La belleza de las armas
Kriller71 ediciones
Barcelona, 2013
Aunque nacido en Los Ángeles, en 1946, es considerado una de la voces más relevantes de la actual poesía canadiense. En su haber figuran más de una docena de poemarios, además de textos críticos, prosa y estudios sobre arte, lingüística o diseño. Asimismo, es reconocido tanto por las encomiables traducciones que realizó sobre la mitología y la poesía épica de los indios Haida, como por The Elements of Typographic Style, obra de referencia sobre los tipos de letra y su disposición visual y geométrica. Resulta difícil de creer, por tanto, que La belleza de las armas sea el primer volumen en castellano que recoge parte de la valiosa poesía de Robert Bringhurst, mérito de kriller71 ediciones y de sus traductores: Marta del Pozo y Aníbal Cristobo.
Raíces e influencias
Originalmente, esta antología fue publicada en 1982 y en ella podemos apreciar las obsesiones y las preocupaciones por las que transita su poética: el mito y el saber primigenio. Uno de sus rasgos característicos es el abandono definitivo del Yo. No estamos ante un poeta intimista ni tampoco su cartografía interior es el paisaje predominante en sus versos. Por el contrario, Bringhurst renuncia a la primera persona para acercarse a los arquetipos y al imaginario colectivo y primitivo. Su poesía es una constante revisión sobre los orígenes del tiempo y de las civilizaciones. Por ello, sus interrogantes son casi tan antiguas como la poesía misma.
Su marcado apego por la sabiduría, o mejor dicho, su personal búsqueda de esta, desvela su inclinación hacia pensamiento presocrático. Así, en la sección «Los antiguos en su conocimiento», Bringhurst dedica poemas a las figuras de Heráclito, Parménides, Mileto, Pitágoras, entre otros, reescribiendo o reinterpretando los postulados naturalistas sobre los principios que rigen el mundo. Los poemas, entonces, son una fina amalgama entre anécdotas y máximas, entre fragmentos y traducciones, entre conocimiento, contradicciones y paradojas. No es de extrañar, por ende, la marcada presencia de los elementos naturales en sus estrofas en relación a esta filosofía. Leemos en “Las recetas de Empédocles”: “Sangre y músculo: aproximadamente las mismas / cantidades de tormenta, tierra, / fuego, y el aire diáfano de las alturas / que se combinan en lagunas”.
Lejos de abrumar y de repeler al lector con una versificación intrincada y hermética, Bringhurst tiene el don de hacer asequible y atractivo lo que para otros resulta una gesta imposible. Su verso es sencillo, el tono ecuánime calza a la perfección con su temperamento reflexivo. Prima, como es de suponer, el pensamiento sobre el sentimiento; siempre en la medida justa, ya que los poemas no son meras construcciones filosóficas ni mucho menos un rígido catálogo de entelequias.
Gran conocedor de su oficio, su poesía posee una fuerte y muy sugerente carga musical, basada en repeticiones y en la combinación de ritmos. Sus versos largos coexisten con los cortos y en ocasiones sale a relucir algún juego lingüístico, intensificando la cadencia y las secuencias rítmicas. Un claro ejemplo lo encontramos en uno de sus mejores escritos, “El corazón es aceite”: “si este es su ojo en el espejo viendo / su ojo en el sueño viéndose / en el espejo en el que ve su ojo viéndose / en un sueño en un espejo, / su rostro reflejado en aceite y que se arruga de vez / en cuando en la corriente de su aliento”.
A su vez, observamos que la Biblia y su literatura desempeñan un rol capital en la obra de Bringhurst. En La belleza de las armas encontramos dos secciones de clara afiliación bíblica: «Deuteronomio» —la primera de ellas— está compuesta por tres poemas que aluden a diversos episodios, como el diluvio, la existencia de Adán o la peripecia del patriarca Moisés. En tanto, la segunda lleva por título «El canto de Jacob», que es a su vez un hermoso y extenso poema de aliento profético y dinástico, fechado en 1977.
Canciones y parábolas
Es innegable, por tanto, el carácter oral de la poesía de Robert Bringhurst, sus referentes literarios nos lo confirman: mitos, leyendas e historias sumados a un vivo interés por las narraciones fundacionales y primitivas. Su estudio y acercamiento a las culturas haida y navaja no es gratuito, muchas de sus composiciones ganan más al ser recitadas que leídas. En sus propias palabras, el mito es un “teorema sobre la naturaleza de la realidad”, cuya expresión es posible a través de una animada forma narrativa, y no mediante símbolos algebraicos ni abstracciones inanimadas.
Ocurre así con “Hachadura” un largo canto dividido en doce partes que nace de una experiencia propia durante su estadía en Ahuachapán, en El Salvador. El pensamiento circular y mítico se funde con la visión moderna de un país devastado por la violencia. Empero, recalca el autor: “Por supuesto, no es mi intención haber escrito nada parecido al habla de los muertos o la falta de mundo de los que mueren en ese país, ni siquiera el haber escrito algo en donde se puedan oír esas voces. Esto no es un poema sobre El Salvador, por mucho que debiera haber escrito uno. Aun así pienso que tiene algo que ver con nuestra asombrosa capacidad de recrear El Salvador de continente en continente, de siglo en siglo, una y otra vez”. La persecución del arquetipo es evidente, pues la violencia y las bajas pasiones, así como el amor y la muerte, han sido unas de las temáticas más recurrentes en todas las mitologías.
Algunos de los más intensos poemas de esta antología los encontramos en la sección «El río de Ptahhotep». Además del citado “El corazón es aceite”, hallamos “Hechizo para sandalias blancas” y uno homónimo que da nombre a esta parte. En este último, me refiero a “El río de Ptahhotep”, hay una alegórica alusión sobre la poesía, o su génesis, pues esta se encuentra en la realidad más cotidiana y natural de la existencia, pese a que su expresión no es un sencillo menester: “La palabra justa escasea más que el jade. Escasea / más que la piedra verde, sin embargo puede encontrarse / entre las muchachas en las piedras de afilar, entre los pastores / solitarios en las colinas”. Hay que aguzar, entonces, los sentidos y la percepción, hay que habituar al cuerpo en el uso del discernimiento y la intuición: “En la cueva del oído, los huesos, como estrella / de solsticio, se sientan derechos e inmóviles, / escuchan con atención el aire mientras el músculo y la sangre / escuchan con atención al esqueleto”.
En esa misma línea, los poemas pertenecientes a «La montaña de Tzuhalem» son un estupendo racimo de parábolas y canciones de amor y desamor, basados en la infeliz historia de un deforme indio salish: Tzuhalem, quien fue desterrado de la tribu por un violento crimen que cometió contra su amada. En ellos, el espíritu errático del protagonista dará cuenta de la sabiduría y de las visiones naturalistas que experimenta la voz poética a lo largo de su periplo, como advertimos en “Cuerpo, habla, mente”, Parábola de los dos pájaros”, “Parábola de las voces” o “Su sueño”. Asimismo, la constante alusión a tambores y flautas, cañones y arroyos o de pájaros, peces y felinos nos revela cuán importante es la cosmovisión de los nativos de la antigua América del Norte para Bringhurst, heredero y continuador de aquella tradición que se resiste a morir en el silencio.
Aún queda mucho de la obra de este gran autor por descubrir, entre ella muchísima poesía. Afortunadamente, La belleza de las armas es un excelente “debut” en castellano. Ibiza, 9.I.2015
Tardío, es cierto, pero necesario.
Imagen por: Kelly