Todo lo que sabes de ti está precedido por eventos en tu sistema nervioso de los que no sabes casi nada y de los cuales no fuiste autor. El estado de tu cerebro es el producto de variables en las que no tuviste ninguna agencia: no escogiste a tus papás, no escogiste a tus genes, y tampoco escogiste el ambiente en el que tu genoma se iba a desarrollar, no creaste tu neurofisiología y de ahí surgen todas tus intenciones y pensamientos que le dan forma a tu yo.
Tienes la idea de estar detrás del volante de tu conciencia, y con base en ésta ilusión, la sociedad te invita, bien intencionadamente, a decidir quién quieres ser, bajo el discurso cliché de “sé tú mismo”, una solución precaria ante tus complicadas interacciones con el mundo.
Te encuentras pensando a cada minuto de tu vida, todo el día, y no eres totalmente consciente de esto ¾del automatismo y complejidad en la conversación que tienes contigo mismo. Eres idéntico a lo que dicta cada uno de esos pensamientos, ya sea que la idea que te enganchó sea auto-crítca, prejuciosa, banal, positiva, compasiva, miedosa, etc. Ese es el carácter de tu personalidad en ese instante, eres prisionero de cualquier idea que se apodere de tu mente.
Las interacciones humanas también mutan ese “tú mismo” que se supone que eres. Hay personas que alimentan tu humor y que sin esfuerzo, puedes resultar hipercómico en tu aproximación con ellos, otras que alimentan tu lado más reflexivo o filosófico en pláticas en las que puedes llegar a abordar temas de profundidad o demasiado abstractos, otras que sacan tu lado más romántico y poético, con las que te sientes cómodo explorando metáforas con el fin de seducirlas. Y otras que sacan tu lado más incómodo y tímido, con los que no puedes proyectar absolutamente nada de lo que piensas que eres. Y estas son algunas variables de los mecanismos conscientes e inconscientes que pueden influir en tu estado mental.
Ernest Becker en su libro “The Denial of Death” explica que la personalidad es una mentira vital, un constructo con significados interconectados, afiliaciones culturales, estereotipos, arquetipos, etc., que sostienen endeblemente tu autoestima para darte relevancia en el contexto donde te desenvuelves. Pero, por supuesto que ese yo es una mentira, si partimos de la base de que todos somos una colmena de identidades, resulta extremadamente difícil acceder a ese yo hipostasiado del que se nos habla tan superfluamente.
Esa esencia original a la que podrías apelar, ha sido forjada por tu entorno y las consecuencias resultan en el surgimiento de tus sombras, tus secretos, tus grietas. Es verdad, todos estamos rotos de una manera u otra. Es lo que nos hace los individuos únicos que somos. La mutabilidad que tiene tu yo es dinámica, es por esa razón que leer un libro por segunda vez siempre te deja diferentes aprendizajes que la primera. El quinto principio del Kybalión lo explica muy bien al hablar de que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, puesto que todo está sujeto al cambio, el río de hoy no es el mismo que el de ayer, su agua ha fluido con el correr del tiempo. La naturaleza se transforma continuamente en un movimiento cíclico al igual que el yo.
Eres como el barro que es moldeado por el tiempo y las circunstancias, que a veces llegas a utilizar como herramientas artísticas para construir una auto-imagen, una marca social que te defina, una manera de nombrarte, una manera de controlarte. Piensas que si tan sólo decides tener un control de ti mismo, todo va a estar bien. Que aunque el mundo te rompa, tu luz prístina escapará por las grietas.
Claro que imaginar quien queremos ser tiene mucho poder, bien lo explicaba Rubem Fonseca, en Amalgama. “Uno es lo que quiere ser. Así como el italiano aquél dijo que las cosas son lo que a nosotros nos parece que son y no lo que verdaderamente son, también somos lo que nuestra imaginación dice que somos y no lo que somos en realidad, somos una representación subjetiva de nuestra imaginación. Sé que parece complicado, pero no lo es. Por ejemplo: no quiero ser infeliz y no lo soy; no quiero ser cobarde y no lo soy; no quiero ser ansioso y no lo soy. Repito: uno es lo que quiere ser, así es como uno siente aquello que quiere sentir.”
Pero la realidad es que la imaginación no basta, ya que el carácter de la mente fluctúa ante cualquier estímulo externo o interno. La verdad es que tú y yo somos una enredadera de contradicciones. Somos víctimas de nuestro nomadismo interpretativo: “si hoy pienso así, mañana puedo pensar diferente según las vicisitudes que se me presenten y las emociones que detonen.”
Creo que el concepto del yo, es el centro del problema, cuando las cosas van bien, nos consuelan los éxitos que construyen esa auto-imagen que tanto intentamos edificar, pero sabemos muy bien que todo es susceptible al cambio, que hay calma y luego tormenta, que hay paz y luego caos, y que la vida oscila entre buenos momentos y malos momentos.
La mente es vulnerable ante las circunstancias, sólo piensa en las veces en que algo ha estropeado tus planes y como esa historia se empieza a repetir incontables veces en tu cabeza, con infinidad de desenlaces o con los mismos desenlaces, una y otra vez, y por alguna razón no te parece algo maniático, ese maldito ensayo continuo de un enunciado, pero sí lo es. Si alguien pudiera leer en una pantalla los contenidos de tu mente en esos momentos, pensaría que estás completamente loco, pero de alguna forma, esta narrativa mental excesiva parece normal.
