Es extraordinario como vamos por la vida con los ojos cerrados a medias, los oídos embotados y los pensamientos dormidos.
Joseph Conrad
La oscuridad hace un sonido apenas perceptible, no es constante, pero danza todo el tiempo. Asalta y despierta nuestros sentidos embotados. En la oscuridad nuestros sentidos aguzan su percepción, se vuelven necesarios, descubrimos su capacidad apenas utilizada en la vida diaria. Ahora, la oscuridad no significa nada, es sólo oscuridad. Desaparece en este mundo permanentemente diurno en el que hemos aprendido a desenvolvernos, sin embargo, nuestras noches lúgubres de antaño sobreviven en los entretelones de una civilización orgullosa de sus logros y del deslumbrante andamiaje colonial que lo soporta.
Se podría decir que es la conclusión a la que llegamos tras leer El corazón de la tinieblas de Joseph Conrad. A lo largo de la narración, la historia se va configurando no sólo a través de la búsqueda de Kurt, un elusivo oficial de colonia desaparecido en el centro de la tenebrosa selva africana. También se puede discernir (casi escuchar) un segundo viaje que ocurre de manera oculta, como de contrabando, a lomos del relato que narra Marlow, se trata del curioso acontecer sonoro de la novela.
Virginia Woolf había descubierto esta cualidad sonora de la escritura de Conrad. Cuando responde a las críticas adversas a Conrad lo hace utilizando la siguiente figura musical:
“Era consciente de sí mismo, rígido y ornado, se quejan, y le era más apreciada su propia voz que la voz de la humanidad angustiada. Es una crítica familiar, tan difícil de refutar como los comentarios que los sordos hacen cuando se toca fígaro. Ven la orquesta, allá a lo lejos escuchan lúgubre arañazos de sonido, sus propios comentarios se ven interrumpidos y, del modo más natural, sacan en conclusión que se servirían mejor los propósitos de la existencia si en lugar de arañar a Mozart, esos cincuenta violinistas partieran piedras en la carretera. ¿Cómo convencerlos de que la belleza enseña, de que la belleza disciplina cuando la enseñanza de esta es inseparable del sonido de su voz y de que ellos están sordos?”[1]
La sordera nos remite a una cualidad sensorial que hace falta en el lector que crítica a Conrad, es incapaz de escuchar no lo que dicen los personajes sino la trama sensorial que se va conformando según avanza la historia. La música que hace, busca despertar de la modorra literaria cada uno de nuestros sentidos, su mecanismo de atención no es una música que apele solamente al oído. Marlow tiene un oído atento, es decir, observador, su palabra transporta de manera sigilosa otras formas de significar los acontecimientos narrados. De esta manera, su escritura es configurada por su especial capacidad para implicar la atención sensorial que trasciende a la mera vista:
“Oliscaba para describir de modo maestro a esas criaturas lívidas […] tenía olfato para las deformidades humanas y su humor era sardónico […] tenía el habito de abrir de pronto los ojos y mirar —un montón de desperdicios, un puerto, el mostrador de una tienda—, para entonces completar en su quemante anillo de luz esa cosa que de pronto brilla en el fondo misterioso. Introspectivo y analítico. Marlow estaba al tanto de esta peculiaridad. Decía que ese poder le llegaba de súbito. Por ejemplo, podía escuchar como un oficial francés murmuraba: “¡Mon Dieu, como pasa el tiempo!”[2]
Oliscaba, miraba y escuchaba, su escritura convoca a un cuerpo lector, vivo y en plenitud de sus facultades, leer requiere estar alerta, despierto para todo aquello que es convocado en lo narrado, cuya verdad se va construyendo por medio de relámpagos que deslumbran nuestro deambular por sus páginas. Un lector que se deslumbra, es un lector consciente de su cuerpo, de lo que puede suceder si faltara alguno de sus sentidos.
El viaje que se narra en El corazón de las tinieblas constituye también una reflexión sobre el periplo colonial europeo. Se ponen en escena prejuicios y falsas certezas en boca de Marlow, conocedor de primera mano de la aventura colonial, que reconoce la verdad turbia de la supuesta batalla civilizatoria, donde el despojo y el genocidio también conllevan el progreso necesario de las naciones involucradas:
“La conquista de la tierra, que por lo general consiste en arrebatársela a quienes tienen una tez de color distinto o narices ligeramente más chatas que las nuestras, no es nada agradable cuando se observa con atención. Lo único que la redime es la idea. Una idea que la respalda: no un pretexto sentimental sino una idea; y una creencia generosa en esa idea, en algo que se puede enarbolar, ante lo que uno puede postrarse y ofrecerse en sacrificio.”[3]
El comienzo optimista de la novela navega por la confianza del personaje en los saberes de occidente que al final redimen todo mal infligido. En esas primeras páginas cada evento es descrito con claridad y precisión, los asuntos domésticos, las razones para el embarco, la aventura que arrebata del aburrimiento a los personajes siempre prestos a emprender la aventura colonial.
