El diablo ha sido una figura capital para occidente. De Luzbel, el ángel caído en desgracia por querer igualarse a Dios, al diablo made in Hollywood hay un largo trecho lleno de matices que aporta muchos elementos interesantes para analizar el devenir de la historia. La figura de la maldad ha moldeado religiones y llenó muchos espacios vacíos en una sociedad impregnada de culpa y superstición. La explicación del mundo era el enfrentamiento de fuerzas cósmicas, dioses que escenificaban sus batallas en el cielo. Muchas culturas como la azteca tenían una concepción dualista de la vida: la oscuridad contra la luz. Sin embargo estas visiones antiguas no eran maniqueas ya que los portadores del bien y del mal eran personajes con matices humanos, podían vengarse pero también arrepentirse y buscar su absolución.
Con la desintegración del imperio romano Europa pierde su centro político y pequeños reinos sobreviven guerreando entre ellos y teniendo como elemento unificador el cristianismo. En ese momento cobra auge la figura del diablo. Evangelizar a los pueblos paganos de Europa significó cambiar sus ideas sobre el bien y el mal y eliminar la humanidad de sus dioses. Para esta tarea no funcionaba Luzbel, el ángel rebelde pero bello, pues su figura era demasiado ambigua para expresar el mal. Entonces se configura el perfil del diablo: macho cabrío, bestia con cuernos, colmillos afilados y ojos que expulsan fuego. De esa manera, utilizando el miedo, quedaría claro el peligro de caer en pecado y cobraría importancia la figura de un redentor.
Uno de los factores importantes que consolidó la figura del diablo fue el arte pictórico. Hay que tomar en cuenta que una gran parte de la población no sabía leer ni escribir. Las letras eran para las clases nobles o los sacerdotes. Las iglesias se convirtieron en centros propagandísticos: el fiel recientemente convertido se acercaba a ellas para maravillarse con la arquitectura y los cuadros de grandes dimensiones que buscaban representar la gloria del paraíso y los terrores del infierno. De todas las representaciones diabólicas quizás la más conocida es la obra de Hieronymus Bosch. Este pintor –conocido como El Bosco- dedicó una buena cantidad de cuadros a mostrar los tormentos reservados a los pecadores. En El jardín de las delicias, tríptico pintado al óleo sobre tabla realizado según las últimas dataciones entre 1480 y 1490, se muestra en el panel derecho una visión grotesca y extravagante del infierno: los merecedores del suplicio son castigados y devorados por monstruos cuyos cuerpos mezclan formas animales y humanas. El significado de algunas imágenes es muy claro: una gran hoguera que espera una dotación de hombres; una mesa volcada con algunos naipes que simbolizan el pecado del juego. Sin embargo, la mayor parte del panel muestra escenas crípticas que, supuestamente, establecen un código de castigos para varias faltas. Antecesor de vanguardias artísticas que surgieron muchos siglos después como el surrealismo, la obra de El Bosco es una ventana a un mundo en donde el infierno era algo real, palpable. El contexto era una sociedad gobernada por la religión que, ante la ausencia del conocimiento científico, explicaba la mayoría de los eventos catastróficos (desastres naturales, epidemias, fenómenos celestes) con la ira de dios que castigaba a los que se habían apartado de su camino. Para ellos estaba vedado el reino de los cielos. Por esta razón muchos acudían –aunque fuera en su última hora– a la confesión para salvar su alma y, así, huir de los tormentos realizados por una gran variedad de diablos y entes malignos.
Otro fenómeno surgido en la antigüedad relacionado con el diablo es el exorcismo. Quizás el primero está registrado en la Biblia cuando Jesús sana a un hombre poseído expulsando a los demonios hacia una piara que, enfurecida, se ahoga en el mar de Galilea. La iglesia cristiana, tiempo después, redactó manuales escrupulosos que indicaban la forma correcta de combatir al maligno. Sin embargo, como sucede muchas veces, la lucha del bien y el mal cayó en los terrenos de las venganzas y de la política. Uno de los casos más famosos fue el de “Las endemoniadas de Loudun” recopilado y estudiado por historiadores como Jules Michelet y Michel de Certeau. En la pequeña localidad francesa de Loudun se escenificó una serie de posesiones colectivas de monjas Ursulinas que, supuestamente, habían sido endemoniadas por Urbain Grandier, párroco de St-Pierre-du-Marche, monasterio ubicado en la misma ciudad. Las monjas en su trance referían delirios de índole sexual y achacaban su posesión a los demonios Asmodeus y Zabulón. Grandier fue condenado a la hoguera. A pesar de lo vistoso de los acontecimientos la posesión de las monjas tiene una explicación mucho más terrenal: según Michelet las mujeres habrían sido utilizadas o sugestionadas para que fingieran estar habitadas por los demonios y acusar a Grandier de hechizarlas. El objetivo era acabar con el párroco que era, a la postre, un fuerte enemigo del cardenal Richeliu que movió sus influencias para deshacerse de él.
Con la llegada de la modernidad y de la tecnología el diablo pareció perder su fuerza. Los misterios de la naturaleza y del cuerpo humano poco a poco se fueron develando y quedó poco espacio para las explicaciones religiosas o místicas. Entonces el diablo se mudó a la cultura popular y su imagen fue explotada por la televisión y el cine. Recreado en monstruos fantásticos fabricados por avanzados efectos especiales, el mal pareció quedarse en una caricatura. Sin embargo esto no es del todo cierto, según noticias de los últimos años surgidas de El Vaticano la demanda de exorcistas va en aumento. El anterior papa –ahora Papa Emérito– Benedicto XVI aseguró durante su pontificado que el infierno existe. Más allá de la polémica de si las palabras del jerarca católico deben tomarse de forma literal o como una metáfora, se puede ver un auge en las creencias místicas y los fenómenos paranormales. A pesar del avance de la ciencia y de la solución de muchos misterios que antes eran insondables, parece haber un movimiento contrario que se refugia en las antiguas creencias y que, por ende, le da nueva vida al antiguo diablo. El regreso de la superstición y la creencia sobrenatural ha sido investigado por científicos como Richard Dawkins que ven un retroceso del conocimiento objetivo y un auge de los extremismos impulsados, sobre todo, por las religiones. Quizás esta dirección al pasado pueda explicarse con una de las tesis del historiador francés Jacques Barzun que en su libro Del amanecer a la decadencia habla de avances políticos y sociales que, a su vez, generaron cierta dosis de escepticismo y movimientos contrarios que se saldaron con sangre y guerra. El ejemplo más claro es la época de terror que se instauró en Francia después de la Revolución y de la salida del poder de la clase noble para sembrar la democracia y los derechos del hombre. Más allá de la historia y de la evolución del diablo en el pasado, podemos hablar de que esta figura –como metáfora del mal– sigue seduciendo porque refleja nuestro lado oscuro, un elemento que nos es difícil reconocer pero que está ahí, latiendo en la oscuridad y buscando cualquier momento para salir a flote.
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