La mayoría de esos pensamientos no tienen sentido, esa conversación interna en la que juegas el rol de emisor y receptor, de receptor y emisor es completamente abstracta ¿Con quién estás hablando? Parece que no hay un sólo originador de tus pensamientos, si no que hay diferentes versiones de ti mismo que están generando mensajes internos. ¿Cómo decidir cuál de las voces será la autora de la versión final de ti que se proyectará en el exterior?
Sufres innecesariamente al permitir que el pensamiento discursivo de tu supuesta voz interna tome su automatismo cotidiano. Súbitamente una idea sigilosa se apodera de tu yo, colorea toda tu consciencia y de repente se siente como tú y te define en ese momento. La sensación de ser un yo, de ser una identidad, es lo que se siente pensar sin saber que estás pensando, es decir, una idea capturando tu consciencia que termina por conducir tu comportamiento y que como consecuencia, alimenta tu neurosis.
Creo que la gran diferencia radica en saber cuando estás perdido en tu propia mente y en saber reconocer los pensamientos por lo que son. No hay nadie que lo haya expresado más claramente que Kyabje Dilgo Khyentse Rinpoche cuando dijo: “No hay ninguna emoción de la cual no nos podamos deshacer, ya que las emociones son simplemente pensamientos, y los pensamientos son como el viento que viaja a través del espacio vacío. No hay nada en ellos.”
Para poder observar como los pensamientos surgen y pasan, es necesario entenderse como un espectador de la mente. Parece que dentro de la consciencia hay un centro operativo que trasciende la personalidad, algo así como un sillón en un lugar completamente inmutable. El truco está en saberse colocar en el asiento.
Una analogía que siempre me gustó para explicarlo es la de ir al cine, cuando estoy sentado enfrente de la pantalla es muy fácil sumergirme en la narrativa de la película, pasar por el cambio deíctico donde mi consciencia desaparece, se me olvida que estoy rodeado de gente y de alguna forma me vuelvo parte de la ficción. Pero si me resisto a ser atrapado por la película, el artificio se vuelve evidente porque mi atención la pongo en otras cosas, en la persona que está mensajeando con su teléfono, en el ruido que hace el de a lado, en lo incómodo de mi asiento, etc.
Es posible ver los pensamientos de esta manera, como un teatro en el que están surgiendo ideas en el escenario de mi mente. Es ahí donde aparecen pensamientos y resultan fáciles de dejar ir, evitando que desencadenen estados anímicos o que catalicen emociones en mí.
Hasta que rompes con ese hechizo, hasta que aprendes a ver que un pensamiento es tan sólo un pensamiento que pasa por la conciencia para luego desaparecer, no tienes otra alternativa que ser prisionero del universo diegético que creaste mentalmente. Lo que requiere demasiado esfuerzo y concentración es la disciplina para poder adquirir ese estado contemplativo de la mente.
He encontrado que existen diferentes metodologías para alcanzar ese estado anhelado, para eliminar las capas psíquicas que he construido a partir del ego. Las rutas prácticas en las que he vislumbrado efímeramente esa libertad van desde la religión, hasta la experiencia con psicodélicos, que parecen ser atajos para lograr entender que la experiencia del mundo no es igual cuando se está en relación directa con el entorno, que cuando tal relación se ve mediada a través de la imagen de uno mismo.
Pero ciertamente, ninguna herramienta ha sido tan efectiva para acceder a esa esencia que considero mi verdadero “yo mismo” como la meditación. No me gusta la palabra “mindfulness” porque peca de tendenciosa y tampoco me gustaría hablar de la práctica como un ejercicio “espiritual” porque trae consigo una connotación religiosa y no me quiero enredar hablando del alma. Creo que la conversación debe llevarnos más allá del ejercicio del espíritu hacia la auto-trascendencia, un ejercicio de optimización mental, de tal forma que no sólo se consiga vislumbrar ese estado pasajeramente, si no que realmente provoque una transformación.
Jasun Horsley dibuja perfectamente lo que es el estado de “iluminación” (aunque sea otro concepto con carga controversial) en un lúcido análisis de los maestros espirituales “Oshana describió cómo, hasta el día de hoy, es capaz de regresar a su mente, pero nunca se sumerge completamente en ella. Según él, es como meter al agua una mano cubierta previamente con crema impermeable, de manera que las moléculas nunca tocan la piel. Aunque la mano está completamente sumergida, en realidad no está en el agua. De manera similar, cuando Oshana regresó a su mente después de iluminarse, pudo observar los contenidos sin estar expuesto a ellos y sin identificarse.”
Estoy lejos de pretender que a partir de la práctica todos logremos iluminarnos, pero el propósito sí es descubrir que el concepto del yo es una ilusión, que no eres un fantasma pasajero de tu cabeza. Lo único que tenemos que aprender es a observar la mente, sin ninguna agenda inspiracional, sin adoptar mantras o dogmas, el sólo poner atención trae consigo el fin de la lucha mental. Ese es el tao de la no-mente, o en otras palabras, el estado del no-yo, que una vez descubierto, permea la relación dividida que tenemos con el mundo. “Olvídate de ti mismo y estarás protegido” decía Lao Tzu. Si se entiende a la inversa, sigue siendo verdad: “Pon demasiado énfasis en ti mismo y estarás en peligro”.