Hace poco tuve la oportunidad de celebrar el cumpleaños de Beatriz Zamora, la extraordinaria pintora del negro. Por más de cincuenta años lleva realizando, me atrevo a decirlo, una obra única en el mundo. Ahí recordamos algunos nombres como Fernando García Ponce, quien fue en algún momento su compañero y a Eunice Odio, poeta costarricense, que tuvo una relación amorosa con Rodolfo Zanabria, pintor, amigo de Beatriz. Eunice Odio fue una poeta talentosa que inspiró un poema con su nombre a Carlos Martínez Rivas, donde ni más ni menos establece su modo de entender la belleza.
Martínez Rivas escribió una obra breve pero de total significación para la poesía de su país, Nicaragua, y también del español. Logró eso que pedía Juan José Saer a la literatura, crear un idioma dentro del idioma. En su casa dejó las paredes llenas de versos, aunque lo que podemos leer son sus poemas impresos. En “Memoria para un viento inconstante” decía al lector que no iba a dar una “obra maestra”, porque era preferible sumergirse en la realidad.
Su poema “La puesta en el sepulcro” con esa coloquial línea inicial: “Cuando ya no me quieras”, me marcó desde la primera vez que lo leí. Pero qué dio pie a esa obra, a esa poesía. Se dice que fue Rubén Darío quien inauguró la poesía moderna latinoamericana, que fue la piedra de toque. Y aunque nadie hace nada en realidad solo, ciertamente modificó un modo de ver las cosas: “Yo Rufo Galo, fui soldado, y sangre / tuve de Galia, y la imperial becerra / me dio un minuto audaz de su capricho. / Eso fue todo.”
Y sí, “eso fue todo”, logró conquistar por un lado una poesía que podríamos llamar culta, pero también una poesía transparente y que le hablaba a todos. En la obra de Martínez Rivas sucede lo mismo, hay poemas barrocos y hasta filosóficos y además puede hablar de una señora que barre la entrada de su casa.
Nicaragua, ese pequeño país de Centroamérica, ha construido una tradición poética fuera de serie en nuestro continente. No creo que la única razón sea Darío aunque eso seguramente tiene su peso en cuanto a que es probable que haya dado una cierta seguridad en cuanto a que desde ese lugar podía emerger la poesía.
El asunto es relevante porque tiene distintos puntos de vista como el demográfico. Siendo un país pequeño, ¿por qué ha generado obras como las de Salomón de la Selva, Joaquín Pasos, Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho, quienes tradujeron poesía norteamericana y escribieron ensayos de reflexión sobre la poesía?
México es un país mucho más grande y ha logrado obras menos importantes salvo la de Juan Rulfo. Uruguay, también, un país pequeño, tiene a Onetti, a Mario Levrero, a Armonía Somers, a Idea Vilariño, a Ida Vitale, a Eduardo Milán, a Roberto Apratto, etc.
Pero vuelvo a Nicaragua. Ernesto Cardenal escribió al principio poemas a la manera de Marcial y Catulo: “Tú no mereces siquiera un epigrama.” Después se hizo sacerdote y escribió poemas más complejos como Telescopio en la noche oscura, hecho con fragmentos que construyen una unidad y el universo. El caso de Cardenal sorprende porque escribe una larga obra y tiene una vida intensa. Hay que decir que en Nicaragua todos lo poetas que menciono son también buenos prosistas, claros y contundentes. Y para prueba está “Elogio de la cocina nicaragüense”, ensayo de Coronel Urtecho. Los textos autobiográfícos de Cardenal también son excelentes, lo mismo que los de Darío.
Cardenal se instaló en una pequeña isla. Ahí entre pescadores, da misa y enseña poesía.
En Nicaraguan Peasant Poetry from Solentiname pueden leerse poemas de autores desconocidos que lograron escribir poemas así: “Las garzas pasan al Zacatón / los patos a sus dormideros; / nosotros abrazados / con el canto del pocoyo / esperamos la luna.” Un poema de Bosco Centeno, aparentemente sencillo, que reúne una atmósfera y una forma del amor. La poesía es de todos y como dicen, la liebre salta por cualquier lado.