Quienes vivimos aquellos años recordamos el papel de algunos suplementos culturales y revistas mexicanos de los años 60 y 70, como La Cultura en México, que fundó y dirigió inicialmente el periodista Fernando Benítez y que muy pronto se volvió hegemónico. Terminó convertido en plataforma para el debut y la consagración de escritores (e incluso de artistas de otras manifestaciones), críticos literarios, antropólogos, historiadores y sociólogos que muy pronto fueron identificados como La Mafia. Algunos nombres se volvieron omnipresentes, como el del propio Benítez y, luego, los de José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis (hacer la lista completa requeriría el resto de este texto), cuyo prestigio sería incomprensible sin este suplemento.
Paz se encontraba en la India, pero a partir de su falsa renuncia a la embajada de México en 1968, más su retorno al país (vendido como heroico) en 1971, vivió un rápido encumbramiento acompañado decisivamente por la revista que le entregó Excélsior, Plural. Con ella y Vuelta – a partir de 1976 – pudo tejer una red de contactos y servidumbres que lo tenían como centro, desplazando a Benítez y su suplemento del trono único del mundillo literario y cultural del país: al menos habría dos. Benítez todavía creó Sábado, del diario Unomásuno, y apareció como competidor Nexos, del grupo encabezado por Héctor Aguilar Camín, que no se consideraba representado en el cenáculo de Paz. A la muerte de éste su heredero político, Enrique Krauze, decidió lanzar un magazine en la línea de los de su mentor que, como los de éste, gozaba de un generoso subsidio gubernamental y empresarial. Así, mientras el izquierdismo de Nexos era cada vez más deslavado, el derechismo de las publicaciones de Paz y Krauze sólo se radicalizaría – hasta hoy –, acompañando la deriva neoliberal que condujo al país casi a la venta de garage. La simpatía de los gobiernos de derecha y de grupos como Televisa garantizó su prosperidad económica, convirtiéndose en consecuencia, ya sin equívoco, en pasquines políticos.
Ricardo Piglia criticaba con severidad los suplementos y revistas literarias y culturales de su país, negándose a dirigir una que le fue ofrecida. En 1979 escribió incluso un texto sobre Sur (modelo de los magazines de Paz) que dejaba muy claras sus ideas al respecto:
Ayer domingo se publicaron en La Opinión mis posiciones sobre la revista Sur. Muy crítico, muy irónico: toda élite se autodesigna, ésa es la hipótesis. Victoria Ocampo, una intelectual de la generación del ochenta que vive con cincuenta años de atraso. El primero que me llama entusiasmado es José Bianco (que fue el que hizo la revista en su mejor época), también podría haberme llamado Borges, que pensaba de Victoria Ocampo lo mismo que yo (y a veces lo decía). Revista muy provinciana, según él.
La crisis del ciclo de las revistas culturales, iniciada hace décadas y que en México no se percibió a tiempo por los subsidios oficiales, se contrarresta ahora por la gracia del clavo ardiendo de las subvenciones patronales, que sería insuficiente para eludir la amenaza que internet representa para el periodismo de papel. Podríamos ver ahí una pérdida adicional del impacto que esos medios impresos, ya supervivientes del pasado, tendrían en los destinos de la creación literaria en el campo de la crítica, pues no renunciarán a promover sobre todo la carrera de autores políticamente afines, como el mecenazgo patronal les va a recordar.Quizá sea pronto para ver el fin de estas publicaciones pero su ocaso ya está aquí. No sabemos qué vehículos utilizará una nueva crítica literaria seria, pero quizá el hecho de que Piglia hubiese aceptado dirigir una revista –Libros– dedicada sólo a publicar reseñas literarias nos sugiera un camino. Debería, sin duda, garantizarse su independencia frente a editoriales y librerías como las que ahora privilegian algo semejante, incluyendo suplementos como Babelia y catálogos como los de la librería Gandhi, más bien vehículos de marketing.