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50 años sin Coltrane

El 17 de julio de 1967 murió John Coltrane. Cualquier cosa que pueda decirse sobre él, es poco. Al igual que otros músicos y compositores de la historia de la música occidental, su influencia ha sido amplia y honda. La precisión con que hilaba secuencias de acordes requería de una sorprendente destreza que muy pocos han conseguido. Ésta, desde luego, se debía a una incansable práctica y a un deseo de trascendencia no anclada en la fama o la vanidad, sino en el deseo de una expresión personal, que implicaba un regalo para otros.

John Coltrane alguna vez dijo: “No es necesario que se entienda, la reacción emocional es lo único que importa.” Lo que confirma una seguridad sobre el resultado más allá del proceso. A finales de los años sesenta la improvisación fue el recurso para liberar la música, el jazz, de ciertas cuadraturas que impedían un despliegue más abierto de cada uno de los músicos que participaban en los distintos grupos que algunos guías como Coltrane constituían. Más allá de los líderes, esta música tenía y tiene un carácter colectivo.

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El surgimiento del free jazz dio la pauta para nuevas experiencias musicales que en todo el mundo tuvieron como consecuencias riquísimas expresiones como la de Peter Brötzmann en Alemania o Akira Sakata en Japón. En Estados Unidos la generosidad de Coltrane sirvió de impulso para músicos hoy reconocidos como Pharoah Sanders, Marion Brown y Archie Schepp, entre muchos otros.

La música de Coltrane fue un haz de luz en el oscuro túnel del siglo XX. Fue sin duda una de las experiencias más intensas y cargadas de amor del siglo pasado. Fue también una protesta armónica, que buscó la igualdad y la paz entre los seres humanos a través de la exigencia, la curiosidad y la urgencia.

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