Alfredo López Austin & Francisco Toledo
CEMCA y Le Castor Astral
México, 2009
La literatura es mucho más de lo que generalmente sospechamos. Ya Herman Melville criticaba a Platón, diciendo que ese “cabeza de algodón”, nos había hecho poner todo en “cajoncitos”. Clasificar, enmarcar, delimitar, son sin duda recursos mentales útiles para conocer la realidad. Sin embargo, adscribirse ciegamente a éstos, no puede sino limitar nuestro pensamiento y nuestras percepciones. Cabeza y corazón, como bien señaló el poeta norteamericano Charles Olson, no siguiendo directamente a Melville pero si a partir de él, son una misma cosa. Olson, en su famoso ensayo “El universo humano”, se lamentaba de como el hombre contemporáneo se había alejado de sus sentidos depositando progresivamente una mayor y exclusiva confianza en la razón. Olson no pedía ser idiotas, sólo quería recuperar para el hombre la capacidad de percibir el mundo a través de experiencias sensoriales inmediatas, y no a través de intermediaciones de cualquier tipo.
Este preámbulo me sirve para hablar de Una vieja historia de la mierda del antropólogo Alfredo López Austin y el pintor Francisco Toledo. Título, sin duda, socarrón, que pretende atraer además de buenos lectores, a personas movidas por el morbo. Una vieja historia de la mierda es antropología y pintura, pero también, desde otro punto de vista, buena literatura. Lo es porque es inventiva, y al igual que otros libros excelentes como Moby Dick, rebasan todo género y afilan nuestra cabeza y corazón.
Cada día me interesan más libros abiertos que puedan ser muchas cosas. En una nota introductoria del libro, López Austin cuenta como fue por invitación de Toledo, el construir un libro juntos sobre “el tema de la mierda en el contexto cultural indígena mexicano: “El pacto era el más sencillo y justo de los posibles: ni yo comentaría sus cuadros ni él ilustraría mis textos; ambos intercambiaríamos paulatinamente los avances de los trabajos para propiciar la eventual inspiración recíproca; la libertad de los dos era total.”
Así, una recopilación de testimonios indígenas recogidos y redactados por la prosa precisa y directa de López Austin, se harían acompañar por dibujos y pinturas de Francisco Toledo. El libro no clasifica, ni delimita nada. Y aunque el tema es la mierda, ésta puede ser de humanos o de animales. El estiércol de hormiga para las mujeres mexicas, por ejemplo, –algo que yo ignoraba– era un magnífico depilatorio para “todo pelo en lugar inadecuado.”
El libro aborda muchas experiencias de la mierda que atraviesan una buena parte de todos los aspectos de los indígenas de México. Una aparente sencillez atraviesa cada una de las experiencias narradas. Sin embargo, cada una de ellas implica un modo abarcador de comprender el mundo y la realidad. Por otro lado, nadie queda excluido de sentirse próximo a la experiencia de cagar, pues al igual que la muerte, es inevitable. Parafraseando a López Austin, la historia de la mierda, es la del primer hombre y la del último. Por lo mismo el libro busca incorporar la relación de los grupos humanos prehispánicos de México con la mierda, además del “cuchicheo” que desde entonces llega hasta nuestros días.
Una vieja historia de la mierda, estoy seguro, sería un libro importante para Olson. En éste, se reúnen, desde otras perspectivas, elementos de su pensamiento y de sus deseos. Cagar es una experiencia sensorial amplísima. El mundo contemporáneo, al igual que otras experiencias, la ha mediatizado, la ha escondido. La arquitectura actual desaparece olores, indiscreciones. Para el hombre de la ciudad, cagar al aire libre resulta un acto cada vez más insólito. Ver, oler, probar nuestra propia caca resulta igualmente insólito, pero esto no fue siempre así. Por suerte la historia desgasta lentamente las cosas y algo de aquella riqueza indígena, en las palabras de López Austin o en las pinturas coloridas de Toledo, nos llega todavía.
La edición que cito ahora, es la segunda. Hubo una primera de Ediciones Toledo en 1988. La más reciente, al parecer, incluye más viñetas y pinturas de Francisco Toledo.
Imagen por: Francisco Toledo