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Una breve reflexión sobre la verdad en la belleza

MulaBLanca-1

Love is a rose
but you better not pick it
It only grows when it’s on the vine.
A handful of thorns and
you’ll know you’ve missed it
You lose your love
when you say the word “mine”.
Neil Young

Sobre la belleza siempre ha deambulado la nube del destino y del tiempo devorador. La belleza ha sido invocada, reinventada y descrita desde la antigüedad como una fuente fugaz de felicidad y plenitud, inagotable de vida, condenada desde el principio a un redentor final siempre trágico.

La verdadera belleza es un acontecimiento, un evento decisivo, irrebatible, que no necesita explicación porque simplemente es. John Keats reconoció esta máxima en su famoso quiasmo “Beauty is truth, truth beauty”; y es que en un mundo donde la realidad se encuentra en revisión perenne —diseñada, filtrada, aumentada, editada y deformada—, nuestras experiencias con lo sublime adquieren un nuevo valor, el de comprender que el éxtasis auténtico sucede al encontrarnos en silencio, frente a lo verdadero.

La naturaleza (lo natural) es la verdadera belleza por ser simplemente incuestionable, insospechada, contundente. Ésta no necesita llamar la atención, no tiene agencia o voluntad; su invitación se encuentra implícita en su observación, y nos hace desearla y, en ocasiones, soñar con poseerla. Debemos volvernos vulnerables y sensibles a su aliento, procurar afilar nuestra intuición estética; éste es finalmente el significado original de la palabra estética: suspirar, inhalar el mundo de percepciones que se nos presentan. Sólo así podremos encontrar la belleza en los lugares más improbables; sólo así podremos entrar en contacto con esa inmensidad iluminada en el éxtasis de la revelación, con los patrones que revelan una verdad obvia —que antes no lo era—, con la emoción que implica, con la epifanía fascinante y fugaz de su sustancia.

El arte nace de nuestra necesidad de imitar la naturaleza. Así, el poder humano se ha desvirtuado en la creencia ilusa de que al rodearnos de belleza, somos capaces de absorber y expresar su valor. Pero es menester entender que la belleza verdadera está ahí sólo para expandir nuestra admiración, es una expresión que refleja las sensaciones más profundas de nuestro organismo, una manifestación del espíritu; es en ella donde surge el encuentro íntimo con un espectador, al encontrar el deseo de sentirla, no de poseerla. El fin de la belleza es el de recordarnos qué es amar, qué es temer y qué es odiar. Se trata de un encuentro visceral con la fe, porque se adapta a las demandas de nuestro ser. La belleza impermanente de la naturaleza es sólo una imagen de la belleza eterna, un fractal que es finalmente, un vehículo de contemplación para escalar de regreso.

Se dice que encontramos la belleza en nuestro deseo de idealizar y transformar nuestro mundo. Debido a que esta cualidad estética es circunstancial (y también subjetiva), sólo es posible pecibirla en los momentos en los que nuestra atención se encuentra disponible. La verdadera belleza es la tecnología de la inspiración, es una de las pocas herramientas que nos puede sumergir en un éxtasis que supera la racionalidad y que inclusive, en ocasiones, puede causar dolor al asimilarla: su vastedad perceptual nos obliga a reconfigurar y actualizar nuestro esquema mental, sólo para acomodar a esa escala de experiencia en nuestro propio despertar ontológico.

Irremediablemente, codiciamos lo que vemos a una distancia que asegura que no lo podamos poseer. Es preciso separar el deseo de la admiración, y de la decepción de su imposible posesión, un deseo que nace de nuestro propio deseo de trascendencia. La verdadera belleza nos produce todos estos anhelos porque en el instante en el que estamos ante ella, estupefactos ante lo sublime, sentimos que nos absorbe de tal forma que queremos comulgar con ella, fusionarnos y ser uno con ella. Es en la belleza verdadera donde debemos alimentar nuestro deseo de ser infinitos en un mundo finito, alimentar nuestro anhelo de capturar el momento y hacerlo durar eternamente, porque a pesar de que la belleza no es nada sin el conocimiento de la rapidez con la que se desvanece, en su presencia podemos ser inmortales al menos por un instante.

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