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Los extremos se tocan: sobre Metraje encontrado de Germán Carrasco

Encuentro en la biblioteca de una escuela un librito de Lumen (1974) con algunas de las fotografías que el pastor Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, sacó en el siglo XIX a sus amigas-niñas, chicas que no pasaban de los 14 años. Recuerdo entonces que en uno de sus brazos nuestro poeta (Santiago de Chile, 1971) se hizo tatuar a Alicia, la heroína del mundo lisérgico formulado por el pastor anglicano.

El librito tiene un prólogo del húngaro Brassaï, donde se plantea que a través de esas niñas, Carroll “amaba un cierto estado fugitivo, transitorio, este breve instante del alba que despunta entre el día y la noche.” Una buena parte de esas fotografías eran desnudos, contenidas en álbumes que luego serían expurgados por un sobrino del pastor. “¡Qué pérdida!” exclama Brassaï, lamentando la merma de esas fotografías, destruidas o devueltas a sus modelos, según indicaciones del propio reverendo.

Imaginemos por un segundo el hallazgo fortuito de un sobre o una caja con ese grupo de fotos antiguas sacadas, no sabemos, por un remoto padre anglicano que se enamoró del nuevo invento. O por cualquier hijo de vecino que en su momento (y entonces no era cualquier hijo de vecino) pudo armarse del artilugio para disparar los tiros que quisiera. Es lo que he oído acerca de las cintas caseras que algunos cineastas ocupan para hacer sus películas. Que se trata de material encontrado que alguna vez perteneció a familias con el suficiente poder adquisitivo para tener entre sus bienes una cámara de filmación, años 50 en adelante:

Todo el metraje encontrado
anónimo, en los mercados persas
pertenece a familias de clase alta
celuloides cintas súper ocho caseras,
archivos hoy casi huérfanos
de su tecnología.

Entonces hallamos ese conjunto de imágenes perdidas y montamos nuestro libro o película sobre la base de esos descubrimientos. Los poemas son estampas, cromos, láminas que reunimos con método y paciencia.

Germán Carrasco nombra su último libro del modo en que la cultura cinematográfica llama a esas películas (de terror o falsos documentales) cuya técnica consiste en hacer pasar por real aquello que ha sido expresa y ficcionalmente elaborado para ese efecto (Wikidixit). Y es que Metraje encontrado (Editorial Hueders, Santiago de Chile, 2018) tiene la peculiaridad de estar contrapunteado por fotogramas de películas de familias anónimas recolectadas en mercados persas (“ferias de pulgas”, como también se les dice en Chile) por la realizadora chilena Tiziana Panizza, imágenes halladas en cintas caseras de super 8 con las que se arma una historia a través del montaje. Se hace una película con fragmentos de cosas que no tienen relación, pero el montaje se las otorga. El libro corona un diálogo amoroso entre poesía y cine, disciplinas emparentadas por la captura de imágenes, por la construcción de escenas, por el apunte o la dilatación en el espacio de la página o la memoria; experiencia subjetiva que madura en la mirada que cuida la realidad, entrenada públicamente en el vagabundeo pleno de ciudades, litorales, vientos, desiertos, libros, países y películas vistas.

En esa variedad de objetos y paisajes, de situaciones y hechos, las correspondencias se reactualizan como un recurso lírico para conectar diferentes ítems, y en todo caso para ejercer una praxis artística que es un legado histórico e intuitivo, una especie de sangre común que corre por las venas de cualquiera que se atreva a tomar estas herramientas. Como oficiante de la poesía, como maestro y a la vez “cinturón blanco”, Germán Carrasco ha recreado los secretos (los clichés) y los ritos de iniciación que este ejercicio contiene con la habilidad de un heredero mitad príncipe, mitad homeless. Dos ejemplos: 1) la persistencia de un lirismo que no rehúye de los lugares comunes, el amor, la naturaleza, la ciudad; 2) la presencia de la musa (viajera, amante, niña imaginada), particularmente en este libro, con la cual realiza esa interlocución básica a todo poema:

¿No hay algo de poeta de verdad
en ese desquiciado maloliente
que ofrece fotocopias con poemas
escritos en letra cursiva
a la salida del cinematógrafo,
del que huimos?

El que habla, o lo que habla, en la pregunta, se dirige a quien lo acompaña en la ciudad y otros entornos, brindando a sus escuchas imágenes que aciertan como dardos en blancos que cruzan múltiples áreas del afecto y lo social:

a veces dos que se amanse exilian al olvido
para poder seguir cada uno de pie
sin la parálisis del recuerdo y vivir sin terapias ni muletas
ni ese por qué por qué
tan de adolescente maricón.
frío, implacable, castrense
destruido por dentro
pero con anteojeras de caballos
para poder seguir
como los fachos y los cuicos
que no miran para el lado.

Metraje encontrado es el décimo libro de poesía de nuestro autor, tatuaje de Alicia en uno de sus brazos. Un poeta que desde sus primeros libros (Brindis, La insidia del sol sobre las cosas) puso en juego un conjunto de referencias, gestos, tics, que hasta hoy se presentan y rearticulan con nuevos tópicos y detalles. La feria-persa (comercio callejero que puede abarcar varias cuadras o una larga avenida urbana y en el que se transan una variedad infinita de mercancías principalmente usadas) es una de esas figuras que aparece desde sus primeras obras, y que en Metraje encontrado reencuentra su espacio como lugar del hallazgo fortuito: cintas caseras con amigos imaginarios para construir auto-ficciones, trucos, nitidez del montaje entre tonos gastados y una estética de la apropiación y el vagabundeo.

