Luis Paniagua
Literal Publishing,
México, 2013.
Premio Internacional Literal de Poesía 2013
Entre la aparición de Los pasos del visitante y Maverick 71 de Luis Paniagua (Guanajuato, 1979) no sólo medían siete años, sino un sostenido interés por recurrir al paisaje y su transmutación alegórica para nombrar y hacer de la palabra, de la palabra poética, un arpón para prenderse al mundo. En este caso, Maverick 71 relata, a través de quince poemas, las vicisitudes de un viaje que emprenden dos hermanos, jóvenes, a bordo de un automóvil, un Maverick del año 71, flamante y rojo. Sin embargo, durante la lectura se irá descubriendo que el destino de su travesía se desconoce, lo mismo que el lugar de partida y los motivos que apremian a los protagonistas. De modo que tan sólo el camino, el paisaje y un puñado de recuerdos nos serán develados.
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Si Los pasos del visitante (Ediciones Punto de partida, UNAM, 2007) puede considerarse una colección de postales sobre las impresiones obtenidas ante la orilla del mar, un conjunto sólido, digamos, de viñetas ejecutadas con economía de trazos respecto a un viaje definitivo, Maverick 71 es a su vez el “story board” de una “road movie”. Así, en vez de poemas breves y contenidos, ahora hay poemas amplios y encadenados, con un tono medio, casi confesional, y una respiración honda, lenta. No obstante, hay en ambos libros una médula que sostiene al conjunto, y ésta es la imagen del viaje. Pero ¿qué es un viaje carente de fin y principio? ¿Hacia dónde se dirige el automóvil? ¿Y de qué escapan, intrépidos y angustiados, sus conductores?
No tengo una respuesta; poseo, en cambio, algunas sospechas. Entre ellas, paradójicamente, que este viaje parece no ir hacia ningún lugar, sino volver a un posible momento. Quizá debido a esto es que no haya lugares en este camino, sino lapsos. “Salimos por la noche”, dice el poeta al inicio del libro, “salimos por la noche.” Otra de mis dudas es que el paisaje tampoco existe, y con esto me refiero a la naturaleza aceptada como un hecho rotundo e inflexible. Más bien parce tratarse de un evento que está en continua construcción, más una incertidumbre que una certeza; un camino inagotable que se desanda conforme el viajero lo transita, modificando con su presencia, irremediablemente, la condición original del espacio: “Un viaje, / un golpe, / fueron una y la misma cosa: / un impulso, / una fuerza desplazándose / en permanente fuga…” Pero entonces, surge de nuevo la inquietud, ¿a dónde se dirigen? ¿Qué umbral intentan dejar atrás o, tal vez, recobrar? Tentativamente, encuentro los siguientes versos:
La niebla es ahora un muro
que circunda al recuerdo,
a la memoria,
pero el Maverick,
en chispazos,
bólido ahora más que aquella noche,
lo atraviesa:
Quizá dure el recuerdo
lo que tarde en construirse el alba.
Un viaje y un camino, parece intuirse, fueron una misma cosa: un impulso en permanente fuga, desplazándose del olvido a la memoria, como si de un oscuro e inevitable fractal se tratara. “Vengo de la noche”, dice el poeta al final del libro, “Vengo de la noche / […] a entrar a la negrura.”
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Del mismo modo que Octavio Paz describió su estancia en la India desde su estudio rodeado por los jardines de Cambridge, en Inglaterra, Luis Paniagua relató en Los pasos del visitante su encuentro y fascinación ante el mar desde de un departamento al sur de la ciudad de México. Pero ahora, ¿desde dónde escribe Maverick 71? Este hecho, en principio trivial, es relevante pues, como mencioné antes, el viaje ha sido para Luis Paniagua la analogía que le ha permitido estructurar un discurso, convirtiéndose tal imagen en la metáfora preferida por él para configurar un cuerpo y un ritmo, otorgándole de este modo un particular sentido a su poesía. Pero este viaje es distinto de aquellos, puesto que se trata del recuento de cierto pasado ocurrido entre la adolescencia y la juventud, una bitácora que se escribe no desde un lugar sino desde la distancia, con la perspectiva que otorga la edad adulta:
Digo en la misma lengua de esta tarde
Una tarde pasada, una tarde distinta
De esta tarde. ¿Cómo hacerla distinta
Si con las mismas letras escribo una y otra?
Y un poco después, él mismo responde:
Una cosa es segura:
esto debió ocurrir en otra lengua
arduamente (y a medias) aprendida
Y ahora completamente olvidada.
Este recuerdo es inventado en la medida
en que recuento en la lengua esta tarde
los hechos acaecidos en esa tarde extraña
De este modo, cada vez es más claro que el viaje que se narra en Maverick 71 transcurre en la memoria. No un viaje físico sino uno simbólico, paralelo al ritmo parsimonioso en que suceden poema tras poema. A partir de un presente cierto se emprende una aventura hacia lo inesperado, con la “certeza no de decir / henos aquí, sino aquí vamos”. Un epígrafe de Manuel Vilas incluido al inicio del libro ataja algunas pistas sobre este hecho: “él y yo solos, / lejos de la familia y contra el tiempo, / íbamos en un coche.” A bordo de un coche, es verdad, pero parapetados sobre el olvido, conduciendo “contra el tiempo” entre los recuerdos propios y ajenos, “de noche hacia su origen.”
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Cuando murió André Bretón, en la esquela que fue enviada a sus amigos y allegados, se podía leer la siguiente cita: “Buscó el oro del tiempo”. Expresión que se constituye a partir de una contradicción, la reunión entre la materia tangible del oro con la presencia intangible del tiempo. Y aún más, sentencia que entraña la posibilidad de capturar, a través del lenguaje, cierta “duración” que logre vencer la condición efímera del hombre. A lo largo de este poemario, o de este poema fragmentado, son frecuentes las menciones donde se expresa este interés por detener el cauce efímero de la vida. Cito un par de ocasiones:
¿Qué habrá más allá de lo que esta tarde,
ida casi ya,
de lo que en esta por momentos noche,
los ojos alcanzan a ver?
[…]este Maverick rojo
que deja atrás cada línea
del asfalto
es un sol poniéndose,
hacia otros días bajando.
Tal vez Bretón y Paniagua, de cierto modo y cada uno a su manera, han intentado aprehender por medio de la palabra, de la palabra poética, la materia sensible que es capaz, como el oro, de perdurar intacta ante el asedio del tiempo. Pese a que la vida, bien lo sabemos, es noche y aurora, memoria y olvido, palabra y silencio. Una presencia en permanente fuga, donde el viaje es “la única certeza”.-
Imagen por: DANIEL TOMES