia no sexual con otro hombre y, al igual que Burroughs, vive atrapado en un ciclo vicioso de autodestrucción del que sale únicamente tras aceptar el abandono, para después salir a recuperar a su familia perdida.

Así pues, Pablo Toro escribe sobre el hombre chileno y el de cualquier otra latitud, escribe sobre los hombres mundanos, cabizbajos, los perdedores y los atormentados, hombres maravillosos y vulnerables que sobreviven día con día al paso vertiginoso de una modernidad que no les pertenece y que parece devorarlos a su paso.

Imagen: del documental “Nostalgia de la luz” de Patricio Guzmán

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