Crónica Tribal
Perú, 2012.
Rodolfo Hinostroza
Siempre me ha sorprendido el comentario acerca de que los poetas no escriben prosa. La relación con el lenguaje es una, total, o no es ninguna. Muestras que contradicen este absurdo existen muchas. Una más es el trabajo ensayístico, narrativo y autobiográfico del gran poeta peruano Rodolfo Hinostroza. En su momento la publicación de Consejero del lobo y Contranatura, sus dos libros emblemáticos de poemas sorprendieron a todos. Lo hicieron porque era una poesía capaz de dejar mudos a todos. Donde no había más nada que decir, él se plantó y dijo aquí estoy. La rica tradición de la poesía peruana parecía después de César Vallejo, Emilio Adolfo Westphalen, Jorge Eduardo Eielson haber cerrado el paso. Pero vino Hinostroza y se corrió hacia un lado para expresarse de un modo nuevo. Se nutrió de la poesía francesa del siglo diecinueve y de la norteamericana del siglo veinte, sumó a eso su amor por la poesía española del siglo XVI, lo metió un coctel aderezado por sus propios intereses, la comida, la astrología, los viajes y escribió sus poemas. Sin embargo no es de sus poesía en este momento de lo que quisiera hablar, sino de su libro Pararrayos de sol. Crónicas sobre poetas.
El título proviene de un verso de Rubén Darío pero que recuerda también a aquello enunciado por Ezra Pound: el poeta es la antena de la raza. Esta similitud es importante, pues describe un modo de entender una actividad humana. Hinostroza a lo largo de su libro, con sinceridad pero críticamente, con jocosidad pero sin dejar de ser serio, reúne una serie de relatos sobre los poetas que conoció y que circunscribieron su vida. Su prosa es innegablemente bella y mordaz y esto quedó claro en sus cuentos pero también en sus ensayos como el delicioso Primicias de cocina peruana, mezcla de historia, antropología y vida personal: “Y es que los peruanos somos hermanos del paladar, por encima de la raza o de la condición social: nuestro prodigioso paladar mestizo es herencia, placer, memoria y responsabilidad. Nuestro paladar es resultado del mestizaje del Occidente en América y no nos ha causado dolor como otras formas más violentas y dramáticas del choque de razas, sino más bien deleite.”
Pararrayos de Dios. Crónicas de poetas es un recorrido personal, cargado de descubrimientos personales, observaciones agudas sobre otros, reflexiones sobre la poesía y la literatura, que abonan sobre aspectos de la vida humana que muchas veces resultan difíciles de expresar. Hinostroza no se jacta de ser amigo de todos, precisa siempre cual era su lugar con unos y otros. Cada relato, por otro lado se acompaña de una fotografía y de algunos poemas o textos de los autores biografiados, lo que resulta en una antología descriptiva de la poesía y el mundo cultural peruano —uno de los retratos por ejemplo corresponde a Chabuca Granda— de los últimos cincuenta años. Aparecen por ahí compañeros de generación como César Clavo o Luis Hernández, así como poetas mayores entre quienes destacan José María Arguedas, Emilio Adolfo Westphalen o Jorge Eduardo Eielson. Hay también retratos de poetas un poco más jóvenes que Hinostroza, como José Watanabe, fallecido lamentablemente ya. La nómina y las anécdotas es larga pero vale cada una de las páginas en que esta escritura, sobria, coloquial y divertida, tan audaz y concentrada como la de la poesía, se demora.
Imagen por: Marina Herrera