Eran otros tiempos, mi persona se rendía indefensa al poder evocador de la música. Era otra edad, me interesaba la música y no la pintura, iba a los conciertos, nunca al teatro. Los riesgos de dicha inclinación eran patentes: mi juventud fue nostálgica y cursi: los Smiths fomentaban un recuerdo mórbido por los amigos perdidos, las novias que nunca tuve, mi vida sincera pero aburrida, exenta de aventuras.
El primer atisbo de una madurez que se anunciaba pronta en su arribo, se presentó después de escuchar las grabaciones que hizo Bix Beiderbecke junto a la orquesta de Frank Trambauer en el año de 1927. Me refiero a las grabaciones que se reeditaron en 1990 y que salieron bajo el sello de Columbia Records.
Este álbum, contiene lo mejor que grabó Beiderbecke en su cortísima carrera de corneta y clarinete. Ahí, demuestra un gran despliegue de control, estilo y destreza. Su swing particularmente melódico le granjeo la simpatía de los públicos blancos. Al depender de las orquestas blancas con las que trabajaba, su repertorio provenía básicamente de las composiciones surgidas en el tin pan alley de la época.
A pesar de esto, sus combos se encontraban a la altura de los formados por King Oliver o los sextetos y septetos formados por Armstrong. Valga como ejemplo el recordar a los músicos que le acompañan en estas grabaciones: Tommy Dorsey (clarinete), Eddie Lang (Guitarra), Bill Rank (trombón) y el mismo Frank Trambauer en el Saxofon.
Desgraciadamente, Beiderbecke tenía un serio problema de alcoholismo que muy pronto se salió de control. Murió de cirrosis en el año de 1931 a la edad de 28 años.
Esperen, no se confundan, esta no es una reseña de la reedición en cuestión, quisiera hablarles de algo más interesante, mas grave y que me sirve para reflexionar el tema del fantasma en la música pop de algunos géneros más contemporáneos.
Siéndome familiar y bastante disfrutable el swing del Jazz de los años veinte (particularmente melódico), nada me había preparado para estas grabaciones de Beiderbecke con la orquesta de Trambauer. Me provocaron una profunda sensación de extrañamiento frente al mundo, ocasionada por la escucha de Blue River y There´s a craddle in Caroline, There´s no land like dixieland to me. Se trata de canciones del álbum que contienen voz y cuyos estilemas vocales desde entonces, me siguen causando la misma intriga y desazón. Las voces corresponden a dos jóvenes cantantes de la época, Seger Ellis e Irving Kaufman.
La profunda sensación de extrañamiento y exilio provenía del estilo melódico de su canto. Es una forma de cantar que prácticamente ha desaparecido dentro del pop norteamericano. Tornándose la voz más rítmica -golpeada-, acostumbrada a seguir una línea melódica férreamente acompasada.
Si pensamos en el caso mexicano podría decir que era la misma sensación que experimenté tiempo después cuando escuché las grabaciones de Mimí Derba o las de María Conesa y otras coupletistas de la primera década del siglo XX. Su estilo era muy diferente al que se va a entronizar posteriormente bajo la voz de Lucha Reyes, brava y golpeada, gritona e insolente tal y como continuaron haciéndolo todas las cantantes de ranchero hasta la caricatura en que se ha convertido el mariachi hoy en día.
Me encontré pues, con la viva voz de un estilo fenecido tiempo atrás. Su carácter fantasmático iba más allá del cuerpo desmaterializado de la captura fonográfica. El espectro provenía de una era perdida que decía muy poco a nuestro presente y sin embargo, ahí estaba su música, persistente y aterradora, sin la comprensión del devenir histórico de los estilos vocales, esa voz se arrastraba lánguida y ahogada, muerta y vital al mismo tiempo, agotada e imponente.
Muerta como la era desde la que provenía, perseverante como los muertos vivientes, sosteniendo un tipo peculiar de vida: su fantasma estaba muerto pero regresaba encapsulado y cantaba su alegría de vivir.
Era la voz de alguien que había vivido otra vida, muy distinta de la nuestra, y que seguía cantando la apacible vida de antaño. Podría decir que fue la primera vez que experimenté claramente mi propia finitud. La certeza de que hiciera lo que hiciera no podía evitar mi propia muerte. La íntima incomprensión de la muerte ajena.
