“Querida, encuentra lo que amas y deja que te mate. Deja que consuma de ti tu todo. Deja que se adhiera a tu espalda y te agobie hasta la eventual nada. Deja que te mate, y deja que devore tus restos.”
–Charles Bukowski
“Los dos días más importantes de tu vida son: el día en que naces y el día que descubres para qué”
–Mark Twain
El proceso de la evolución humana nos ha conducido a un alto sentido de la individualidad, y de este efecto correlacionado con nuestro desarrollo dentro de la cultura surge la necesidad de expresar esta individualidad. Cuando esta necesidad se ve frustrada por las condiciones de nuestra vida social (el estrés, la falta de idealidad, la apatía, la envidia, la flojera, etc.), que son efectos propicios dentro de una sociedad de masas, se desarrollan tendencias auto-destructivas. En estas condiciones, la necesidad de la autoexpresión adquiere formas distorsionadas y se transforma en una pelea por el éxito y el deseo de poder.
Poner énfasis en la autoexpresión agrega una nueva dimensión a nuestra biología ya que ésta íntimamente relacionada con nuestra supervivencia. En New Paths in Biology, un estudio realizado por Adolph Portmann, señala que “hay innumerables ejemplos de cómo la autoconservación y la autoexpresión se combinan en un mismo y único órgano”. Habla de la laringe como ejemplo y hace referencia al acto de comer, hablar y cantar. La expresión individual no sólo exterioriza un sentimiento interno, sino que tiene funciones que amplifican nuestro nivel de existencia.
La psicología es la nueva dimensión que se agrega a la biología en cuanto al énfasis puesto en la significación de la autoexpresión. Lo que se expresa en el exterior refleja lo que sucede en el interior de un organismo. Alexander Lowen famoso psicoterapeuta y autor de La Experiencia del Placer explica que “La autoexpresión como aspecto manifiesto de la individualidad corresponde al autoconocimiento y a la autopercepción como aspectos internos o psíquicos de la existencia individual.” Pero este mundo interior no es exclusivamente un fenómeno mental. Nadie puede localizar el mundo interior, ya que aunque apreciemos la importancia central del cerebro, sabemos que la vida interior involucra al cuerpo en su totalidad. Tal vez no tenemos un brillante plumaje como el de los pájaros o la majestuosidad de otros mamíferos, pero los hemos reemplazado por nuestros productos creativos: el arte, artesanías, ropa que usamos, edificios que construimos, cantos y bailes que son todas las manifestaciones de éste impulso básico.
Todos los productos creativos son necesariamente conscientes, y en consecuencia el yo juega un rol importante en la formulación y desarrollo de éste impulso, aunque su origen viene de una inspiración inconsciente y su objetivo es producirnos un sentimiento de satisfacción. Una persona que escribe un libro, por ejemplo, expresa su individualidad en este acto creativo, experimenta placer en la actividad y satisfacción con el resultado (a veces). “He escrito un libro” es la autoexpresión a nivel inconsciente y corporal que satisface sus necesidades más puras e intrínsecas. “Yo escribí un libro” es la autoexpresión a nivel del yo y sólo le brinda satisfacción al ego.
Absolutamente todos los proyectos que emprendemos brindan estas satisfacciones duales, una a nivel físico y otra a nivel del ego. La doble recompensa corresponde a la dualidad de nuestra naturaleza. Somos actores conscientes del teatro de la vida y en consecuencia conocemos nuestro rol como individuos, pero frecuentemente, ésta autoconsciencia nos impide ver que formamos parte del esquema de la naturaleza, ya que vivimos dentro de un cuerpo y la evolución y satisfacción de éste cuerpo depende de la armonía que tenemos con la naturaleza.
Cuando dejamos de observar ésta sincronía, nos volvemos más concientes de nuestra individualidad y terminamos por creer que todo lo que construya nuestro yo aumenta nuestro interés individual. Dado que somos seres autoconcientes con una imagen diseñada por nosotros mismos, no somos ajenos a lo que proyectamos. La imagen es importante porque es lo que nos representa, pero no es lo único que somos.
La autoexpresión a través de nuestra identificación con el yo nos hace sentir que formamos parte de la sociedad, que participamos integralmente dentro de ella y la hace parecer un sustituto pobre del objeto real, que es la autoexpresión a través de la creatividad. Todo acto consciente de autoexpresión aparentemente está incompleto si no provoca una respuesta social, de ahí una de las grandes atracciones de las redes sociales. Una acción creativa que pasa inadvertida, generalmente produce un sentimiento de frustración. Aparentemente todos necesitamos alguna validación social de nuestra individualidad, sin este reconocimiento, es difícil mantener una “identidad”.
