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Ropa sucia detrás de una cascada: Reunión (Ilan Serruya, 2018)

A ojos cerrados, empezamos a escuchar un sonido impreciso, intuimos, quizás, turbinas de un avión que emprende su marcha. Vemos a un hombre frente a un espejo, maletas sobre la cama, ropa y equipos de filmación. Ilan se corta el pelo con unas tijeras y ambos sonidos mecánicos conviven. Se escuchan unos trabajadores, unos martillazos que poco a poco encuentran un ritmo y se convierten en latidos de un corazón. Este será el relato de un viaje, un viaje entre cicatrices y dislocaciones, entre el peso de una fotografía que desde entonces separaba a un padre y a su hijo, un viaje sobre la violencia intrínseca de la búsqueda.

Ilan parte hacia la Isla Reunión a visitar a su padre, a quien, a falta de palabras, vamos conociendo a través de unos libros que tiene en el salón de su casa: Diccionarios del francés al hebreo, otros de resolución de conflictos, sobre la familia. Un largo silencio los acoge, esta es una película llena de preguntas no verbalizadas, de alguna forma, es una película sobre la duda. Vemos cómo a veces, Ilan corrige el encuadre, re-direcciona el micrófono, las imágenes y la arquitectura van dialogando, hay una viga de concreto que le impide filmar frontalmente una pequeña mesa en la terraza donde pasan el tiempo juntos, donde comen y se miran, donde aún no encuentran las palabras correctas para entablar un diálogo. ¿Cómo me acerco?, ¿Cuál es la distancia correcta?, ¿Cómo se filma éste paisaje que desconozco?, ¿Cómo se filma un padre?, ¿Cómo filmo a mi padre?.

Desde aquí, hay una intención de dibujar una presencia con mucho cuidado. A través de la dilatación, se va generando un punto de vista emocional que le permite proyectar el trazo de una distancia, más allá de la niebla que en ocasiones invade el horizonte, Serruya utiliza el cine como una herramienta topográfica.

Sin embargo, no todo lo que transcurre en la película es ese tiempo, ese que ha pasado y que ha dejado sus huellas como grietas en la tierra. La insistencia de un camino que aún no se ha recorrido, perturba las imágenes pausadas y hace que la propia isla también discuta sobre su condición, que sea partícipe de su encuentro. La cámara se desmonta del trípode y en algunos casos, emprende una búsqueda que hace que los árboles se muevan, ya sea desde un tren o corriendo en medio de un prado, entendemos que la tierra también quiere hablar.

Cortarse el pelo, entrar y salir de una piscina, caminar por las piedras al lado de un río, son algunos de los pequeños rituales a los que acudimos durante la película. Reunión propone de forma litúrgica un viaje hacia la palabra, hacia un cariño suspendido, hacia el deseo de aunar dos extremos dentro de una misma imagen.

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