Con el tiempo seguía regresando a estas grabaciones de Bix Beiderbecke. Y pude profundizar en el cruel sentimiento del exilio colectivo que es la historia pasada. La grabación ofrecía una ranura en el pasado, una oteada que servía a la escucha aterrada de la historia, de su repicar imprudente dejándome atolondrado y con una inquietud que nunca más me ha abandonado.
La noción de fantología es relativamente reciente. Es un personaje conceptual ideado por Jaques Derrida en el libro Espectros de Marx para recuperar al fantasma del comunismo, del descredito y de su muerte decretada durante la breve bonanza neoliberal de los años noventa.
El comunismo comparte con el fantasma su condición de muerto viviente, de undead político pero su élan apunta decididamente hacia la corrosión de toda certeza de triunfo definitivo sobre el conflicto de clases.
¿Un muerto viviente? Sí, como muerto que vive, hay una suerte de clausura de un espacio determinado de vida, una suerte de ya no más al tiempo que dice aún no, todavía…no. No es el fin, si no el pensamiento acompasado de aquello que está constantemente viviendo y muriendo en tanto que se le experimenta en el presente.
En la década del 2000, surge un grupo de críticos musicales que retoman la figura del fantasma derridiano, para explicarse el surgimiento de músicos cuyo extrañamiento entre la memoria y la historia deambulan con un ambiguo sentimiento de melancolía y nostalgia[1].
De la nostalgia podemos decir sin lugar a dudas que proviene de una cierta pasión triste e impotente, la melancolía en cambio, es una suerte de reacción rabiosa al entorno manifestada de muy distintas maneras: colérica, furiosa, irónica, incomoda.
Los músicos analizados, la mayoría provenien de la disolución estética del Ambient, cuya reflexión visual de un mundo inexistente, es configurada de una manera cinematográfica. La imagen sonora evocada es recuperada de antiguos vinilos, donde el gis y la melodía son capturados mediante una aguja rota que intensifica el rechinar de la historia suspendida.
Músicos como Philip Jeck, Leyland Kirby (también como The Caretaker), William Basinski, y las agrupaciones alrededor del sello Ghost Box han sabido recuperar la riqueza poética que nuestros tiempos han destilado en grabaciones de antaño. No sólo es la memoria sino la historia misma la que se revela en la música: si pensamos en Desintegrated Tapes de Basinski y su relación inquebrantable (de ahora en adelante) con el atentado a las torres gemelas en 2001, creo que se entiende a que me refiero: se trata de un sonido que pretendiendo ser un mero ejercicio de nostalgia frente a la destrucción provocada por el avance indiferente del tiempo, termina convirtiéndose en una triste reflexión sobre el carácter intempestivo de la historia.
En la segunda autobiografía escrita por el compositor Hoaggy Carmichael, dedica todo un capítulo a recordar una tarde que pasó al lado de Bix Beiderbecke cuarenta y cinco años atrás. Ambos muy jóvenes, apenas en sus veintes, no logran contener el terror bello que les provoca la escucha continuada del Pajaro de Fuego de Igor Stravinsky. La alarmante modernidad del sonido le mueve a preguntar a Beiderbecke cómo es estar con una mujer, a lo que éste responde:
“Es exactamente como esto, es una música que te produce pavor y nauseas al tiempo que una imborrable sensación de tranquilidad.
Nos quedamos recostados en la habitación. La música nos embargaba con una terrible añoranza. Algo que se acompasaba perfectamente con el licor, y que era maravillosamente conmovedora, que nos acercaba y nos hacía sentir solos también. Con un sentimiento de júbilo… y una sensación de añoranza también.”[2]
Tal vez ésta es la razón por la que continúo escuchando una y otra vez las grabaciones de Bix Beiderbecke junto a la orquesta de Frank Trambauer, se trata del carácter ingobernable del pasado que permanece paradójicamente “muerto” y resonante para unos cuantos, siempre dispuestos para su escucha atenta y sorprendida. La vida como la historia siempre terminan por reprender a los desafectos y a los incrédulos, sorprenden a todo un mundo que ya no espera nada del pasado.
[1] Me refiero a Simon Reynolds y su ensayo sobre el sello de la Ghost Box Rcrds, y posteriormente le seguirán Joseph Stannard y el recientemente fallecido Marc Fisher.
[2] We lay there and listened. The music filled us with some terrible longing. Something coupled with liquor, that was wonderfully moving, but it made us very close and it made us lonely too. With a feeling of elation…and a feeling of longing too. Hoagy Carmichael sometimes I wonder (1965). Página 112.