Emecé. Colección Lingua franca.
Buenos Aires, 2012.
Los escritores cultos del Japón, escribieron en chino durante varios siglos. Esto sucedió a partir del siglo VII d.C., momento en que se funda la literatura japonesa. Sin embargo, esta literatura escrita en chino hasta donde se sabe, no dejó ninguna obra significativa. Fue la escritura marginal y emergente en un dialecto nuevo, el japonés, lo que edificó poco a poco una tradición literaria. De los chinos los japoneses tomaron el carácter elusivo no exento de imágenes nítidas, pero también la filosofía taoísta que mezclada con el budismo proveniente de la India, después de haberse modificado en su tránsito por China y Korea, dieron las bases para la invención del zen —disposición mental que permitió los rasgos más característicos (pensemos en el koan y su influencia en la poesía), de lo que se escribió y todavía se escribe en Japón.
Con los años los japoneses empezaron a aprovecharse de su propia tradición profundizándola y prolongándola. Los grandes escritores del Japón entendieron muy pronto que lo dicho por alguien con verdad, no tendría porque escribirse de nuevo pobremente. Así, narradores y poetas reconocieron en sus obras, abierta o implícitamente —muchas veces no se decía la fuente por ser muy conocida— las deudas o préstamos de los autores que les precedieron. Ihara Saikaku reescribe en sus páginas anécdotas o fragmentos de piezas de teatro Noh de Zeami; Yoshida Kenko recoge de Tomei lo más vivo; Tanizaki cita a Basho o algún pasaje del Genji Monogatari, esa obra que le antecedió por diez siglos y que tiene la doble marca de ser la primera novela escrita en el mundo, y la de haber sido Murasaki Shikubu, una mujer.
¿Préstamos, robos, plagios, apoyo, ayuda, la condición de ser uno más en la fila, son una posibilidad? Quizá James Laughlin tuvo razón, y lo experimental nada tiene de nuevo, pero sí mucho de vivo. Esto es al menos otro camino más alentador aunque también probablemente el más difícil de todos.
Los cantos en el pequeño paraíso, es una selección de poemas del Kanginshu, una de las antologías más prestigiosas de la literatura japonesa. La recopilación del Kanginshu fue realizada en 1518 probablemente por Saiokuken Socho, a quien se le reconoce también como inventor de la forma conocida como renga. La traducción fue realizada directamente del japonés por Masateru Ito, un ex-diplomático que también ha vertido del español a su lengua las Cartas de relación de Hernán Cortés.
De la traducción debo decir que existen líneas que a veces pueden resultar tautológicas. Sin embargo hay poemas sobriamente traducidos, y cuyas versiones a pesar del tiempo, nos siguen hablando con hondura sobre las aventuras humanas como sucede en el siguiente poema:
La luna se pone,
nuestra barca está amarrada
el poblado está cerca
pues oímos la campana del templo
nos acostamos,
nuestras almohadas lado a lado
timón a la derecha
timón a la izquierda
nos alcanzamos
el uno a la otra
mojados con el rocío de la noche.
La edición incluye un prólogo de María Kodama con ciertas imprecisiones. Como sea, Los cantos en el paraíso son una nueva oportunidad para ponernos en contacto con una poesía de asombrosa calidad, y que deshaciéndose de sus autores, pone en relieve que el poema, por sobre todas las cosas, es como dijera William Carlos Williams, un objeto hecho de palabras capaces de trascender cualquier frontera.
El Kanginshu posee una organización particular. En un plano general los poemas se agrupan en función de las estaciones del año. Pero dentro de estos cuatro grupos, hay subtemas que arraciman los poemas. El Kanginshu es una obra clásica japonesa con 311 textos y fue escrito a lo largo de un periodo en que Japón pasaba de la Edad Media a la Edad Moderna. El tránsito fue importante pues produjo lo que se conoce como “mundo flotante”. Una época más hedonista y sensual, que produjo una literatura muy apegada a la realidad. Los poemas de Los cantos del paraíso fueron escritos por monjes, aristócratas y guerreros. Las formas utilizadas fueron muy diversas y entre ellas hay algunas muy breves y otras más extensas. Todo este aparente eclecticismo pudo articularse gracias a un espíritu de ese tiempo que consistía en una visión humanista y por lo mismo más crítica desde el punto de vista individual:
El amor que tengo
no abriga esperanza
pero como las olas
que besan la ensenada
me acerco
noche tras noche.
Imagen por: Vincent Chen