Junto a este tópico citadino, la feria-persa, el tianguis callejero, en Metraje encontrado se presentan dos grandes territorios fronterizos e irracionales (Žižek dixit) de la geografía de Chile: el desierto (norte grande) y las “ventolerías” del extremo sur austral; sin olvidar el trekking cordillerano central, que también forma parte episódica de este metraje. El desierto, árido como ninguno, encuentra su nombre local en Pisagua, caserío costero que gozó a principios del siglo XX de un esplendor industrial a causa de la explotación del salitre, y que después fue usado como campo de concentración por la dictadura pinochetista. Del otro lado, en el extremo sur, el punto es Porvenir, pequeña ciudad magallánica, patagónica (Tierra del fuego), frío y viento, baguales, pingüinos-rey, proximidad al polo, y residencia del criminal nazi Walter Rauff. La intención de unir dos puntos disímiles, como en el viejo axioma de Lautréamont (“nupcias de dos ítems lejanos y justos”), actúa en Metraje encontrado como una especie de tesis sobre la naturaleza de la imagen poética y la imagen cinematográfica. Una tesis poética, claro, una indagación libre en el espacio del texto sobre el texto, y no un paper farragoso de esos que el poeta detesta, aunque su obra hace tiempo que recibe parcialmente la atención de la academia.En suma, Metraje encontrado aborda con la sensibilidad de un cineasta que se detiene en las imágenes halladas, ofrecidas por la realidad, y con otra habilidad que tal vez pertenezca más a la fotografía, a la imagen fija que la sortea brincándola en fragmentos, algo que en la obra de este poeta siempre ha estado presente, seguramente porque se trata del arte moderno por excelencia: el cine. No solo la citación de películas y directores(as), más profundamente la relación de mutua influencia entre el arte poético y el cinematográfico, extremos que se tocan a través de la versatilidad estética de este metraje.

Tres de poemas de Metraje encontrado

Chasqui

El sol ilumina los senderos
pero tras una alfombra roja
de gala, retirada y rayo verde
el sol nos abandona
y hay un lapso de oscuridad
–cuaresma y recogimiento–
antes de que comience a asomar
la luna tras la montaña: una madre
con una enorme linterna mágica.
El sol y la luna nos dejan ese lapso
para que tomemos conciencia
de nuestro eventual desamparo,
para que no perdamos el instinto,
para aprender a sobrevivir
para chequear el cuerpo
revisar víveres, agua, comida.
Los que se sientan bien
y los más audaces y equipados
pueden avanzar algo en las tinieblas;
los demás –si es breve el lapso–
se detendrán a esperar y ordenarse
tras alguna roca o árbol
sin que el cuerpo se enfríe
Control de identidad

Porvenir comienza a tomar forma
al igual que todo en este territorio:
como una avanzada policial en 1883
un vulgar retén para que no se masacraran a balazos
los buscadores de migajas de oro.
No sólo Dawson y Pisagua. Todo aquí
por momentos parece un calabozo:
detención por look, criminalización de la pobreza
y controles de identidad. “¡Qué identidad
me van a controlar a mí
si no tengo ninguna o tengo cientos!”
Eso vociferaba el poeta Aníbal Saratoga
y blandía desafiante un enorme jarro schopero
como si fuera el martillo
de la hoz no sé una cosa así
“¡Creen que trafico con mi identidad,
que la uso para que me estudien
cual un Moai los hijos de las remil!
¡Pues no soy pasto de papers y crítica cultural!”
Saltaba espuma de su schop incluso
y sin distraernos de su arenga
nos pusimos en guardia para no recibir gotas
“¡La única patria del poeta es su lengua!”
–continuaba–
“¡y los únicos palafitos son los dedos de la mujer que amo         
que inspeccionan mi corazón con sospecha
como si fuese una casa pobre
en la que no quiere vivir,
una casa hedionda a soledad de macho triste,
una escultura fallida o un Buddha mal hecho
que ella inspecciona en sus dedos
en la forma de la copa mundial de fútbol
una especie de profesora estricta
o anticuaria con cara de sospecha
ante una esfera de cristal barato
que va a romper con rabia contra el muro!”
Baguales

En Porvenir no hay mucho
pero si uno se aleja
puede ver baguales,
criaturas esquivas y soberbias
que huyen lo más lejos posible
como nosotros.
Pingüinos-rey, cisnes,
aves, toninas, focas leopardo,
elefantes marinos
y la casa del criminal de guerra
Walter Rauff que come su strudel
con un earl grey y mira
sereno y altivo el Estrecho.
Quizás te quedó la costumbre
de huir lo más lejos posible
del tiempo en que éramos amantes.
Un chacal de la zona
cazaba y faenaba baguales
y vendía carne, piel y crin.
No sé si lo habrán agarrado.
Esto está lejos de todo.
Luego de caminar bajo el viento
dimos con una picada chilota
donde había una estufa y comida caliente.

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