De entre algunas de las lecturas que he hecho a lo largo del tiempo, debo decir que una de las más estimulantes y entrañables ha sido mi relación con los libros de Susan Sontag. Esto es así gracias a su capacidad de compartirnos su amor por otros autores y creadores del arte. Un amor sostenido en la reflexión crítica y un pensamiento abierto, pero sobre todo en una curiosidad ilimitada capaz de reducir los problemas más difíciles a conocimientos tangibles, así como también de ver y destacar en los detalles los signos sutiles de las experiencias más intensas de la literatura y el arte.
El siglo XX produjo muchas de las obras de expresión más intrincadas del paso del hombre por el mundo. Esto, sin embargo, no fue para Sontag un impedimento sino un reto. Sus ensayos buscaron siempre llevar lo oscuro a claridad. Esto sucedió a veces con directores de cine, escritores o pensadores tan complejos como Jean-Luc Godard, Robert Walser o Roland Barthes. De todos ellos aprendió que la dificultad no es otra cosa que un posibilidad para desplegar la imaginación. Su ensayo sobre la película Persona de Ingmar Bergman, por dar un ejemplo, resulta uno de los más útiles modelos para hablar sobre una obra de arte. Esto es así porque el ensayo desentraña los elementos que integran el film, pero también porque la aproximación se realiza desde el punto de vista de los sentidos ¾ojos, oído, gusto, olfato, tacto, intuición¾, lo que no descalifica de ningún modo tampoco la cabeza.
En este sentido su ensayo “Contra la interpretación”, publicado en su primer libro con el mismo título en 1966, sigue siendo un faro para la comprensión de muchos de los fenómenos artísticos de nuestro tiempo. La tesis de Sontag es simple pero contundente: hemos dado demasiado prestigio a la razón, pero conocer va mucho más allá de las capacidades intelectuales. Se trata, según nos dice de mostrar “cómo es lo que es”, incluso “qué es lo que es”, y no en mostrar qué significa“ la obra de arte. Lo que no niega que es posible acercarse al arte y hablar de éste desde una experiencia personal que no anula la objetividad ni la discusión.
Hace algunos años decidí elegir “Contra la interpretación” como una lectura obligada en muchos de los cursos que hacía en una universidad. Las clases tenían distintos temas y objetivos, lo que nunca me impidió leer este trabajo de Sontag sin sacarle provecho. Me parecía y me sigue pareciendo que leer, ver un cuadro o una película, escuchar música, son experiencias activas que se accionan desde todos los rincones del cuerpo. Leer ese trabajo era una oportunidad para compartir un modo de ver que se entendía desde la academia como algo pernicioso. Me resultaba placentero saber que alguien me había enseñado algo para compartir con otros, porque si a mí me había abierto los ojos seguramente le sucedería lo mismo a quienes sin saberlo estaban destinados a leer a Susan Sontag. Ubicarse hoy en día con respecto al arte y la literatura es un trabajo arduo que sin otros sería imposible. La obra de Sontag desde esta perspectiva es imperdible. Gracias a ella leí a escritores desconocidos pero hoy para mí muy queridos como Leonid Tsypkin. Por ella también mi lectura de Dostoievski ha sido, lo digo sin ninguna duda, mucha más redonda y abarcadora.
Imagen por: Lisa Thatcher