Reseñas
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Sagrado

Sagrado. Poesía reunida 2004-2016
Roger Santiváñez
Peisa
Lima, Perú. 2016

Siempre recuerdo con  sorpresa aquello que escribiera Emilio Adolfo Westphalen: “La poesía transita por vías soterradas”. Y esto he podido comprobarlo una y otra vez a lo largo de los años. De manera inesperada y continua cada tanto cae en mis manos algún libro de poesía que vuelve a renovar mi entusiasmo por esas organizaciones de palabras que llamamos por convención poemas y que son en realidad golpes de emoción, descargas de energía vital que nos permiten continuar con la vida.

Roger Santiváñez no es un poeta nuevo. No es por lo mismo un inexperto. Lo que sin duda conlleva otro problema. Luego de escribir por años cajitas verbales personales, ¿cómo seguir haciéndolo sin repeticiones, sin trucos sin imposturas? Pues Sagrado es una buena demostración de que se puede, de que es posible seguir andando, o mejor, lo que grabara Julio César en una de las puertas de Roma: “Andando se resuelve”. El libro reúne poco más de 10 años de trabajo. Dolores Morales de Santiváñez compila su material anterior, es decir, el cuerpo de obra que va de 1975 a 2005. Estos dos libros  y Balara y Asgrad y otros poemas, publicados en un solo tomo en México el año pasado por la editorial Dharma Books son la obra completa del poeta peruano.

Cómo todo libro de poemas, Sagrado ofrece una articulación particular. Hay un orden cronológico que va sumando libros, y aunque a simple vista los poemas son gráficamente más o menos iguales, lo cierto es que cada apartado, cada libro cambia en su articulación, en su estructura y podría decir que hasta en su lenguaje. No digo que la voz de Santiváñez no sea reconocible, esto de hecho sucede y por lo mismo sorprende.

Hay, es verdad, un tono parecido, una misma voz. Preocupaciones y ocupaciones reiteradas como el uso del encabalgamiento, el enrarecimiento por momentos de la sintaxis y la infancia: “De Piura como detenida stella axial / Memoria de mi niñez en Churrilandia / Eternos estados de desolación[…], dice un poema de Labranda. Hay también un rigor formal que se repite en cada libro. Y sin embargo, a pesar de la destreza con que Santiváñez arma por momentos intensos juegos de sonidos: “Hiena herida hiende tu risa / Lámpara ampara Mara”, versos de “Adonáis”, en Eucaristía, no abusa de esta facilidad y ese oído atento sólo actúa donde más puede servir a una expresión. Esto ocurre a lo largo de todo esta poesía reunida.

Algo reconocible y valioso que acentúa y particulariza la poesía de Roger Santiváñez es su amplio vocabulario. Y cuando escribo esto lo hago con una completa conciencia, pues es muy notable como la poesía en español de los últimos años, al menos una buena parte de la que se escribe en México, se ha empobrecido significativamente gracias a esta cuestión. El vocabulario recoge sin duda el pasado y lo actualiza. Vuelve además más flexible y preciso al poema. Y aunque no necesariamente, a veces introduce cierto barroquismo, como sucede en algunos poemas de Santiváñez.

La poesía peruana del siglo XX, la que comienza con Eguren y Vallejo y se prolonga con José María Arguedas, en Westphalen, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela y más recientemente en José Watanabe, Marcos Martos, Mario Montalbetti o Roger Santiváñez, se distingue entre otras cosas por su riquísimo vocabulario. Esto hace que esa poesía logre hablar de zonas de la experiencia humana que estaban desterradas de la literatura como sucede con el poema “LI” de Trilce, en donde un amante hace una broma pesada y esto sucede en una intimidad que es la de la pareja y que toca un asunto cotidiano y al mismo tiempo en apariencia insignificante pero que resulta tremendamente emocionante.

Lo anterior no cancela desde luego, la violencia, el mismo Roger Santiváñez, pero en otro momento diferente al de Sagrado, no pudo escaparse de la realidad que planteaba, por ejemplo, Sendero luminoso o el desgarramiento por un pasado prehispánico, por una herencia colonial, ambos latentes y que muchas veces no ceden a una reconciliación y que Eielson buscó restaurar en distintas ocasiones con su arte y su poesía.

Creo que Roger Santiváñez ha logrado insertarse plenamente en esta tradición y ha salido bastante bien plantado. Hay como en mucha de la poesía peruana, en sus poemas, y esto quizá debido a la gravitación del quechua según Arguedas, mucha ternura, cierto sonido suave: “Ansiosa periquilla niña sutil”, primera línea de “Un oscuro dulce  limano, de Amaranth o estos versos del poderoso poema “Raven Hill”, de Sylva: “Una fresa que con toda su pereza / se derrama en la boca del amor.”

Este poema último bastaría para dejarnos sentir de nuevo que no todo está perdido, que existe el canto, la invención, y que como refiere el mismo Santiváñez: “[…]la poesía es algo sagrado. Es una devoción y una mística y ascética disciplina. Involucra una contemplación primordial del mundo. Una lucha diaria por vivir y permanecer en estado de poesía.”

 

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