Los razonamientos convocan la explicación que agota la duda de las motivaciones, Europa es el espacio donde todo puede ser razonado, comprendido y explicado. Los contornos de la existencia cobran una claridad meridiana bajo el sol de occidente. Tal vez, por eso mismo, Conrad construye un continente oscuro, oscurecido para la razón colonial. Conforme se va adentrando en la selva, en “el corazón de las tinieblas” no hay lugar para la razón explicativa a la que hizo referencia muy al principio, de pronto todo aparece vago y confuso, los sonidos surgen como motivos de duda y terror, es decir, como fuente de lo desconocido.
“Todo estaba en una calma absoluta, y después la blanca cortina descendió otra vez, suavemente, como si se deslizara por ranuras engrasadas. Ordené que se arrojara de nuevo la cadena que habíamos comenzado a halar. Y antes de que hubiera acabado de descender, rechinado sordamente, un aullido, un aullido terrible como de infinita desolación, se elevo lentamente en el aire opaco. Cesó poco después. Un clamor lastimero, modulado con una discordancia salvaje, llenó nuestros oídos. Lo inesperado de aquel grito hizo que el cabello se me erizara debajo de la gorra. No sé qué impresión les causo a los demás; a mí me pareció como si la bruma misma hubiera gritado; tan repentinamente y al parecer desde todas partes se había elevado a la vez aquel grito tumultuoso y luctuoso.”[4]
De esta forma la oscuridad invade la claridad meridiana, la razón que señala, identifica y aclara los contornos de la realidad se tornan confusos, el grito aparece para ocultar lo razonable, el sonido se vuelve impredecible, incapaces de identificar la dirección de los nuevos acontecimientos sonoros, de pronto, de la nada surge un sonido que pone en peligro la empresa:
“Nada podíamos ver mas allá del vapor: veíamos su punta borrosa como si estuviera a punto de disolverse, y una línea brumosa, quizás dos pies de anchura, a su alrededor. Nada más. El resto del mundo no existía para nuestros ojos y oídos… aquello era nuestra tierra de nadie. Todo se había ido, desaparecido, barrido, sin dejar murmullo ni sombras detrás.”[5]
¿Cómo es posible que haya sucedido esto? Este nuevo mundo por el que van avanzando se torna peligroso por desconocido, los ojos no ven, los oídos no escuchan, son incapaces de identificar, señalar y marcar este nuevo territorio. Hay un vacío novedoso, indescifrable, pero sobre todo impensable. Su entorno es conformado por una miríada de sonidos a los cuales no logran significar intenciones, el sonido confluye en la forma que toma la realidad amenazadora, constituye un despliegue de posibilidades inéditas, desconocidas.
Conrad, decide dejar “el corazón de las tinieblas” desconocido, es decir, no conquistado. El mundo gobernado por la idea colonial encuentra aquí un límite temporal a su empresa. La historia avanza optimista hasta que choca con la irracionalidad del mundo natural, la razón necesaria para comprender ese mundo por colonizar se muestra incapaz o lo que es lo mismo, impotente. Pero al hacerlo, refuerza el prejuicio colonial donde los sentidos conforman al mal primitivo.
De la misma manera, Hugo Pratt en su relato “La laguna de los hermosos sueños” abre los primeros cuadros con la siguiente afirmación de Corto Maltés (otro aventurero colonial):
“Sé que significa algo, pero no lo entiendo. Tratando de hacerse una idea de lo que quieren expresar el sonido de varios tambores comunicando a la distancia la existencia de un hombre enfermo.[6] Saber algo pero no saber què, es el acicate de todo pensamiento filosófico que reflexiona sobre sí mismo, ignorando las muchas otras lógicas que demandan conocimiento del cosmos.”
Para Joseph Conrad, el mundo de lo sonoro, permanece oscurecido, bajo la impronta de la mirada razonante. Los sonidos cumplen aquí, la función de subsistir como la fuente inagotable del malestar de occidente tan acostumbrado a mirar de soslayo todo aquello que resuena y permanece desordenado, desconocido, es decir, ingobernable.
[1] Virgina Woolf, Joseph Conrad. El Viejo Bloomsbury y otros ensayos. UNAM. México. 1999. Pàg. 182-183
[2] Idem. 186
[3] Joseph Conrad. El Corazon de las Tinieblas. Unam. 1987. Pág.17
[4] Idem. 66
[5] Idem. 66
[6] Hugo Pratt. Corto Maltès. La Laguna de Los Misterios. Norma editorial. España. 2010. Pàg. 25