Hoy se cumplen 100 años de la primera entrega, “Cambray”, de la emblemática novela de Proust, En busca del tiempo perdido. El proyecto narrativo de Marcel Proust quedó inconcluso y en vida solamente publicó cuatro de los siete tomos a los que el narrador francés dio forma. Sin embargo, este carácter inconcluso no está en el incumplimiento de una meta si no en la imposibilidad de un fin. Así como James Joyce hizo del pensamiento interno un recurso para narrar la inabarcable realidad, Proust fue hacia el tobogán de la memoria. Cada recuerdo establecía una nueva relación que expandía sin remedio el pasado acumulado de una vida. Tanto Joyce como Proust elaboraron con su literatura una experiencia que buscaba la intensidad de lo real. Era la vida misma la conquista que perseguían. Su influencia hoy es imborrable y ha producido infinitas ramificaciones que han ampliado y enriquecido la expresión humana. Casi de modo inmediato a la publicación de la obra, Edith Wharton escribió: “Con un conocimiento general de la literatura que se extendía mucho más allá de los límites habituales de la cultura francesa, elaboró una visión peculiarmente suya; estaba así excepcionalmente capacitado para dar el paso siguiente en el desarrollo del arte sin renegar de su pasado ni malgastar la riqueza de la experiencia heredada.” Samuel Beckett, por su parte, reacio a dar opiniones, publicó un valioso ensayo sobre el narrador francés en el que expresaba lo siguiente: “La ecuación proustiana nunca es simple. La incógnita, escogiendo sus armas de un arsenal de valores, es también lo inconocible.” Quizá en esto mismo, reside su grandeza.
Imagen por: Carel Peeters