Humberto Ak’abal
Artemis Edinter
Guatemala, 2009
Nacido en Momostenango, Totonicapán, Guatemala, en 1952, Ak’abal, autodidacta, es uno de los poetas más importante de su país. Guatemala, a pesar de tener autores del tamaño de Miguel Ángel de Asturias o Luis Cardoza y Aragón, no ha conseguido hacer circular a sus autores. Por lo mismo el caso de Ak’abal es relevante. La primera referencia que tuve del poeta guatemalteco fue por un comentario elogioso de Heriberto Yepes en un texto periodístico. Registré el nombre y al poco tiempo, me encontré por casualidad su libro Las palabras crecen (Sibila, 2009) publicado en España. Ahí, en un pequeño prólogo, Ak’abal dice:
“Soy cantor ‘maya-k’iche’, pertenezco a una nación con historia y lengua. Soy una voz sin más dirección que el instinto y, como primera influencia, la tierra donde nací. Mis abuelos y mis padres fueron persona indígenas apegadas a nuestro ritos y tradiciones: marimbistas y cantores, tejedores y agricultores. Sigo viviendo en mi pueblo y mi contacto y relación es con la población indígena.”
Pero después agrega:
“Inevitablemente se ha fundido en mi cultura general diversas fuentes. A estas alturas del tiempo, tengo una cultura mixta. Mis lecturas de la literatura universal no han sido en vano, aunque, si fuera posible ponerlas en una balanza, quizá pesaría un gramo más por el lado de mis raíces mayas.”
Estas breves líneas describen un poética y un modo de estar en el mundo. Ak’abal escribe en español y en maya-k’iche’, y su poesía incorpora elementos de una cosmovisión a veces extraviada o recogida muy superficialmente. Sus poemas trascienden el folklorismo y hablan desde el presente, por lo mismo hacen sólo un eco de un pasado remoto. El gran poeta español Antonio Gamoneda ha dicho: “Quedo, de la poesía de Ak’abal, seriamente impresionado por su esencial sencillez, por la elementalidad sagrada en que palpitan las palabras que revelan los hechos, las cosas, lo seres directamente naturales…”.
La sencillez de la que habla Gamoneda es realmente destacable. Es una sencillez como la que a veces emerge de los poemas de William Carlos Williams. No es una sencillez derivada de la ingenuidad, si no por el contrario, de la meditada tarea de quien trabaja con palabras. Llama la atención que esta sencillez suceda en América, desde el norte hasta el sur, con tantos matices. Es como si del suelo americano brotara, a pesar de la intempestiva fuerza de la naturaleza de este continente, un material sustancialmente filtrado y, que en continua renovación, hoy podemos leer de nuevo en los poemas de La danza del espanto de Humberto Ak’abal.
*
En el restaurante
Ella vestía una falda corta,
cortísima, y yo, con rabia,
comía una ensalada.
*
Después de todo
Sí,
después de todo;
igual que un hachazo
en el tronco de un árbol,
yo no soy más que una cicatriz
en tu recuerdo…
Imagen por: Hugo Ajanel