El arte cambia a través del tiempo y también la figura del creador. Antes anónimos, reducidos a un mero papel artesanal, los artistas salieron de la penumbra para ganar fama y, en algunos casos, fortuna. Los escritores no son ajenos a esta evolución: al inicio sirvientes y cronistas de reyes, fueron ganando independencia hasta pactar acuerdos con el poder político para ascender socialmente. Uno de los primeros fenómenos de alianza entre política y arte para formar un sistema, un mainstream cultural, es el que documenta el historiador Robert Darnton en libros como Edición y subversión o La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. En ambas obras se recopilan anécdotas de escritores y editores en la Francia prerrevolucionaria. Los nobles, sabedores de la popularidad de estos personajes, buscaban ganárselos con favores y encargaban a la policía listas con sus nombres, oficios e intereses, para pactar con ellos y convertirlos en sus propagandistas. Muchos entraban a este juego ya que les permitía superar sus orígenes humildes y asegurar la supervivencia de su familia. Sin embargo había otros que seguían viviendo en los márgenes de la sociedad, escribiendo libelos que ridiculizaban a las élites gobernantes exponiendo sus vicios y corruptelas. Como sucede siempre, el paso del tiempo separó a las obras de valor y a las que fueron escritas sólo para complacer a un poderoso.
Con el paso de los siglos el escritor fue ganando independencia. Uno de los factores que influyeron para que el artista dejara de depender de la nobleza fue el aumento en la industria editorial ya que cada vez más gente leía. A la par, se plantearon las primeras leyes que protegían los derechos de autor. Antes, libros muy populares como La nueva Eloísa de Jean-Jacques Rousseau podían ser impresos por cualquiera sin necesidad de retribuir un porcentaje al escritor. Estos cambios fueron consolidando la figura del creador que, en algunos casos, podía vivir de la venta de sus libros sin necesidad de congraciarse con alguien. También, al igual que la edición de libros, se masificó la impresión de periódicos que sirvieron para que el intelectual diera una opinión que influía a muchos sectores sociales. Además, se publicaban reseñas, críticas y comentarios sobre obras recién publicadas que, con los años, formaron un propio canon de lo que debía leerse o lo que podía considerarse buena literatura.
Esta dinámica se mantuvo durante varios siglos, pero ha empezado a cambiar con las nuevas tecnologías y el paso gradual del libro en papel, al formato electrónico. Si antes el mainstream literario era dictado desde la mesa del político o del noble, ahora se concentra en las decisiones de una industria editorial gigantesca que moldea el mapa de la literatura mundial. Su influencia, respaldada por grandes grupos comerciales, llega a todo tipo de ámbitos, incluso académicos. Sin embargo, con la aparición de internet han surgido nuevas voces que captan la atención de lectores que no están habituados a comprar un libro tradicional o que, conscientemente, deciden apostar por lecturas que no tienen cabida en los estantes de las librerías por su carácter experimental o alejado de las modas. Esta tendencia, si continúa, cambiará el paradigma de la creación-publicación como lo conocemos. El punto positivo de esto es que habrá una mayor diversidad de obras cuya apuesta no sea necesariamente hablar de un tema de moda o complacer al editor cuyos criterios están enfocados en las ventas. El punto negativo está asociado a los problemas inherentes al mundo virtual: contenidos efímeros, obras que aún no están listas para publicarse pero que, por la facilidad que otorga la red, se lanzan al ciberespacio. Esto complicará la conformación de un canon ya que estará inmerso en un territorio volátil e inseguro. El tiempo mostrará si lo virtual podrá formar su propio mainstream y abrir el juego para los escritores o si, al contrario, la inercia del gran mercado terminará ocupando estos nuevos territorios.
Imagen por: Belinda Lorenzana