Pero nuestra identidad y nuestra autoconfianza sólo deben desdoblarse y proyectarse en la sociedad, no deberían ser configurados originalmente con un valor ajeno a nosotros. Todo acto que tenga la intención de drenar nuestra dimensión creativa debe ser producido independientemente de su validación social, sólo de ésta forma puede producir el placer individual que buscamos en esa acción.
El fenómeno de la creatividad es una de las tecnologías que tenemos para transformar nuestro mundo, para imaginar nuevas posibilidades. El único lugar sagrado del cual tenemos evidencia empírica es el de nuestra “zona creativa”, el reactor de los productos extáticos de nuestra imaginación, que se manifiestan cuando el ego se encuentra en un estado de disolución. Esta zona con sus respectivos estados de flujo empiezan a ser estudiados por la neurociencia – han encontrado que al entrar en ésta zona se disminuye la actividad en el cortex prefrontal lateral, la parte del cerebro responsable por la autocrítica y la autocensura, y en este trance, empieza a desaparecer de nuestra atención conciente el protagonismo del yo para dejar fluir al torrente de la intuición creativa.
Es en nuestra “zona creativa” donde dejamos ir todas nuestra aprehensiones y nuestros apegos con los resultados de la obra y nos concentramos tan sólo en la fluidez de su creación, entrando en el reino numinoso de la imaginación, de lo que se podría considerar una virtuosidad magistral. Es en ese espacio, en esa dimensión, donde el flujo creativo hace que los sueños se vuelvan reales.
Un claro ejemplo de éste estado sincrónico lo menciona Elizabeth Gilbert en la anécdota de los bailes que se llevaban acabo hace siglos en los desiertos de África del Norte. La gente organizaba bailes sagrados con música a la luz de la luna que duraban hasta el amanecer. Los bailes eran hipnóticos debido a que los bailarines eran profesionales. Pero de vez en cuando, muy raramente, algo pasaba, y uno de estos interpretes se volvería trascendente. Era como si el tiempo se detuviera, y el bailarín pasara por una clase de portal, no estaba haciendo nada diferente de lo que había hecho las mil noches anteriores, pero de alguna manera, todo se alineaba. De repente, no parecía ser un simple humano. Estaba iluminado internamente por un ente divino. Y cuando esto pasaba, en esos tiempos, la gente reconocía el momento, y lo llamaban por su nombre. Juntaban sus manos y empezaban a cantar, “Allah, Allah, Allah”. Cuando los moros invadieron el sur de España, llevaron esta costumbre con ellos y con los siglos la pronunciación transmutó de “Allah, Allah, Allah” a “Olé, olé, olé,” que aún se escucha en plazas de toros, bailes flamencos y como motivo de asombro. Cada vez que alguien hace algo imposible, mágico, o milagroso, volvemos a utilizar ésta alabanza.
Se dice que el núcleo de la vida es nuestro propósito. Cada aspecto de nuestra cotidianidad, desde nuestra dieta hasta nuestra profesión, deberían estar alineados con ése propósito si queremos actuar con congruencia y significado en el mundo. Tomar el camino de la autoexpresión como propósito nos ayuda, no sólo a escapar de la vida cíclica, sino a convertir cada momento en una oportunidad de expresión del mismo. Ya no sólo queremos ganar dinero, tener un gran puesto en una empresa o una excelente carrera. Queremos hacer algo importante, queremos cambiar paradigmas, queremos significado.
El significado es el nuevo lujo.
Pero al igual que cualquier otro lujo, idealizamos al significado. Desde chicos se nos repite que lo único que tenemos que hacer es encontrar “eso”, esa maldita cosa para la que nacimos, el famoso “Follow your bliss” de Joseph Campbell, y que una vez que lo encontremos, todo entrará en un estado de sincronía mágica.
Y aunque es posible que experimentemos con muchas ideas o actividades creativas, encontrar ese significado nunca será fácil. Es una tremenda subida a una montaña de lodo, que confronta nuestra lógica, nuestras ideas preestablecidas y nuestros sentidos, pero que amaremos incondicionalmente, porque no hay de otra.
Como bien dijo Bukowski: “Lo que más importa, es lo bien que puedas caminar a través del fuego.”
Encontrar en la autoexpresión la pasión y el propósito de la vida es el proceso de pasar por el fuego. No sólo despertamos un día siendo felices al hacer algo para siempre. Al igual que la muerte, es una transformación catártica que nos ayudará a trascender.
Twitter del autor: @BienMal_
Con Info de:
-Alexander Lowen, La Experiencia del Placer
-Adolph Portmann, New Paths in Biology
-David Deida, El Camino del Hombre Superior